Concierto de la OSN

Intérpretes: Orquesta Sinfónica de Navarra. Manuel Blanco, trompeta. Delyana Lazarova, dirección.

Programa: Obras de Beethoven, Haydn y Dvorak. Ciclo de la orquesta.

Lugar y fecha: Baluarte. 11 de abril de 2024.

Incidencias: Casi lleno.

Tras el inevitable apaño que hubo que hacer por la enfermedad de la solista Tine Thing, quedó una programación sumamente agradable y de consenso para el público. Deseamos una pronta recuperación a la trompetista, y también, la recuperación del primitivo programa, nada menos que con dos estrenos (para nosotros).

Comenzó el concierto con la Obertura Egmont de Beethoven. Para muchos, la obertura de las oberturas por la impresionante versión que de ella hizo Sergiu Celibidache entre las ruinas del Berlín de 1950. Nunca estuvieron tan bien representados e interpretados todo el dramatismo y la esperanza de resurgir, que encierra Beethoven. No me canso de ver ese vídeo. Hoy las circunstancias son otras, y aunque no anden lejos el drama y los deseos de vivir en paz, la escuchamos, sobre todo, como la exaltación del héroe (Egmont), que culmina la tarea, aún desde su muerte. Delyana Lazarova, y la orquesta, la sirvieron en toda su grandeza: bien preparada en su comienzo, y siempre con esa intención de regulación abierta que termina en el impresionante crescendo final. Con Beethoven siempre nos preguntamos lo mismo: cómo se puede decir tanto y tan bien, en tan pocos pentagramas.

Manuel Blanco, además de un excelente trompetista, es uno de esos músicos amigos de la orquesta –recordó sus tiempos en Pamplona– dispuesto siempre a echar una mano a su trompeta para lo que haga falta. El concierto de Haydn suele estar en el repertorio de los solistas, y siempre es bien recibido. Blanco, de nuevo, lo borda; no tiene ningún problema técnico, claro, pero, es que, además, se luce en los matices piano que, en el metal, son siempre lo que más nos llama la atención. No es rutinario y combina el legato con el estacato, y esos ataques de embocadura tan exacta. La orquesta, clásica, le acompañó muy bien. De propina optó por la lírica, tranquila, y melodiosa Ave María de Schubert, con exhibición de fiato.

Si algo no es nuevo para nadie es la Sinfonía del Nuevo Mundo. Así que el peligro de la comparación con el disco siempre está ahí. Pero, aquí, la ventaja es la audición en directo. Siempre hay cosas que no se escuchan en el disco. Yo creo que el planteamiento de Lazarova fue el correcto, combinando cierta demora en algunos momentos, con el tempo más bien ágil de otros; a fin de cuentas, esta obra se suele cargar de gruesas densidades en centurias orquestales. Hay una buena preparación en el comienzo; todo suena claro, y cada atril –o atriles en familia– cumple con el planteamiento que le toca: flautas, oboes, cuerda, timbales, trompas. Escuchamos algunos detalles en violonchelos que sobresalen. Y todo va hacia un vigoroso y brillante final. Desde luego a la directora búlgara nunca le faltó vitalidad en su gesto. En el segundo movimiento es más morosa, sin duda se recrea en el entrañable canto del corno inglés –luego a dúo con el clarinete–, que siempre resulta emocionante. La orquesta retenida en el matiz pianísimo, crea la atmósfera apropiada. El tercer y cuarto movimiento, me parecieron correctos, pero más rutinarios, con alguna carencia de respuesta en la cuerda grave; pero salvando siempre el fluir de la magistral partitura. Detalles de pianísimo en el clarinete; del agudo en la trompa, de la brillantez de la cuerda cuando toma el tema que siempre vuelve, del metal que, a veces suena como un órgano de tubos… Es la sinfonía del Nuevo Viejo Mundo, que, indudablemente sigue en la cima de la popularidad.