Suele decir Kutxi Romero, y no le falta razón, que, en el rock nacional, cuatro grandes bandas han ido pasándose el testigo del liderazgo; estas con, por orden cronológico, Leño, Barricada, Extremoduro y Marea. Quizás el hecho de que el grupo de Roberto Iniesta esté situado entre dos formaciones navarras explique el incontestable éxito que siempre tuvo en estas tierras. Aunque, pensándolo bien, ¿dónde no ha triunfado la música de Robe? A día de hoy, pocos osarán discutir su posición de absoluta primacía en la historia del rock español de las últimas décadas. Las cifras hablan por sí solas: ahí están los millones discos vendidos, las giras por recintos gigantescos, la ingente cantidad de artistas en los que puede vislumbrarse claramente su influencia. Y eso que, en sus inicios, no parecía que un grupo tan transgresor como Extremoduro tuviese posibilidades de llegar al gran público.
Corría el año 1990 cuando un cantante, por entonces todavía desconocido, protagonizó su primera actuación en una televisión nacional; primero, con el torso desnudo, desgañitándose con la letra de Extremaydura; después, cubierto con una túnica, escupiendo en tono desafiante los versos de su Jesucristo García. A lo largo de aquella década, su leyenda tóxica y salvaje se fue extendiendo por todo el país. Su repercusión podía percibirse de manera clara en la escena underground, aunque, incomprensiblemente, el grupo parecía no existir para los grandes medios de comunicación. En 1996, el disco Agila pulverizó todos los diques de contención y Extremoduro se convirtió en una banda que arrastraba multitudes. Sin embargo, el éxito no limó las asperezas de un artista que siguió desnudándose y desangrándose en todas y cada una de sus canciones, sin eludir temas peliagudos ni zonas oscuras. Ese puede ser, precisamente, uno de los secretos de su música: la crudeza descarnada con la que se expresaba. Honestidad brutal, que diría Calamaro. El mismo Calamaro que hace unos años afirmaba que, en los noventa, en el metro de Madrid solo se veían camisetas de Extremoduro y de Héroes del Silencio.
Con el paso de los años, las composiciones de Robe se fueron haciendo más ambiciosas y complejas, cristalizando en esa obra maestra que fue La ley innata (2008), un álbum conceptual de una sola canción dividida en varios movimientos que, en ciertos aspectos, estaba más cerca de una sinfonía que de un disco de rock al uso. A esas alturas, ya nadie discutía el genio creador del extremeño, y este le dio rienda suelta, tanto en los dos últimos discos de Extremoduro como en una carrera en solitario que comenzó con un carácter más intimista (y minoritario; en 2017 no consiguió llenar Baluarte), pero que prosiguió con dos últimos trabajos magistrales, Mayéutica (2021) y Se nos lleva el aire (2023), de nuevo con la crítica y el gran público de su lado, como se pudo comprobar en los dos últimos conciertos que ofreció en el Navarra Arena.
Comprometido al máximo con su obra, pasó de estar vetado y prohibido por las instituciones a recibir de ellas un sinfín de premios y reconocimientos. Nunca cambió su actitud ni se doblegó ante los poderosos. Indómito e insobornable hasta las últimas consecuencias, en 2021, todavía con las restricciones del COVID activas, decidió posponer sine die la multimillonaria gira de despedida de Extremoduro para continuar con su carrera solista. Eso le hizo enfrentarse con la todopoderosa promotora de espectáculos Live Nation, que lo demandó en los tribunales, reclamándole una indemnización de cuatro millones y medio de euros (en 2023 se dictó su absolución). Hace poco más de un año, Robe tuvo que cancelar los dos últimos conciertos de su gira, que iban a haberse celebrado en el Wizink Center de Madrid, debido a problemas médicos. Le habían diagnosticado un tromboembolismo pulmonar y se retiró a descansar. La enfermedad, siempre inoportuna, le llegó en el que muchos consideramos como su mejor momento artístico. Nada se ha sabido de él desde entonces, hasta este miércoles por la mañana, cuando se ha anunciado su fatal desenlace.
Con Roberto Iniesta (y con Jorge Martínez, de Ilegales, que falleció tan solo unas horas antes que él), muere parte de una época en la que el rock era mucho más que música: una manera de ser y de comportarse, de entender el mundo, de rebelarse contra él, de transgredir los límites, de ser uno mismo en contraposición a los demás. “La gente normal se podía morir”, cantaba en una de sus viejas canciones. Y la pena es que la gente normal sigue ahí, eterna e inmutable, y los genios como Robe y Jorge son los que se van. Eso sí: dejan tras ellos un legado que les sobrevivirá. Ese es, como reza otra de sus letras más recientes, el verdadero poder del arte: el de poder salvarnos de una vida inerte, de una vida triste y de una mala muerte. Por eso, ni Roberto Iniesta, ni Jorge Ilegal, ni Antonio Vega, ni Enrique Urquijo, ni nuestro Boni, ni tantos y tantos otros artistas que hicieron del mundo un lugar más hermoso, morirán jamás.