EL 12 de mayo de 1979, a las dos del mediodía, Xabier Garaoia, Gerardo Plaza, Iñaki Aldaya, Jordi Pons y el sherpa Ang Rita clavaban sus crampones en la cima de una de las montañas más emblemáticas del Himalaya: el Dhaulagiri. Era la primera vez que unos alpinistas navarros sobrepasaban los ocho mil metros de altura. Sin embargo, aunque solo unos pocos pudieron acariciar el cielo, aquel éxito no fue solo de cinco hombres sino de toda una expedición compuesta por casi una veintena de ilusionados montañeros.

En su 30 aniversario la Camille Extreme o la Gala del Montañismo Navarro se han acordado de aquella hazaña. Y, entre homenaje y homenaje, dos de sus protagonistas, Iñaki Aldaya y Gregorio Ariz, se reunieron con DIARIO DE NOTICIAS para recordar aquella "auténtica aventura" a la que pusieron rumbo cuando, según dicen, se comían el mundo.

Retrocedamos 30 años, ¿cómo recuerdan a esos jóvenes que aquel 8 de marzo de 1979 pusieron rumbo al Himalaya?

Iñaki Aldaya: Éramos gente que siempre tirábamos para adelante. Yo, por ejemplo, había estado unos años antes en la India, en Land Rover, dentro de una expedición vasca, mientras que Gregorio y compañía habían estado en el Hoggar. Hacíamos cosas que ahora creo que no se hacen porque nos estamos acomodando. A lo mejor es que no me encuentro con esa gente, pero yo diría que éramos más decididos que los jóvenes de ahora.

Gregorio Ariz: Yo recuerdo aquello no sólo como ir a un ochomil; lo recuerdo como una auténtica aventura. Nos comíamos el mundo porque era el momento, aunque, eso sí, quizá fuimos demasiado osados. Entonces no había nadie a quien preguntarle. Es verdad que montañeros catalanes habían ascendido el Annapurna y el Makalu, mientras que los madrileños se habían apuntado el Manaslu, pero ya está. A nivel vasco, había habido un intento serio al Everest con la expedición Tximist, pero nosotros éramos unos pueblerinos. Lo más serio que habíamos hecho fue una expedición al Hindu-Kush, pero de 7.000 metros para arriba no sabíamos nada.

¿Cómo surgió la idea de dar el salto a los "ochomiles"?

G.A.: Comenzó a fraguarse al volver del Sakhaur, en el Hindu-Kush. Fue un sietemil bastante complicado en cuyo descenso falleció Leandro Arbeloa. Tras esa experiencia, pensamos ya en ir al Himalaya. Primero barajamos la opción del Annapurna, pero como era imposible conseguir permisos, nos decantamos por el Dhaulagiri. Nos juntamos a unos catalanes que sí tenían permiso, pero, en cambio, no dinero.

¿Y cómo se formó el grupo?

I.A.: Nos conocíamos todos de escalar y, al final, estas cosas se empezaban a fraguar en Etxauri. Coindidíamos allí escalando en invierno, en el Midi d"Ossau en verano y, entre medio, pasábamos horas y horas en el Mesón de la Navarrería. Todo giraba en torno a la montaña y, en ese caldo de cultivo, nacían unas ideas diabólicas.

Una vez que se deciden, llega lo más difícil: costearse la expedición...

G.A.: Efectivamente, eso fue lo más complicado.

I.A.: Gregorio y Javier Garreta eran la parte seria de la expedición y les tocó ir a las instituciones. Los demás éramos unos barbudos un poco impresentables para esos menesteres.

G.A.: Tuvimos que dar mucho la lata, pero nos acabaron ayudando. Había que ir a los despachos a pedir dinero, pero, además, fuimos a todos los lados en los que se podía rascar algo: a la Pamplonica, a las conserveras de la Ribera... Y conseguimos todo gratis.

I.A.: Teníamos tantas ganas que nos implicamos a muerte y líamos a todo el mundo.

G. A.: Al final mandamos 7.000 kilos de material en barco, desde Barcelona a Bombay. Gerardo Plaza fue hasta allí en enero para recoger el material y llevarlo hasta Nepal. Fue otro lío tremendo.

¿Qué recuerdan del momento de la despedida en Pamplona?

G.A.: En el Ayuntamiento nos hicieron una recepción oficial y nos sentimos muy arropados, tanto por las instituciones como por los montañeros en general.

I.A.: Aluciné con toda la gente que había: conocidos, amigos... Nosotros no sabíamos ni a donde íbamos y, quizá por eso, no infundíamos miedo a los amigos y conocidos.

Depués de un largo viaje llegan a Katmandú, ¿cuáles fueron sus sensaciones?

I.A.: El que más cerca había estado de Nepal era yo y, aun así, alucinaba con todo lo que veía y oía, como todo el grupo. Era, y creo que sigue siendo, un pueblo maravilloso, un lugar de lo más tranquilo y agradable. Después de haber estado en la India, las chicas de la expedición se sorprendían del respeto de los nepalíes. Y lo de Katmandú fue solo el comienzo de una marcha de aproximación que se convirtió en una auténtica odisea.

Había que llevar 7.000 kilos de material al campo base...

G.A.: Exacto, y para ello contamos con 250 hombres, que, por cierto, caminaban descalzos. Ganaban 21 rupias (126 pesetas de la época) y tres cigarrillos al día por llevar 30 kilos encima durante unas seis u ocho horas. El dinero para pagarles lo teníamos encima, en un bidón.

I.A.: Claro, porque había que llevar el dinero suelto para pagarles al final de la jornada.

G.A.: La marcha duró 12 días y subimos por el lugar opuesto a la zona por la que luego bajaríamos, Fuimos los primeros en dar la vuelta al Dhaulagiri.

Además del dinero, en aquella marcha de aproximación llevaban encima 200 litros de vino y cerveza, además de pacharán y coñac. Algo que también habla de cómo era el grupo.

I.A.: Gregorio bebía ginebra, otros pacharán y otros vino. Había que llevar un poco de todo. El problema es que a 4.000 metros no le entraba a nadie y se lo acababan bebiendo los sherpas. ¡Estaban encantados con nuestra expedición!

G.A.: Además de terminar con nuestra bebida, se jugaban el dinero que les pagábamos a las cartas. Y siempre ganaba el mismo.

¿Cuándo se dan cuenta de que aquello era algo serio?

I.A.: En la marcha de aproximación pasamos cierta tensión porque llevábamos mucho material encima y suponía bastante responsabilidad. Sin embargo, una vez que llegamos al campo base pensamos: "amigo, esto es una cosa seria".

G.A.: Nuestra vista estaba hecha a los Pirineos o a los Alpes, pero aquello era otra dimensión totalmente diferente.

Una vez en el campo base toca ponerse en marcha. ¿Cómo planifican la expedición?

I.A.: Teníamos ya una forma establecida desde Pamplona: trabajábamos todo el mundo. Entonces, entre todos y con mucho esfuerzo, comenzamos a equipar la vía. Llegó un momento en el que ya estábamos cerca de la cumbre y nos reunimos en la tienda para ver quién podía hacer cumbre. Yo dije que quería ir. También se decidió que fuera otro grupo por si acaso y para intentar la cumbre de nuevo. Nuestra idea era volver a hacer cima una segunda vez, pero el jefe de los sherpas avisó de que iba a hacer mal tiempo.

G. A.: Fue una decisión acertada y, en parte, no lo hicimos porque consideramos que con esa primera cumbre todos habíamos cumplido el objetivo. Teníamos una sensación de equipo que ahora ya no existe. Es la diferencia con lo que pasa ahora y con lo que empezó a ocurrir poco después.

¿Cuándo creen que se produce ese cambio en el mundo de la montaña?

I.A.: En Navarra se ve clarísimamente: cuando se deja de ir al monte en autobús, se empieza a indivudualizar este deporte. Me imagino que eso habrá pasado a nivel mundial. A todo ello hay que sumarle el factor económico. Hay unos que pueden y otros que no. Yo diría que ocurrió en los años 80.

G.A: Después del Dhaulagiri, todavía se hizo la expedición al K2, que también fue pesada, pero pronto comenzaron las voces que proponían un montañismo más ligero.

I.A.: No es que sea una concepción individualista en el sentido peyorativo, simplemente se piensa en grupos más reducidos. En lugar de ir una quincena de personas van pequeños grupos de dos o tres personas.

El 12 de mayo Gerardo Plaza, Xabier Garaioa, Jordi Pons, el "sherpa" Ang Rita e Iñaki hacen cumbre. ¿Cómo vivió ese momento?

I.A.: No recuerdo la hora a la que comenzamos a andar, pero sí que Gerardo iba el primero. Me acuerdo de él escalando una zona muy empinada y de que, en una rampa de nieve, yo me cansaba mucho y me quedaba descolgado. Luego había un corredor de nieve más vertical y allí me estuvo esperando Gerardo. Después, se reducía el desnivel y ya vi a Garaioa y a Pons en la cumbre. En esos momentos no me lo podía creer. Tampoco me podía creer que pudiese llegar hasta allí: faltaban 50 metros, pero iba con la lengua recogiendo hormigas. Fue como pinchar un globo. De repente ya estaba hecho. Entonces, nos dimos un abrazo.

¿De qué manera se enteró el resto de la expedición de que se había logrado llegar a la cumbre?

G.A.: Yo estaba en el collado noreste en ese momento y no podíamos comunicarnos con los de arriba porque los walki talkies eran unos ladrillos terribles. Desde nuestro campo base no se veía la cima, pero desde el de la expedición franco-suiza, sí. Y los franceses, con los catalejos, vieron cómo llegaban y vinieron a nuestro campamento para decirnos que alguien estaba llegando a la cumbre del Dhaulagiri y que tenían que ser de los nuestros.

Y con el objetivo cumplido, llega el momento del descenso...

G.A.: Ante todo, nos preocupaba que bajaran todos, pero también recoger las cosas para no dejar la montaña sucia. La verdad es que, cuando se decidió que no iba a haber un segundo intento, tratamos de recoger todo el material posible. Es más, como no podíamos con todo, Ang Rita, el sherpa que había hecho cumbre, se lo quedó y bajó cargado con una mochila enorme. Sin duda alguna, se lo había ganado con creces.

La celebración fue por todo lo alto.

G.A.: No lo festejamos hasta llegar al campo base. Cuando estuvimos allí, hubo una fiesta impresionante y yo creo que aquel día me cogí la mayor borrachera de mi vida.

I.A.: Algunos hicieron alubias y nos pusimos de comer hasta arriba cuando tres días antes estábamos alimentándonos a base de sobres y té. Teníamos tantas ganas de comer que, aunque la comida nos sentaba mal y vomitábamos, seguíamos comiendo.

¿Cuál ha sido la expedición que más les ha marcado?

I.A.: A mí todas me han dejado huella. Esta fue muy importante porque fue de las primeras.

G.A.: A mí la que más me impactó fue la del Hoggar porque fue una auténtica aventura. Además, lógicamente, guardo un recuerdo especial del Chogolisa (7.654 metros), el pico más alto que he hollado. Eso sí, desde el punto de vista del montaje y del ambiente, la del Dhaulagiri ha sido la mejor.