Lluis Bruguera, entrenador, padre de Sergi (dos veces campeón en Roland Garros), decía que la diferencia entre los buenos jugadores y los más grandes consiste en que éstos son capaces de pasar de situaciones de defensa a dominar el punto en un solo golpe.

Carlos Alcaraz es de éstos. Es capaz de estar corriendo de lado a lado de la pista, defendiéndose como puede, y cazar una pelota complicada, a una altura complicada, con un efecto complicado, y hacer un golpe único con el que pasa a dominar el punto o, incluso, ganarlo directamente.

El domingo pasado, Alcaraz no jugó como sabe. Aunque hay veces que hay que reconocer que el nivel de un jugador depende en gran medida del plan táctico del contrario, Alcaraz no fue el que es habitualmente. Sinner le castigó con una velocidad de pelota endiablada, pero el murciano ya se conoce esas circunstancias; y además es especialista en sorprender con contrataques que levantan al público al grito de “¡Oooooooh!”. Pero parece que no era su día…

Lo que realmente llamó la atención fue la actitud del español, con malas caras, enfadado, sin las sonrisas habituales, sin miradas al público, cabizbajo, impotente y mandando voces de alarma a su cuerpo técnico. Vamos, como si no estuviera disfrutando, como si no fuera Alcaraz. Y es que, aunque en el cuarto set se adivinó una ligera reacción, la remontada esperada no llegó, mientras los forofos pretendían que sucediera lo que sucedió en París hace un mes.

En lo técnico hay que destacar que el saque no funcionó (tan sólo un 50% de primeros), que muchos golpes de fondo se salieron de la pista sin saber el porqué, y que ni siquiera la especialidad de la casa, la dejada, brilló. Y, por qué no decirlo, que tuvo enfrente a un jugador que, aunque tampoco tuvo su mejor día, jugó mucho mejor y se llevó la victoria. Y es que hay un dicho en el deporte que es capaz de expresar lo que pasa en toda competición: no siempre gana el mejor, gana el que ese día es mejor.

Quien suscribe esperaba un Alcaraz rompedor ante la velocidad de los golpes de fondo de Sinner, el contrataque furibundo, el espectáculo esperado. Era lo que pensábamos los que asistimos a aquella charla de Lluis Bruguera, pero el tránsito de la defensa al ataque apareció en contadas ocasiones en el lado del murciano, un hombre que, sorpresivamente, volvió a sonreír cuando le entregaron el trofeo de subcampeón. Hay veces que no entendemos el deporte. Ni a los deportistas.

El autor es entrenador nacional de tenis*