donostia - Maite Zugarrondo, portera del Super Amara Bera Bera, anunció la pasada semana que dejaba el balonmano profesional. Reveló que se retira, con apenas 30 años, para cuidar de sus dos sobrinas, a las que tiene “en acogida” desde hace dos años. Su objetivo es que las niñas, que ahora tienen cuatro y seis años y cuyo nombre prefiere no dar, y ella sigan siendo “felices”, y para ello vuelve a su Pamplona natal, donde va a trabajar “llevando la coordinación de la sección de balonmano del club Maristas”, lo que compaginará con la educación de sus sobrinas.

La historia, impactante y poco habitual por el hecho de acoger a dos niñas de su propia familia que estaban en situación de desamparo, según dictaminó el Gobierno de Navarra, ha alcanzado un enorme eco mediático por tratarse Zugarrondo de una deportista profesional que además ha acumulado un buen puñado de éxitos en la portería del Super Amara Bera Bera, que este año sin ir más lejos ha sido campeón de la Supercopa y la Copa, ha hecho una notable temporada en competición europea y peleará mañana por el título de la Liga.

Las niñas que ahora están a su cargo son de su hermano y de la pareja de este. Maite Zugarrondo estaba pendiente de la situación de sus sobrinas desde el nacimiento de la mayor. “A ver, la situación era difícil para ellas y yo era consciente”, dice: “Me mantenía informada y estaba detrás, luchando por ellas. Antes de todo esto, yo ya me preocupaba por las niñas y hablaba con las instituciones para ver cómo se podía solucionar y qué hacer con las niñas. Yo estaba en contacto con el Gobierno de Navarra, que estaba al tanto de la situación de las niñas”.

Tras estudiar la situación y quitar a los padres la custodia de las menores, la institución navarra decidió que la “candidata idónea” dentro de la familia para acogerlas era Maite Zugarrondo, después de comprobar de primera mano su modo de vida en San Juan, donde reside: “Querían conocerme a mí y a mi entorno, y si era factible que me quedara con las niñas, darles una infancia mejor”.

Preguntada por si había más miembros de su familia que podían haber acogido a las pequeñas, Maite prefiere no profundizar: “No sé si puedo hablar de eso. Puedo hablar de mí, de los demás no sé. No creo que haya ninguna repercusión de ningún tipo, pero prefiero no hablar. Es que mi familia es muy desestructurada... hermanos de sangre tengo el padre de las niñas y otro. Tengo madre y mi padre falleció. La conclusión es que yo soy la persona idónea, si no estaban conmigo las niñas irían a una familia o una casa de acogida”.

La todavía portera del Super Amara Bera Bera tampoco quiere entrar en detalles sobre cómo era el día a día de sus sobrinas, que obligó al Gobierno de Navarra a separarlas de sus padres: “Está claro que la situación no era la idónea para el desarrollo de las niñas”, se limita a decir Maite, que trataba de estar encima de su situación e iba a verles a Pamplona cuando los entrenamientos y los partidos se lo permitían: “Antes, la relación con las niñas era escasa, aunque estaba presente y entre todos hacíamos un seguimiento para solucionar la situación. Cuando nació la primera yo estaba en Madrid (jugó en el Alcobendas de 2012 a 2014) y cuando nació la segunda ya estaba aquí. Mi papel era de tía de las niñas, cuando podía estaba con ellas y echaba una mano”.

Hasta que un día, hace algo menos de dos años, cuando empezaba la temporada 2017-18, el Gobierno de Navarra le dio a las niñas en acogida. “De repente de convertí en madre soltera de dos niñas y con su mochila emocional. Pasé de ser la tía que molaba a la que me ocupaba de ellas. No me dio tiempo casi ni a asimilarlo. Yo en el futuro sí quería ser madre, pero esto me ha venido así”, cuenta. Los primeros días no fueron sencillos: “Tuvimos que aprender las tres a cogernos la medida. Las acogí con dos y cinco años. Eran niñas un poco asilvestradas, digamos, sin límites, pero muy buenas, agradecidas, cariñosas. Me llamaban tía y ahora soy izeba. Se supone que soy su tutora legal, pero no me gusta la expresión”, dice.

Lo que más le costó a Maite fue conseguir que las niñas adquirieran unas “rutinas”, algo “básico para cualquier niño”: “Había muchas cosas que trabajar, pero me ceñí a dos por consejo de la ikastola: darles muchísimo cariño y ponerles límites, cosas básicas pero que les han hecho estabilizarse. Las rutinas han costado mucho, pero les han venido bien. Antes estaban igual más alteradas, buscando su sitio, y ahora están más asentadas”.

Poco antes de recibir a sus sobrinas en acogida, la jugadora del Super Amara sufrió una pericarditis que le obligaba a aparcar de forma temporal los entrenamientos y partidos, ya que tenía que descansar. “Cosas del destino, tenía que hacer reposo, así que estaba con las niñas todo el tiempo, lo que nos ayudó a adaptarnos. Poco a poco se fueron integrando en la ikastola, tocó ir al centro de salud a hacer revisiones...”, explica Maite, muy agradecida con la ayuda que ha recibido por parte “de la ikastola, de la trabajadora social que ha llevado el caso y de todo San Juan”: “Vivimos en el pueblo más bonito del mundo, es maravilloso vivir ahí. Son niñas muy buenas, maravillosas, aunque al principio no tenían límites. Poco a poco hemos ido haciéndonos las tres. Somos una familia especial, pero una familia al fin y al cabo. Digo que somos un equipo, nos llamamos el equipo fuerte”.

Maite explica que “primero la acogida suele ser temporal” y es “la evolución de las niñas” la que determina si sigue esa situación, según decida la institución que se ocupa de cada caso. “En principio van a seguir conmigo”, dice Maite, “a no ser que ocurra algo o cambie mucho la situación, pero sí, en principio la idea es que sigan conmigo y ese es el plan”. Las niñas tienen un régimen de visitas con sus padres: “Ellos vienen a verlas. Tienen que ser parte de sus vidas. Yo no estoy en esos momentos, pero son encuentros buenos, las niñas van contentas y los padres las quieren. Tienen que seguir siendo parte de sus vidas. Vuelven tranquilas después de ver a sus padres”. Otro de los temas tabú ahí es la relación de Maite con su hermano: “Prefiero no hablar”.

De sus palabras se deduce que la infancia de la jugadora del Super Amara no ha sido sencilla: “Fue complicada, muy complicada. Es una familia muy desestructurada”. Sin embargo, si algo destacan de Maite todas las compañeras y rivales es su alegría y lo buena persona que es. “Me alegra que la gente diga eso de mí. Podría haber sido bastante peor con todo lo que me ha tocado vivir y he visto. Las familias no se escogen. No sé, o aprendes y te adaptas o te frustras. La gente que tiene buen concepto de mí me hace valorar todo”.

compaginar deporte y niñas Durante dos temporadas, Maite Zugarrondo ha compaginado el cuidado de sus sobrinas con su profesión como jugadora, exigente teniendo en cuenta que el Super Amara Bera Bera participa también en competición europea, así que el ritmo de entrenamientos y partidos es elevado. En este sentido, Maite destaca la figura de Karmele Etxarri, una vecina de San Juan que ha cuidado muchos días de las niñas: “Karmele siempre ha estado ahí. Al principio tenía una cuidadora, pero este año ya les ha cuidado ella y es como una madre o una tía para mí y una abuela para las niñas. Es como de la familia. Es una ayuda casi desinteresada, porque con lo que le pago... Pero Karmele deja todo por ellas, es de la familia”.

Las compañeras del equipo también han ejercido “de tías” en muchas ocasiones: “Me he desvinculado un poco de planes, pero mis compañeras siempre han estado ahí, nos acompañan al parque o donde sea. Las niñas vienen al pabellón y todas juegan con ellas. Es que son niñas muy simpáticas y cariñosas que se hacen querer”. Maite también tiene palabras de agradecimiento hacia el Super Amara Bera Bera y el entrenador, Imanol Álvarez: “El club se ha portado muy bien, cuando les dije mi situación me pusieron un piso para mí sola, cuando lo normal es compartir. E Imanol me decía que le interesaba mi bienestar, al haber otras dos porteras hay algunos viajes que no he hecho, aunque otros sí y me costaba dejar a las niñas. Entrenamientos no me he saltado salvo un tema de fuerza mayor, por ejemplo si se ponía una mala y no tenía con quién dejarlas”.

Maite se reconoce una “friki del balonmano”, una apasionada del deporte en el que ha destacado durante años, llegando a ser internacional. Ahora deja a un lado el deporte por las niñas. “Es una retirada forzosa, pero acertada. Lo he intentado conciliar dos años, pero la temporada es larga y no estás tanto en la dinámica del equipo, no juegas tanto, no estás tan centrada en el deporte. Todo eso pesa y priorizas. Ser madre soltera es complicado. Decido tomar esta decisión por su futuro, vamos a Pamplona, que es donde mejor vamos a estar las tres. Voy a ser más feliz estando más tiempo con ellas. Antes pensaba que había dejado de ser yo para adoptar otro rol, me construí una vida diferente, lo acepté con muchas ganas y cariño. El balonmano es lo que más me daba, ahora es al revés, ellas son las que me dan una identidad. Me llevo el cariño de las jugadoras, de la gente. Me retiro en lo alto y estoy orgullosa. Ahora esa mini familia que somos me da mucha vida”.