a selección española se ha quedado a las puertas de alzarse con su tercer oro consecutivo. Se ha quedado con las ganas de sumar un metal dorado más en un Europeo, pero la plata es una gran medalla. La final ante Suecia, sin duda, se decidió como siempre por los detalles. Mirando el tramo final del encuentro, te quedas con esa falta que le hacen a Joan Cañellas y que los árbitros no ven. O con ese siete metros final cometido por el propio jugador. Son decisiones que marcan un duelo así, sobre todo en partidos que son tan medidos y con tanto control del juego. Extremadamente igualados. No hay más que ver que la máxima diferencia en el marcador durante el encuentro fue de dos goles. Todo muy medido. Suecia tuvo una pequeña mayor consistencia y sangre fría en los momentos determinantes y si en su día fueron los Hispanos quienes le arrebataron el oro continental en Zagreb, ahora se la han devuelto con creces. Ahora bien. Si antes de empezar este Europeo de Hungría y de Eslovaquia nos dicen que hay que firmar y jugar la final, hubiésemos firmado todos. Por supuesto que una vez que estás ahí quieres ganar. Pero el equipo ha echado hasta la última gota de sangre en todo el torneo. Un grupo que se plantaba en esta cita con el relevo generacional como su característica más esencial y que ha demostrado que hay futuro. Los jugadores nuevos que han llegado se han integrado a la perfección en una competición de alto nivel como es un Europeo y su rendimiento ha sido mayor de lo esperado. Ha sido el caso, por ejemplo, de Agustín Casado o de Ian Tarrafeta. Ahora, Jordi Ribera deberá seguir trabajando con un equipo que siempre que compite da un plus. Y eso es garantía para todo el balonmano.

El autor es técnico navarro en la Federación Española de Balonmano