Once años después, Ernesto Valverde (Viandar de La Vera, Cáceres, 1964) se ha convertido en el primer entrenador del Barça en conceder una entrevista. Lo hace desde su condición de fotógrafo y en la que establece una relación entre su profesión y su devoción: “Al final en la vida eres como eres en todo, soy como entrenador lo mismo que como fotógrafo: muy impaciente, igual demasiado”. Lo ha entrevistado el jefe de fotografía de La Vanguardia, Pedro Madueño, y la conversación gira en torno a tres ejes: la vida, el fútbol y la fotografía.

Desde 2007, cuando en el banquillo del Barcelona se sentaba Frank Rijkaard, los entrenadores azulgranas habían borrado de sus agendas citas públicas con los periodistas. Lo puso en práctica Pep Guardiola (2008-12), el silenció continuó con Tito Vilanova (2012-13), Tata Martino (2013-14) y Luis Enrique (2014-17), pero la inercia ha cambiado ahora de la mano de Valverde, fotógrafo analógico, cuyas fotos son en blanco y negro, y que cuenta que encargó una cámara en Canarias que le costó 40.000 pesetas y que pagó con su primer sueldo como jugador del Alavés.

Cuando en 1986 fichó por el Espanyol y llegó a Barcelona, la fotografía empezó a ser algo más que una afición al estudiar en el Institut d’Estudis Fotogràfics de Catalunya y en 2012 publicó su libro de fotografías Medio Tiempo, prologado por Bernardo Atxaga.

Dice Valverde que es muy impaciente, como fotógrafo y como entrenador, pero también “inconformista” con su trabajo y que la fotografía es un modo de entender la vida. “El fútbol es algo muy importante, pero tiene una parte que es un absurdo: hoy parece que se vaya a caer el mundo y mañana lo tenemos que volver a construir”, asegura.

El mundo fotográfico del técnico del Barça es melancólico, seguramente producto de que todas sus fotos son en blanco y negro, y en él está muy presente la muerte: “Encuentro que la muerte es fotogénica. Utilizo la muerte para dar un golpe en la cara al que las mira”. Dice además que la satisfacción de hacer una buena fotografía es comparable a ganar “un partidazo” y admite que a veces aparca la cámara y frena la inercia de ir un poco más allá en la elaboración de sus fotos. “En mi profesión de entrenador me pasa algo similar, nunca pienso que cada vez sé más y que cada vez estoy mejor... Y eso es un vaso que se va llenando. Sabes cómo funciona, pero cada día es diferente y uno quiere hacer algo nuevo siempre. Ahí está la presión”, insiste.

Comenta que dentro de la irracionalidad del fútbol, a raíz de una foto que hizo desde el autocar de Olympiacos a los hinchas de este equipo cuando dirigía a este equipo griego, él transmite una imagen de racionalidad. “Cuando estás metido dentro, lo relativizas todo porque, al final, ¿qué punto racional tiene lo que ocurre después de ganar o perder un partido con nosotros? Parece que el mundo se acabe si pierdes y luego no pasa nada. Se baja el telón y empieza una nueva temporada y ya está. Desapareces de la ecuación y no pasa nada, te vas a otro sitio si hace falta. ¿Es eso racional?”, se pregunta.

Detrás de su cámara, Valverde intenta quedarse con lo importante: “Es un elemento más de autodefensa. Bueno, la teoría la tengo clara pero después también es jodido. Desde un punto de vista racional, lo tengo interiorizado, pero también tengo mis crisis. Después de un partido que me ha ido mal, sé que la consecuencia de todo ello no es tan importante, pero tampoco puede dar uno la sensación de que no le importa porque no es verdad y porque eso te puede llevar a un gran desastre personal”. Y va más allá: “El jugador tiene que saber que lo que tú haces y dices lo haces desde las tripas, no lo haces por una pose, y eso es muy importante que se perciba. Esas cosas hay que sentirlas y hay que asumir un coste personal”.

Los valores de Valverde son “la generosidad, la solidaridad y la lucha por un objetivo común para conseguir cosas” y eso lo aplica a todo: a la fotografía y al fútbol.