Le daba vueltas antes de comenzar la prueba del nuevo Peugeot Rifter 1.5 BlueHDI 100 CV, en el completo acabado Allure (al que la unidad de pruebas sumaba opciones por valor de 2.700 euros, como navegador, detectores delantero y trasero de obstáculos, cámara posterior, red separadora de carga, techo de cristal panorámico con zona portaobjetos, Grip control, neumáticos Michelin M+S, llantas de 16 pulgadas y cristales tintados, para dejar el precio con todos los descuentos en unos muy razonables 19.900 euros), a por qué Peugeot había cambiado el nombre de un exitoso y consolidado producto, la Partner, por el de uno nuevo y desconocido, el Rifter. Y la respuesta llegó tras casi 500 kilómetros por carreteras de todo tipo, autopistas y entornos urbanos, conduciendo solo o con sus cinco plazas a tope (también existe una versión larga de 4,753 metros en lugar de la estándar de 4,403, con similar anchura, 1,848 metros, y altura, 1,874 metros): porque esto ya es otra historia.

Lo que comenzó siendo una furgoneta compacta con posibilidades de ser utilizada como turismo se ha convertido con el Rifter en un turismo (por confort, equipamiento, prestaciones, eficiencia, seguridad y comportamiento) con la capacidad de una furgoneta, la modularidad y huecos portaobjetos del mejor monovolumen (admite configuraciones de cinco o siete plazas) y la estética, sobre todo en su parte delantera, de un moderno SUV. Peugeot ha logrado la cuadratura del círculo, y el producto final le ha salido redondo. Les comentaré, a modo de anécdota, que mi tío Fausto, a sus 73 años, siendo poco aficionado a conducir y con algunas dudas sobre si logrará renovar más adelante su carné, tras más de 200 kilómetros de copiloto en el Rifter me confesó que si fuera a cambiar de coche no le importaría nada hacerse con el nuevo modelo de Peugeot.

Y es que este recién llegado evidencia todo el saber hacer que hizo de la Partner un vehículo ejemplar y lo traslada a un formato nuevo y claramente más moderno y atractivo. Es cierto que su superior altura y notable anchura del interior dibujan un habitáculo sobresaliente en cuanto a espacio, y que luego el peaje es un balanceo en curva mayor que el de un turismo, también debido a que en las suspensiones prima la capacidad de absorción y el confort de marcha (excelente en sonoridad de rodadura, aerodinámica y mecánica, junto a una notable finura de funcionamiento). Con una luminosidad soberbia, respaldada por el precioso techo panorámico, sus convincentes puertas laterales correderas (ideales para viajar con niños y personas mayores por seguridad y accesibilidad), unos cómodos asientos, sus tres plazas individuales en la segunda fila y un maletero interminable (775 litros), sólo cabe criticar que el acceso a la rueda de repuesta se tenga que hacer desde el exterior. Esto sí, con el lujazo hoy en día de una rueda de recambio de tamaño estándar.

El otro punto mejorable hace referencia a los desarrollos de la caja de cambios, demasiado largos y con bastante salto entre marchas, lo que obliga a usar más de la cuenta la delicioso palanca, situada muy a mano, en tramos de montaña y a plena carga. Y eso que el motor de 100 CV, 250 Nm y 175 km/h -que entrenamos y por tanto estaba todavía en pleno rodaje- ofrece un rendimiento muy satisfactorio. Sin duda que el diésel de 130 CV y 300 Nm, con seis marchas o caja automática de ocho, tiene que ser una auténtica gozada, más recomendable que el de 75 CV, sólo aconsejable para uso urbano, o el gasolina de 110 CV, que habrá que ver cómo mueve una carrocería tan alta cuando ruede cargada.

En cualquier caso, y con detallazos como el avisador de cambio involuntario de carril o la lectura de señales desde el acabado de acceso, el nuevo Rifter demuestra que es el mejor heredero posible de la Partner turismo, pero a otro nivel, claramente superior.

PEUGEOT RIFTER 1.5 BLUEHDI 100 CV