La crisis no es de frases hechas
"LA batalla del lenguaje es la primera batalla política" dijo hace un año Esperanza Aguirre. Efectivamente, la crisis por la que atravesamos muestra el cuidado que el neoliberalismo pone en sus palabras. Los neoliberales se afanan en modificar la mentalidad colectiva en la idea de que "nada es intocable", hasta vender democracia sin Estado de bienestar y libertad sin oportunidades.
La revolución ideológica que se pretende es tremenda, y va en una doble dirección: rechazo a lo que se considera antiguo, como defender derechos sociales "en un mundo donde nada queda adquirido", y anuncio de un tiempo nuevo en el que "el ciudadano se preocupa por su futuro". Como si antes de la crisis la gente hubiese vivido en Jauja.
Para llevar a cabo esta contrarreforma es imprescindible repetir un relato ideológico persuasivo, que combine tres elementos: culpabilización constante, penitencia legítima y esperanza condicionada. Dicho de otro modo: reprimenda para generar culpa, penitencia en forma de "sacrificios" y horizonte de salida para quienes quieran "esforzarse". Hace unos días, por ejemplo, un financiero hablaba de la "repulsión a afrontar la nueva realidad: el trabajo seguro ha muerto para siempre, y lo que toca ahora es emprender". Un diagnóstico discutible y un infinitivo de moda como solución alternativa. Qué fácil todo. Otras palabras con connotaciones positivas, como reforma, austeridad, o flexibilidad ya están en cambio un poco gastadas. Por eso, como contrapeso, el relato neoliberal explota a fondo frases hechas que esconden potentes cargas de profundidad. Un ejemplo: "Trabajar más beneficia a todos". Y se dota de un barniz socializante que convierte las privatizaciones en "oportunidades" para "la sociedad".
Se trata de ofrecer ideas simples que a ser posible no se puedan cuestionar a primera vista, y que encarnando modernidad o españolismo conecten con un amplio espectro de la población. A ver quién es el "patriota" que no "cree en España", o quién a bote pronto no aplaude eso de "hacer más con menos". Como un año de Gobierno del PP ha servido para lo que ha servido, ahora resulta que frente al "derrotismo" hay que poner "patrioptimismo". Son habituales mensajes tipo "con determinación somos imparables", "es el momento de despertar lo mejor de nosotros mismos", o "debemos tomar las riendas del futuro". Frases aparentemente huecas y deliberadamente ambiguas, que suelen encerrar trampa. Entre otras razones porque los ideólogos del neoliberalismo venden "racionalidad económica" a base de suscitar todo tipo de emociones. Y tratan de dar la vuelta a la realidad instrumentalizando la propia coyuntura. Por ejemplo, en una época de secularización y desacralización, diciendo que unas pensiones revalorizadas no son "sagradas". O rebajando la protección social a algo tan voluble y desacreditado como "lo políticamente correcto".
No nos detenemos a atender el significado profundo de las palabras. En el franquismo se criticaba la democracia a "ultranza" y mucha gente tragaba. Hoy, en medio de tanto ruido mediático, temores infundidos e idearios de retales, nos la meten clavada a base de nuevas consignas y eufemismos regresivos. "El lenguaje como una especie de opiáceo" lo llamó el escritor Manuel Rivas en este mismo periódico.
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