Las campanas de la iglesia de San Miguel suenan en la noche lluviosa de Noáin. Y a su llamada responden decenas de personas. Algunos, fundamentalmente trabajadores, ya montan guardia a las puertas de Motor Ibérica, tratando de evitar que del recinto salgan los 14 camiones cargados con material que han llegado vacíos unas horas antes. Otros descienden desde el pueblo, donde el conflicto entre los empleados y la dirección de la fábrica se ha convertido en un motivo de preocupación para decenas de familias. Parada desde un mes antes, la amenaza del desmantelamiento planea como un fantasma sobre la fábrica de cosechadoras la noche del 12 de junio de 1973.

"Al final, la Guardia Civil nos disolvió a culatazos", recuerda Andoni Zaro, de 72 años, que formaba parte de lo que entonces era el jurado de empresa, el precedente de los actuales comités. En aquel órgano también figuraba Félix Etxeberria, a punto ya de cumplir 66 años, igual que Rafa Mercero, el único de los tres que terminó por jubilarse en la planta, hoy Nissan Forklift. Los tres -entonces poco más que veinteañeros- fueron despedidos y señalados, y rememoraban esta semana un conflicto que prendió de fábrica en fábrica y de polígono en polígono, hasta paralizar por completo la actividad industrial y convertirse en la primera huelga general de Navarra durante el franquismo. "Ahora lo llaman solidaridad -continúa Zaro-, pero nosotros hablábamos entonces de la unidad de la clase trabajadora".

Aquellos camiones salieron a primera hora de la mañana del miércoles 13 de junio, cargados con piezas y repuestos que la multinacional necesitaba para "no paralizar la producción de otras fábricas". Pero los trabajadores no se quedaron quietos y decidieron dar un paso más. Cruzaron Pamplona y se plantaron ante la iglesia de El Salvador, en la Rochapea, donde se encerraron con permiso del párroco en una decisión que había de dar un giro a los acontecimientos. La noticia corrió de boca en boca por una Pamplona entonces en pleno crecimiento. "La gente trataba de pasarnos comida a través de una ventana de la sacristía, pero la Policía rodeó la iglesia y no lo permitió", cuenta Rafa Mercero. Sí llegaron hasta el interior del templo una televisión, proporcionada por Miguel Elizari, que posteriormente fue alcalde de Noáin, y 25 mantas enviadas por el párroco del pueblo, Emilio Unanue. Los trabajadores pasaron allí la noche.

Al día siguiente, y con la noticia del encierro ya en los periódicos, las fábricas que rodean Pamplona comienzan a parar de una en una. Primero en Súper Ser, en Cordovilla, y luego Imenasa, en el barrio de San Juan. Hubo cortes de circulación y el ambiente de huelga comenzó a extenderse por la capital. A las siete y media de la tarde, cuando unos 20.000 obreros permanecían ya parados y la mecha había prendido, los trabajadores de Motor Ibérica deciden terminar con el encierro. "Salimos a la calle rodeados de gente -cuenta el rochapeano Andoni Zaro-. Nos aplaudían y nos abrazaban. Recuerdo que estábamos muy emocionados. Empecé a llorar allí mismo".

El origen del conflicto

Una paga sin abonar de entre 2.000 y 4.000 pesetas

En 1973, hacer huelga equivalía a ser despedido. Este derecho, que en España no se conquistó hasta la Segunda República, quedó proscrito bajo el franquismo, que en su código penal de 1944 calificaba las huelgas como sedición. "A finales de los 60 también es verdad que no faltaba el trabajo. Si te ibas de una empresa porque no estabas a gusto o considerabas que te pagaban poco, encontrabas otro empleo con rapidez", explica Rafa Mercero, que había entrado a trabajar en Motor Ibérica en 1968, cuando el movimiento obrero comenzaba a tomar cuerpo en Navarra.

La huelga de Frenos Iruña en 1965, las de Súper Ser y Eaton Ibérica en 1969 y 1971, la de Potasas poco después o la de Imenasa en el otoño de 1971 mostraban que algo serio comenzaba a moverse. Reivindicaciones salariales, de reducción de jornada y mejoras en las condiciones laborales se sucedían en las plantas de producción de un régimen que miraba orgulloso su desarrollo y que a la vez reprimía cualquier protesta. Ya había sucedido en las huelgas de Pamplona a comienzos y mediados de los años 50, motivadas sobre todo por el hambre y el alza del los precios. Pero a comienzos de los 70, con el régimen cada vez más débil, los movimientos sindicales y políticos ganan espacio y fuerza. Las Comisiones Obreras, primero de modo difuso y posteriormente más organizadas se convierten entonces en el principal elemento de oposición al franquismo.

En Motor Ibérica, un manotazo en una de las mesas bastaba para interrumpir la faena y convocar una asamblea. "Primero las celebrábamos y luego pedíamos permiso", recuerda Antonio Zaro, que entró en la planta de Noáin en 1967 y que asistió en primera línea al desarrollo de un conflicto que comenzó a incubarse a finales de 1971, cuando la empresa decide suprimir la paga fin de campaña y deja a deber el importe correspondiente a cuatro meses. "Aquel dinero era nuestro", recuerda Rafa Mercero.

En mayo de 1973, a la deuda por aquella paga (entre 2.000 y 4.000 pesetas, por cada trabajador según publicó entonces Cambio 16) se habían sumado otros motivos de descontento. El más importante, la diferencia de salarios con la planta de Barcelona, donde se cobraban 11.000 pesetas más al año. "Cada vez que teníamos una reunión pedíamos el aumento, pero nos lo negaban y nos decían que la vida era más cara en Barcelona", explica Zaro. Con el atraso de la paga en Magistratura y una sentencia a favor del comité, el 8 de mayo la empresa se compromete a abonarla, pero solo a los 14 representantes de la plantilla. "Aquello todavía cabreó más a la gente", dice Zaro, quien pegó el golpe en la mesa para empezar a hablar. "Dijimos que al día siguiente parábamos y así hicimos. Y no volvimos a trabajar".

la huelga se extiende

Paros de solidaridad y caja de resistencia para aguantar

A partir de ahí, la pelea entre los trabajadores y la dirección de la empresa se convierte en una sucesión de sanciones, asambleas, votaciones, cartas de despido, intervenciones de la Guardia Civil e intentos de la multinacional por retomar la producción, llevarse material o sustituir a los trabajadores con aquellos que se encontraban en lista de espera.

La huelga tarda en cualquier caso dos semanas en dejarse sentir. El 23 de mayo, Licinio de la Fuente, ministro de Trabajo, visita Pamplona. Llega al aeropuerto de Noáin, muy cerca de la planta en huelga, y los trabajadores de Motor Ibérica deciden acudir a recibirlo. "Alguien propuso que había que aprovechar para hacer algo llamativo, así que fuimos unos 50. Cuando llegó, le dimos la espalda. Fue una acción muy bonita", dice Zaro, quien recuerda aquellos días agitados moviéndose de fábrica en fábrica y con debates continuos. "Nos reuníamos donde podíamos. Antes de la huelga, en el sindicato vertical. Luego hubo que cambiar. Íbamos al Catachú de Pamplona, al bar Descanso en Noáin, aunque allí no nos querían mucho, o incluso al frontón de Subiza, con un helicóptero de la poli encima. Y de allí volvías luego a casa con el miedo de encontrarte a los grises".

Poco a poco comienzan a llegar las muestras de apoyo de otras empresas. "Fuimos a Súper Ser, hablamos con los delegados y luego hicieron su asamblea y decidieron parar", explica Andoni Zaro. La fabrica de electrodomésticos fue la primera en parar durante una hora en solidaridad con los trabajadores de Motor Ibérica. "Este tipo de huelgas eran habituales entonces. Y también se recogía dinero para organizar cajas de resistencia y poder prolongar la huelga. Hoy, en cambio, la gente no para ni por el compañero de su misma empresa al que han despedido", lamenta Félix Etxeberria, quien recuerda que Enrique Barón, entonces abogado en derechos humanos y posteriormente ministro con Felipe González, les hizo llegar "dólares llegados desde Alemania". "Después de la huelga -continúa Etxeberria- fuimos a Madrid para una entrevista en Cuadernos para el Diálogo y nos alojamos en su casa. Tenía unas literas para los niños y allí nos quedamos. Era la primera vez que yo visitaba Madrid".

la resolución

Seis días de huelga total hasta la readmisión

La escalada de tensión ya no se detiene y entre el 14 y el 20 de junio la huelga en Navarra es casi total. Una tras otra se suman empresas y cierran comercios en apoyo a las demandas de los trabajadores de Motor Ibérica. La cúpula de la multinacional, sin embargo, no cede. Su director general en España, Juan Echevarria Puig, tiene fama de duro. Un año antes ha despedido a Marcelino Camacho, fundador y líder histórico de Comisiones Obreras, en la división de motores Perkins, y ahora tanto él como su equipo directivo se resisten a readmitir a los 17 trabajadores expedientados. Incluso cuando la huelga ha terminado. "Seguimos presionando para volver. Nos colábamos en la Diputación y caminábamos por los pasillos y los despachos. Yo me vi casi todas las salas", recuerda Zaro.

Finalmente, nueve de los 17 fueron readmitidos y a otros cuatro se recolocó en Authi. "Intercedió la propia Diputación, con Amadeo Marco en persona", explica Rafa Mercero, uno de los que pudo regresar a su puesto. Félix Etxeberria entró en Authi y Andoni Zaro pudo ingresar en Copeleche, también a instancias de la Diputación: "Pero yo allí no pintaba nada. Pasé unos años trabajando en lo que podía. Ibas a una empresa y cuando dabas tu nombre, sacaban del cajón un papel, veían que habías participado en la huelga y te decían que ya te llamarían. Estaba en la lista negra". La paga de fin de temporada que había desatado la huelga fue abonada por Motor Ibérica. "Vino el listero a casa -recuerda Zaro- y me la abonaron en un sobre marrón".

La pelea no terminó allí. En 1978, los tribunales sentenciaron que los miembros del comité que no habían regresado podían acogerse a la amnistía de 1977 y fueron indemnizados por la empresa. "Cambiaron el puesto por dinero", recuerda Zaro, quien como Felix Etxeberria y Rafa Mercero siguió durante muchos años afiliado a LAB. Hoy cree que "tanta división sindical y tanta sigla perjudica a los trabajadores", pero anima en cualquier caso a hacer huelga el próximo jueves 30. "Aunque las huelgas deberían ser indefinidas. Si no, no se consiguen los objetivos. Nos han dividido y nos han ganado", añade. Sus dos compañeros también creen que sobran los motivos para protestar y no entienden "la falta de respuesta" ante los recortes y la ausencia de "solidaridad" entre unos y otros. "No sé si con lo que hacíamos nosotros se conseguían muchas cosas -concluye Rafa Mercero-, pero con lo que se hace ahora desde luego que no se va a lograr nada".