Huarte, Franco y compañía
Al conceder la Medalla de Navarra a Félix Huarte se ha ocultado el éxito de la acción colectiva de trabajadores y empresarios en la industrialización de los años 60 y 70.Huarte ganó dinero, mucho dinero, y redistribuyó a su manera
Casi cuarenta años después de la muerte del dictador la controversia sobre qué hicieron los empresarios navarros durante el franquismo se ha reabierto al hilo de la polémica concesión de la medalla de Navarra a dos de los principales impulsores del Programa de Promoción Industrial de 1964. Hay quien sigue preguntándose si efectivamente el éxito de Félix Huarte Goñi en los negocios se debió primordialmente a sus conexiones con el franquismo. O si la acción política del director financiero de la Caja de Ahorros Municipal Miguel Javier Urmeneta Ajarnaute en el Ayuntamiento de Pamplona, primero, y en la diputación, de la mano con Huarte, después, fue posible por llevarse bien con todas las “familias políticas” del régimen sin que estuviese adscrito en exclusiva a ninguna de ellas. En realidad, poner el foco en estas dos personalidades y atribuirles un carácter demiúrgico con el que transformaron Navarra de agrícola en industrial es un craso error. Primero, porque oculta el éxito de la acción colectiva de trabajadores y empresarios en la industrialización de los años 60 y 70. Segundo, porque suministra argumentos gruesos a los que hacen un uso de la historia como una épica de héroes y villanos. Y tercero porque la reflexión sobre qué lecciones del pasado pueden sernos de utilidad ante la desolación de los tiempos presentes y los retos del inmediato futuro pasa a ocupar un lugar marginal. En consecuencia, los historiadores debemos explicar mejor qué fue el franquismo y cómo condicionó el desarrollo económico y empresarial. La historia económica debe contribuir a que la sociedad de hoy asuma el pasado de manera crítica. Aunque esto en España parezca imposible.
Cuando en 1970 el economista Juan Muñoz publicó El poder de la Banca en España con el objetivo de desvelar el poder industrial y financiero que habían logrado las élites del franquismo, el nombre de Félix Huarte Goñi figuraba en la nómina de las sesenta principales fortunas del país. Inevitablemente ese apellido ya había mutado en sinécdoque de uno de los “empresarios de Franco”. En esa misma fecha el norteamericano William Baumol estaba comenzando a elaborar una de las teorías que mejor han ayudado a definir la naturaleza de la empresa y sus protagonistas, “aquellas personas con ingenio y creatividad para encontrar los cauces que acrecientan su propia riqueza, poder y prestigio” y cuyas decisiones alcanzan al resto de la sociedad. Precisamente el modo en que impacta socialmente la acción de los empresarios permitía a Baumol distinguir entre funciones empresariales productivas -enriquecen al empresario y a la sociedad-, improductivas -benefician al empresario a costa de la sociedad- y las destructivas -empeoran a ambos y eliminan recursos-?. Que predominen unas u otras dependerá, según este economista de la NYU, del marco institucional. Y asimismo de cómo interpreten y manejen las oportunidades de negocio conforme la economía evolucione. Trasladado este esquema de análisis al contexto histórico de la Navarra de 1971, cuando fallece F. Huarte, ¿en cuál de estos perfiles encaja la trayectoria del que fuera constructor, primero, industrial, después y finalmente vicepresidente de la Diputación foral de Navarra?
Empresarios y franquismo El marco institucional en el que desplegó su actividad durante más tiempo fue el de una dictadura que había diseñado unas organizaciones políticas y económicas y una estructura de incentivos en la que los empresarios tomaron decisiones relevantes para su fortuna personal y para la sociedad en la que ejercieron de manera encadenada o simultánea esos papeles de empresarios, directivos de banca y políticos. Quienes han estudiado el comportamiento de los empresarios en España entre 1950 y 1975 han subrayado el relevante papel que desempeñaba el Estado en la estrategia y resultados de las empresas y la importancia que tenía para los empresarios el poseer buenos contactos en los diferentes niveles de la administración, ya que era la vía por la que pudieron acceder a líneas preferentes de crédito, licencias de importación, desgravaciones fiscales y contratas que se convirtieron en ventajas comparativas para sus empresas ya establecidas o en factores de entrada en sectores nuevos.
Sostiene Jesús Mª Valdaliso que, con esas reglas del juego, los “empresarios tuvieron que competir más por el Estado que por el mercado”, y las funciones improductivas prevalecieron sobre las productivas, repercutiendo negativamente sobre la competitividad de las empresas. Es lo que otros hemos identificado como capitalismo de compadrazgo o de amiguetes, al que se acostumbró durante demasiado tiempo la empresa española, y cuya práctica cultural sigue siendo tan contumaz como difícil de erradicar. En otras palabras, el marco institucional limitó el potencial de crecimiento y el modelo productivo español. No obstante, ese medio ambiente social no pudo impedir que hubiese experiencias empresariales creativas y beneficiosas para los dueños de la empresa, sus trabajadores y la sociedad. Innovar en la empresa, en la cadena de producto y valor, no era incompatible con unas actitudes políticas defensoras del orden instaurado en 1939 (autarquía), 1959 (estabilización) o 1964 (desarrollismo) y al que los empresarios se adaptaron al ritmo que marcaba el régimen, la coyuntura internacional y el clima para hacer negocios.
De constructor a industrial y financiero Entre 1927 y 1950 la principal actividad de Huarte estuvo ligada a la construcción pública y privada entre Pamplona y Madrid, donde se dirimía los grandes contratos de obra civil. Entre la dictadura de Primo de Rivera y la Segunda República Huarte adquirió reputación como empresario inmobiliario, haciendo compatible la innovación técnica con el conocimiento de los entresijos de la administración en la que se dirimían proyectos, concursos y contratas, fuese cual fuese el color de los gobiernos.
Las dificultades vividas durante la Guerra Civil fueron pronto compensadas por la fuerte demanda interna de construcción en la larga posguerra. Las oportunidades capturadas iban desde las bases militares y aeropuertos para el ejército estadounidense a la red de hospitales e instalaciones lúdicas (el estadio Bernabéu o el Valle de los Caídos), de la infraestructura industrial y energética al negocio de la vivienda en una renacida expansión urbanística. Esa experiencia fue vital para acumular capital -mucho capital- y capacidades técnicas, financieras y de gestión (formación de equipos directivos muy cualificados y contacto con empresas extranjeras, lo que hoy llamaríamos una estrategia de internacionalización). Todo ese conocimiento fue de gran utilidad.
La segunda etapa transcurrió entre 1951 y 1970 cuando el constructor decidió diversificar los negocios y aplicar el modelo al mundo industrial. Ese salto fue primero hacia el sector metal-mecánico ligado a las necesidades de las obras (de perfiles en frío y laminados de acero y aluminio a hormigoneras y grúas) y, poco después, evolucionó hacia la automoción y sus auxiliares (vehículos industriales, motocicletas, cajas de cambio, frenos, circuitos eléctricos, llantas, etc), junto a otras del papel, las grasas industriales y los servicios.
En suma, una irrupción ligada a las tímidas señales que emitía el mercado doméstico todavía muy desabastecido. Tras un largo período de caída de los salarios y del consumo a causa de las restricciones impuestas por el gobierno de la autarquía, el consumo de masas estaba próximo a eclosionar y los empresarios bien situados lo aprovecharon. El giro de política económica de 1959 aceleró ese proceso y el desarrollismo convirtió ese ensayo industrial de los Huarte en los 50 en una plataforma industrial muy potente en los 60. La industria del automóvil fue la estrella del Grupo. Mientras, la constructora no cesó de participar en los programas de obras públicas (carreteras, autopistas), industriales (fábricas, plantas térmicas y centrales nucleares) e inmobiliarias.
Invertir, transformar y acumular Si por razones estratégicas Madrid fue la sede central de esa parte del negocio, Pamplona fue la base del distrito industrial y aquí fue donde el empresario formalizó su paso a la política. En la primavera de 1964 Félix Huarte es la máxima autoridad de la Diputación foral de Navarra en la que intenta replicar los planes de desarrollo regional que están desplegándose en muchas zonas de Europa y, de nuevo, trasladar el modelo de gestión de sus empresas a una vieja institución con capacidad tributaria y financiera sin parangón en la España del desarrollismo.
Esa iba a ser una de las palancas del lanzamiento del Programa de Promoción Industrial, diseñar mecanismos atractivos para que grandes factorías se instalasen en Navarra, al tiempo que las ya existentes podían beneficiarse de las ayudas públicas a condición de expandir su actividad y crear empleo. Todas ellas trataban de aprovechar la oleada de un crecimiento económico muy acelerado, en el que las industrias tuvieron un gran protagonismo y en el que los mecanismos institucionales del franquismo salían reforzados. Los contactos y el acceso a las fuentes de capital eran claves para hacer negocios. Despegue económico (mercado) e intervención gubernamental (Estado) iban de la mano. Con toda naturalidad, porque el contexto institucional así lo permitía, por las mañanas se dirigía la administración pública y por las tardes se tomaban decisiones estratégicas en los consejos de sus empresas.
¿Cuánto empleo industrial, cuántas empresas y cuánto capital creó el Grupo Huarte en Navarra? Según diversos testimonios, a finales de los 60 las 20 empresas localizadas en la región empleaban a unos ocho mil trabajadores. Según nuestras propias estimaciones -y este es un dato que ve la luz por primera vez-, entre 1951 y 1970, el capital inyectado en esas empresas -desembolsado vía creación de la firma, las sucesivas ampliaciones y los mecanismos de financiación habituales (acciones y obligaciones), ascendía en moneda constante (es decir, descontada la inflación) a 740 millones de euros de 2010, el equivalente al 4,1% del PIB de la Navarra de hoy. Estos datos nos permiten calificar las funciones empresariales desempeñadas por Huarte como productivas, a la Baumol.
El empresario ganó dinero, mucho dinero y otros intangibles (prestigio social, poder político, económico y financiero, capacidad de influencia). Y además pagando pocos impuestos, los que la Hacienda foral y la central venían exigiendo históricamente a los empresarios. En ausencia del Estado del bienestar, ese empresario prototípico redistribuía a su manera. Financiaba generosamente obras de asistencia social, contribuía al desarrollo de la universidad privada, ejercía el mecenazgo de los artistas e intelectuales más críticos del régimen y de las vanguardias. La sociedad navarra también ganó por el impacto transformador de la estructura económica, la creación de empleo y unos salarios crecientes a base de horas extra y destajos. Ese era el escenario de una regulación laboral y de negociación colectiva muy desfavorable a los trabajadores en ausencia de libertades. Porque de eso se encargaba la dictadura.El autor es catedrático de Historia e Instituciones Económicas en la Universidad Pública de Navarra
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