pamplona - Casi una treintena de familiares y descendientes de Miguel Javier Urmeneta acudió ayer al patio isabelino del Departamento de Cultura del Gobierno de Navarra a recoger un galardón “más que debido”. Lo dijo su hija mayor, María Urmeneta, encargada de recibir una medalla que, según explicó en su discurso de agradecimiento, recoge “una de tantas cosas” que su padre hizo “por Pamplona y por Navarra”: su contribución a que la comunidad sea hoy industrial y desarrollada. Y no “emigrante y empobrecida” como a finales de los 50.

Los Urmeneta conforman una familia extensa, de las que ya no quedan tantas. Miguel Javier era el mayor de 12 hermanos, que engendraron una descendencia a su vez abundante: hoy son 78 primos carnales. “Y ya puedes decir que todos le queríamos un montón”, explicaba ayer su sobrina Cuca Zozaya Urmeneta. Junto a su prima, María Beperet Urmeneta, recordaba el carácter de su tío, “un líder nato” y “muy buena persona”, que “trataba con pobres y con ricos, con quien tenía saludo y con quien estaba enfermo”, explicaba María. Las dos coincidían asimismo al recordar su “amor por Pamplona” y su compromiso con la familia. “Era el mayor de 12 hermanos que se quedaron muy pronto sin padre, así que tuvo que abandonar una carrera prometedora en Estados Unidos para hacerse cargo”, recordaba Cuca.

Su prima María había mencionado alguna de las características que distinguieron a Urmeneta, fallecido en 1988, y a quien calificó como “trabajador incansable”, que compaginó “cargos públicos con la dirección de Caja de Ahorros Municipal de Pamplona”. “No aceptaba regalos, ninguno, nunca”, dijo ante una nutrida representación de la clase política navarra. “Jamás le escuché una palabra de crítica hacia nadie, ni en los peores momentos, por encima de viejas rencillas y antiguos desencuentros. Siempre nos decía: ‘Elevaos sobre las mezquindades”.

La hija mayor de Miguel Javier ha recordado durante los días previos a la medalla la figura de su padre. Ayer estuvo acompañada por su marido, Benito Sada, y por sus dos hijos, Ángela y Guillem. También por su hermana pequeña, Ángela Urmeneta. “Otros dos hermanos viven en Francia y Mikel no ha podido venir porque está en Nueva York”, explicaba ayer María Urmeneta, quien quiso incidir en “los valores democráticos y de interés general” que representa la figura de su padre, “demasiado universal para caber en su solo partido”. De su recorrido vital destacó “su visión de futuro” su capacidad de conciliación, que lo llevó a mediar “en complicados convenios en tiempos convulsos”, desde el convenio laboral de Potasas, que enfrentaba a trabajadores y dirección, hasta el convenio económico entre Navarra y el Estado. “Siempre -dijo- estuvo del lado de aquellos a los que la vida no les era fácil”.

humanista y comprometido El banco en la puerta del paseo de Sarasate, en un ático situado encima de las oficinas de la Caja Municipal, ilustraba “las puertas abiertas de una casa que siempre estuvo llena” . “Para todo el que lo necesitara, a cualquier hora. A todo el mundo recibía igual”, explicó María durante su discurso, que recordaba también el carácter “humanista” de quien a lo largo de su vida fue militar y director de caja de ahorros, alcalde y vicepresidente de la Diputación, pero también pintor y autor de dos libros de memorias, académico de Euskaltzaindia y fundador de revistas culturales. “Le importaba la gente, su gente, su tierra, su casa, bere etxea, Navarra, la cual se desbordaba incontrolable entre las memorias de su infancia y las rápidas aguadas de brillantes acuarelas”, relató.

Una Navarra que la familia recorría los domingos, apretada en un único coche, en dirección a Salazar, a la Bardena o a Baztan, donde tenían casa. “Nada escapaba de su libreta. ‘Una farola hace falta aquí, el pavimento de la carretera no puede estar así, la ermita hay que reparar, el agua, no les llega el agua’. Y entre farolas y curas, alcaldes, pastores y baserritarras surgían apuntes, plumillas, acuarelas. Tiempo para todos y para todos”, añadió María.

Y un sinfín de proyectos acometidos durante un tiempo de grandes cambios, que vieron transformarse la ciudad, de la que fue alcalde durante seis años (1958-1964) y la propia comunidad. “Por amor a Navarra -recordó su hija en relación a un ofrecimiento hecho por uno de los gobiernos de Suárez- rechazó sin aspavientos carteras ministeriales y altos cargos. No le interesaban alfombras rojas, emolumentos, títulos oficiales, oropeles ni medallas”.