Credit Suisse y UBS, los dos principales bancos de Suiza, celebran esta semana por separado sus juntas generales de accionistas, que podrían no estar exentas de tensiones, pero que deberían allanar el camino para su fusión antes de finales de año, forzada por la grave crisis financiera del primero. Credit Suisse, tras un mes de marzo en el que estuvo al borde de la quiebra, celebra su mañana martes, mientras que UBS, que adquirió a su rival a instancias del Gobierno suizo para salvarlo, lo hará el miércoles, con muchas incógnitas respecto a qué pueden dar de sí ambos encuentros.

La compra de Credit Suisse por UBS, acordada el 19 de marzo, será debatida pero no objeto de voto: la delicada situación que el primero atravesaba hace apenas unas semanas forzó a que se adoptaran procedimientos de emergencia para firmar la adquisición, evitando por ello el procedimiento normal de dar seis semanas a los accionistas para aprobarla o no.

Importante será el hecho de que tras las dos asambleas el mando de UBS cambiará de manos: el actual consejero delegado, el neerlandés Ralph Hamers, será sustituido por el suizo Sergio Ermotti, quien ya dirigió el banco de Zúrich entre 2011 y 2020 y ahora regresará para supervisar el complejo proceso de fusión.

UBS se convertirá en un gigante con un valor de mercado que duplica el PIB de Suiza, lo que preocupa a los analistas por su posible poder de presión en las finanzas helvéticas, y el riesgo de desprestigio para éstas.

Los analistas observarán con atención si en las juntas generales se dan detalles sobre el coste económico y laboral de una adquisición que se calcula podría suponer el recorte de 10.000 puestos de trabajo y el cierre de 75 sucursales bancarias, es decir, la cuarta parte del personal y de las oficinas en ambas entidades sumadas. También hay expectación por saber qué tono adoptará la junta de Credit Suisse después de un año negro para el banco, que debido a sus problemas financieros y de imagen ha acabado perdiendo en ese lapso hasta un 90 % de su valor en bolsa, lo que sin duda habrá perjudicado a muchos de sus principales inversores.

Empezando por el Banco Nacional Saudí, que a finales de 2022 se convirtió en el principal accionista de Credit Suisse al invertir 1.509 millones de euros en una participación del 9,8% en la entidad que tras la compra por UBS acabó valiendo ante el mercado de valores sólo 301 millones.

El Banco Nacional Saudí fue en todo caso uno de los grandes desencadenantes de los estertores finales de la crisis, cuando el 15 de marzo su presidente Ammar al Khudairy anunciaba que no iba a invertir más en la entidad suiza, en un delicado momento para el sector bancario mundial por el colapso del Silicon Valley Bank.

Ese comentario contribuyó a que ese mismo día las acciones de Credit Suisse se desplomaran un 24 %: no parece casual que tras ello, la semana pasada, el ejecutivo saudí dimitiera alegando “motivos personales”.

Litigios

Otro tema que podría debatirse es el de los pleitos que Credit Suisse, y UBS al heredar sus cuentas pendientes, podrían afrontar después de que sus bonistas perdieran todo su dinero invertido a raíz de que los bonos AT1 asociados al banco, por valor de 16.000 millones de francos (16.100 millones de euros), se redujeran a cero por decisión de las autoridades suizas para facilitar la fusión.

Esa medida sin precedentes, ya que en estos casos los dueños de bonos suelen estar protegidos frente a las pérdidas, preocupa en el mercado europeo de bonos, que mueve unos 275.000 millones de euros y podría perder su atractivo si muchos bonistas temen que en casos de dificultad pueden, como ha pasado aquí, ser los grandes perjudicados.

UBS compró Credit Suisse por 3.019 millones de euros, un precio un 60% más bajo del que entonces tenía la entidad en bolsa, con grandes ayudas del Gobierno suizo, que ofreció hasta 100.600 millones y una garantía a UBS para cubrir pérdidas de hasta 9.060 millones . Credit Suisse, con 167 años de historia, había encadenado dos años de pérdidas millonarias: en 2021 fueron de 1.580 millones de euros, y en 2022 casi se quintuplicaron, hasta los 7.340 millones.

Entre los principales factores que explican estas pésimas cuentas y la desconfianza de los inversores destacaba su exposición a firmas de riesgo que colapsaron en ejercicios anteriores, como el fondo de cobertura estadounidense Archegos o la firma angloaustraliana de servicios financieros Greensill.

A los problemas financieros se sumaron muchos otros en torno a la reputación del banco, con varias dimisiones de sus directivos inmersos en distintos escándalos.