En la ladera del monte, sobre un coche, entre barrotes o subidos a una valla. Así están siguiendo el fútbol regional centenares de aficionados que han sido expulsados de los los estadios debido a la situación de la pandemia. Sin el apoyo del público, el fútbol regional ha perdido su esencia en una nueva normalidad que aficionados, clubes y jugadores no terminan de entender.

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Aficionados ven partidos de Tercera División desde fuera del campo

Los aficionados siguen sin poder entrar a los estadios y buscan cualquier resquicio para ver partidos de fútbol sin infringir esa ley que no les permite entrar al estadio, pero que tampoco les impide seguir el mismo choque desde fuera. Cuestión de centímetros.

Las gradas están siendo utilizadas como banquillos y los aficionados han quedado relegados al exterior del estadio. Allí, al otro lado de la valla, se agrupan decenas de seguidores ansiosos de una bella jugada, una parada increíble o un gol de su equipo.

Esto es lo que se ha vivido este fin de semana, una jornada más, en campos como los del Subiza, Burladés, Bidezarra o Valle de Egüés. Aficionados expulsados de los terrenos de juego que buscan todo tipo de soluciones imaginativas para ver a su equipo.

La eficacia del cierre perimetral de los estadios con fines sanitarios también se ha cuestionado. La clausura de los campos ha provocado algunas aglomeraciones entre aficionados buscando el mejor ángulo posible para seguir el partido. Una situación que podría controlarse con mayor facilidad con el público dentro del estadio.

Los más afectados por esta medida han sido probablemente los clubes, que han perdido sus ingresos por abonados, entradas y consumiciones. La entrada de público -aunque sea con aforo limitado- sería un gran alivio para la economía de los equipos, que llevan nueve meses sin vender entradas, sortear jamones ni servir cafés.

Pero también los propios jugadores anhelan la vuelta del público. Jugar en una cancha vacía da hasta vergüenza, porque supone colarse en el templo de los aficionados y perforar las porterías sin que nadie pueda verlo. Un auténtico sacrilegio por el que los futbolistas se sienten culpables; notan la frialdad del cemento y les aterra la inquisitiva mirada de los asientos de plástico.

El goleador desafina con su estridente chillido si no lo acompaña el coro de la hinchada; las peticiones de faltas o fuera de juego pierden consistencia y se escucha todo: cada patada, cada golpeo, cada palo, cada insulto y cada halago. El fútbol se vuelve inquietante, frío, racional y monótono sin la gente.

No es de extrañar que aficionados, clubes y jugadores pidan la paulatina vuelta de la afición a los estadios para que el fútbol regional vaya recuperando poco a poco su esencia.