El presidente de la FIFA ha pedido por carta a las 32 selecciones participantes que eviten “batallas ideológicas o políticas” durante el Mundial de Qatar. Es decir, que se centren en jugar y no hagan ningún alegato de los derechos humanos que pueda molestar a la monarquía absoluta que paga el espectáculo. Sobre todo los derechos LGBTQ, que en Qatar son “daños mentales”. Y, por supuesto, ni mención de que la FIFA es la única responsable de que el Mundial se celebre en semejante país. El fútbol, como alfombra bajo la que cabe todo, como excusa para admitir en la comunidad internacional a un régimen como ése, como producto a la venta al mejor postor. Y lo más triste es que la mayor parte de las federaciones nacionales va a obedecer a la FIFA, porque están en juego muchas prebendas. Con la Federación Española, la de la Supercopa en Arabia Saudí, liderando el silencio cómplice y cobarde.