Tras deleitarnos con Las herederas, Aixa de la Cruz vuelve a regalarnos una historia de esas que nos hacen reflexionar largo y tendido, que no dejan a nadie indiferente. Amor, pactos de sangre y las preguntas esenciales giran en torno a Todo empieza con la sangre.
Todo empieza con la sangre. ¿Con qué cree que acabará?
(Risas). También con la sangre. La estructura de la novela es un poco circular y yo creo que la vida es un poco circular. Volvemos una y otra vez al punto de partida pero habiendo aprendido cosas distintas. Sí, tengo esa sensación.
Arranca esta novela precisamente con un pacto de sangre entre dos amigas de la infancia. La protagonista, Violeta, llega a preguntarse cómo podemos llegar a romperlos. ¿Siente que hacemos más pactos de sangre de los que creemos?
Creo que sí, sobre todo porque mi generación y la siguiente siento que estamos viviendo un momento de revalorización muy fuerte de la amistad, que igual en generaciones anteriores no se le daba la misma importancia a los amigos en el sentido de que estén como cerca en la crianza de tus hijos. Irantzu Varela lo llama el lesbiátrico, y en mi entorno mucha gente está pensando en organizarse de cara a la vejez, entre amigas. Creo que se está moviendo esto, y sí que tenía pensado reflexionar sobre esto que comenta Brigitte Vasallo de que deconstruir la monogamia no va a implicar tener más parejas sexuales, sino romper esa jerarquía histórica de que primero está tu pareja a la que le debes toda la lealtad y los cuidados, luego tu familia, luego ya vendrán las amigas si te queda un hueco y luego el resto del mundo. Esto se nos está quedando un poco asfixiante y un poco pequeño. Si mantenemos esta estructura, yo que no tengo hermanos, me va a tocar cuidar sola de mis padres. Entonces, estamos pensando y hablando mucho estas cuestiones, esta idea de que podemos hacer que sean de sangre los que no son de sangre.
Tal vez tenemos la idea del amor romántico demasiado arraigada. En ella, priorizamos más al otro que a nosotros mismos, ¿no?
Puede ser, sí. Yo lo que creo que pasa con el amor romántico es que ciertas configuraciones heteronormativas aíslan muchísimo. Yo sí que tengo la sensación de que pasa mucho, como que una amiga entra en una relación con un hombre y de pronto desatiende a las amigas, lo que significa que está perdiendo vínculos, que si esa relación en la que se ha metido es de violencia cada vez va a tener menos personas que la ayuden a salir de ahí, y también significa que cuando esa relación se rompa de pronto te vas a reincorporar al mundo habiendo cercenado muchos lazos y sintiéndote absolutamente sola. Por eso hay algo peligroso en esta especie de autoabsorción de la pareja de dos, que ya te digo que no es que se dé en todas las relaciones. Es peligroso porque obviamente ninguna persona en esta vida nos puede dar todo lo que necesitamos.
Violeta en ocasiones usa ese amor para llenar los huecos que siente que le quedan desde la infancia. ¿Cómo podemos aprender a identificar ese amor que nos hace bien?
Yo no tengo ni idea (risas). Creo que se habla mucho, y se ha criticado mucho, esta idea como de casi consumo capitalista de cuerpos en toda esta monogamia serial de ir enlazando relaciones.
¿Relaciones de usar y tirar?
Claro, un poco. Puede que esté eso. La otra forma de verlo es que, gracias a que no existe la prohibición del divorcio como pasaba con nuestras abuelas, tenemos la posibilidad de experimentar relaciones diferentes y con cada una de ellas ir creciendo un poquito más. Yo, sinceramente, hablando de mí, espero ser una persona mucho más ética ahora con 37 años que lo que era con 20. Creo que recuerdas tu forma de comportarte con el otro, de entender la responsabilidad afectiva..., esto va evolucionando. Idealmente va evolucionando. Y la posibilidad de interactuar con diferentes parejas nos ayuda a crecer un poquito.
En el caso de Violeta también hay una necesidad de escapar. ¿Cree que los lectores van a empatizar con esa necesidad, en ocasiones, de huir?
Creo que sí, porque eso alude a una insatisfacción crónica que yo creo que es bastante compartida. Algo tiene que ver con lo que nos vende el capitalismo, con el consumo, con que tus necesidades están puestas en algo que te falta y el mercado te dice que eso que te falta es un objeto de consumo. Cuando lo consumes, te das cuenta de que no te ha satisfecho. Entonces vas a lo siguiente. Es un bucle.
Ahora es más fácil huir que hace unos años, ¿verdad?
Claro. Es verdad que la huida hacia afuera suele ser poco productiva. Estoy en un lugar de malestar, en un lugar de crisis, así que voy a intentarlo en otra ciudad, con otra pareja. Pocas veces la solución está en el escapismo. Y por eso creo que para mí fue importante la pandemia y lo es en este libro, un cronotopo en el que se nos quitó la posibilidad de la huida. Nos vimos encerradas en el espacio privado, a mí la reclusión también me llevó a conectar mucho con el cuerpo. Empecé a hacer yoga, a bailar... Para mí eso fue una huida diferente, y me pasa. Medito mucho y me salva un poco la vida porque yo soy muy nerviosa. Hay diferentes tipos de huida y esta me parece una que quería que Violeta acabara descubriendo.