Elsa Punset: “Nunca me ha dado la sensación de que mi apellido fuese un peso”Miguel Acera
Han pasado cinco años desde que Elsa Punset publicó su último libro. Ahora regresa con Alas para volar, una guía luminosa y profundamente humana que parte de una experiencia real. A partir de esa vivencia, la autora reflexiona sobre cómo volver a empezar, cómo escuchar al cuerpo, cómo detectar señales de alerta, cómo decir que no y cómo reconectar con la naturaleza.
Alas para volar esta lleno de metáforas, y quizá la más potente es la del gorrión. ¿Por qué eligió este pájaro?
-Realmente fue porque me lo encontré, no me lo he inventado. Yo creo que si me lo hubiese inventado, no hubiese vivido la experiencia de criar a un ser de otra especie tan diferente a mí. Y fue a raíz de esa crianza que me vino la metáfora. Me lo encontré en la puerta de mi casa, un verano, que es cuando caen y la mitad de ellos mueren. La diferencia con la infancia humana es bastante curiosa: siendo pajarillos casi todos mueren, es una infancia muy corta. Nosotros tenemos infancias muy largas, muy protegidas, que es lo que nos permite salir adelante.
El libro se divide en capítulos de diferentes etapas de la vida. ¿Cómo decidió esta estructura?
-Fue muy intuitivo. Realmente empieza con una mirada a la persona, a cómo crecemos, cómo aprendemos para activar nuestras defensas para salir al mundo. Luego pasa por las relaciones con los demás y después por la relación con el entorno en el que vivimos.
"En lo fisiológico no estamos programados para la alegría, sino para sobrevivir”
Hay un capítulo dedicado al término red flag. ¿Cuáles son las claves para aprender a detectar estas señales en nuestras relaciones y en la vida cotidiana?
-El cuerpo. Las red flags son básicamente todas las señales que la vida te envía. Pero hay experiencias que a veces tienes que vivir para aprender. Yo escribí un capítulo que se llama El cuerpo sabe, porque creo que tenemos dos brújulas: el cuerpo y la alegría.
¿Cómo podemos aprender a escuchar realmente lo que el cuerpo nos está diciendo?
"A las mujeres, durante siglos, nos han educado para sacrificarnos y ser amables”
-El cuerpo sabe antes que la mente. Cuando yo escribí el libro salía de una experiencia personal difícil y tenía unas urticarias enormes. El cuerpo habla así: con insomnio, con incomodidad. Lo primero es salir de la mente, porque la mente justifica, te da excusas y te engaña. La otra brújula es la alegría. Es importantísima. No estamos programados fisiológicamente para la alegría, sino para sobrevivir, y por eso la sociedad la ha reemplazado por pequeños placeres o distracciones. Pero la alegría te dice lo que es importante para ti. Preguntarte: ¿esta relación me da alegría?, ¿este trabajo me da alegría? Es fundamental. Y luego dejar de decir mentiras. A las mujeres, durante siglos, nos han educado para sacrificarnos y ser amables. Eso nos acostumbra a hacer cosas que no queremos y a no decirlo. Aprender a decir la verdad y a decir que no, es esencial.
Habla de una primera y una segunda parte de la vida. ¿Qué diferencia hay?
-La primera parte de la vida es lo que James Hollis llama un error gigantesco inevitable. No tienes experiencia, no sabes escucharte. Pero es necesario, es cómo aprendes. Luego llega la segunda parte, que no depende de la edad. Conozco a jóvenes de 25 años con una madurez extraordinaria y a personas de 80 que no han llegado nunca. Es un tema de conciencia.
Tiene una gran capacidad para conectar la naturaleza con temas tan importantes como la presión social o los problemas familiares. ¿Cree que las metáforas naturales son una vía más sencilla para entender lo que nos pasa?
-Es que somos naturaleza. No hay una salud para el humano y una salud para la naturaleza, es que formamos parte de un planeta donde todos los sistemas que nos sustentan y nos dan vida están unidos, dependen los unos de los otros. Y esto es una crisis que estamos viviendo ahora y que nos afecta. Porque la naturaleza siempre ha sido un refugio. Cuando recordamos que estamos hechos de polvo de estrellas no es una metáfora poética: es literal.
Fundación
Origen. La iniciativa se inspira en la experiencia británica de los programas de prescripción social y natural, que permiten a los médicos recomendar actividades en la naturaleza como complemento a los tratamientos médicos. Tras haberse criado y nacido en Gran Bretaña, Elsa conoció de cerca este modelo y ahora trabaja para que el Estado cuente con sus primeros programas de este tipo.
Programas. Entre las acciones que ya se están desarrollando destacan los jardines terapéuticos para colectivos vulnerables, espacios pensados para fomentar la vida social, el trabajo con la tierra y la realización de diversas terapias. “Son lugares donde la gente puede reunirse, sentirse parte de una comunidad y cuidar de su salud mental y física”, explica. La fundación cuenta con más información en su página web: www.terraviva.eco
¿Vivimos en una sociedad desconectada?
-Sí, enorme. Hay un problema de salud mental y un desajuste entre un cerebro muy antiguo y un mundo tecnológico que cambia a toda velocidad. Eso genera una triple desconexión con uno mismo, con los demás y con el medio ambiente. Yo misma no usaba redes sociales y cuando publiqué el libro me di cuenta de lo que son: un bombardeo constante de estímulos. Da igual si te cuentan una tragedia o una receta de hummus, todo está mezclado. Eso nos hace perder perspectiva y no saber qué es importante.
¿Cómo podemos empezar a recuperar ese sentido de pertenencia en un mundo tan desconectado?
-Antes las relaciones eran más estables, ahora hay inestabilidad y sensación de desarraigo. Y con el medio ambiente hemos perdido incluso la capacidad de distinguir plantas o cantos de pájaros. Vivimos en entornos artificiales y contaminamos sin darnos cuenta. Todo esto genera pobreza afectiva y la herida del propósito: ¿para qué estamos haciendo todo esto?
El libro está dedicado a su madre. ¿Qué papel ha jugado ella en su manera de mirar la vida y de escribir?
-Mi madre era mis raíces en una infancia muy viajera y desarraigada. Es una persona fuerte y sólida. Nunca aparece en primer plano, pero ha dado raíces a mi familia. Le dediqué el libro para agradecérselo.
Su padre, Eduard Punset, fue un gran divulgador científico y una figura muy querida. ¿Qué huella dejó en usted?
-La importancia de las ideas, el amor por la naturaleza y un optimismo enorme. A mi padre le encantaba vivir y creía que con ganas y buenas ideas podías empujar el mundo hacia algo mejor. Ese ha sido su legado para mí.
¿Cómo ha sido encontrar su propia voz como escritora y divulgadora en un contexto donde su apellido ya tenía tanto peso?
-Me lo preguntan mucho, pero no. Nunca me ha dado la sensación de que fuese un peso. Me encanta lo que hago y lo vivo con pasión.
Si tuviera que resumir el mensaje central del libro, ¿cuál sería?
-Que la vida nos obliga a empezar de nuevo muchas veces, porque todos tenemos alas, aunque a veces estén plegadas. Ese viaje hacia dentro, hacia nuestros recursos, es la libertad que necesitamos. Que la gente recuerde que tiene alas.