Tras los éxitos cosechados con Ocho apellidos, La vida padre y todas las producciones en las que ha participado recientemente, Karra Elejalde vuelve a la gran pantalla con Kepler Sexto B, una fábula social de ciencia ficción, producida por Turanga Films SL y dirigida por Alejandro Suárez Lozano. En ella, da vida a Jonás, un hombre en su senectud que vive en un barrio humilde pero cuya mente se encuentra a años luz, en un planeta muy muy lejano.

No para ni un segundo. Hace menos de un año estaba inmerso en La vida padre, en Reyes contra Santa... Ahora vuelve con Kepler Sexto B. ¿Cómo está llevando tantos proyectos, tanto trabajo?

-La verdad es que la gente tiene la cosa de que cuando te ve es cuando cree que estás trabajando. Que acabe una película supone una postproducción que en algunos casos puede durar hasta un año, y este año ha sido muy de trabajar, de promocionar películas, de estrenar películas... Por lo demás bien, estoy desahogado y tranquilo.

¿Aprecia muchos cambios entre cuando empezó en el mundo de la interpretación y ahora? 

-En lo nuestro nunca hay una seguridad. Hay días de mucho, vísperas de poco, y todas estas cosas. A veces incluso no puedes dar abasto y se te juntan proyectos, y no los puedes hacer todos, y otras veces te tiras meses que no surge ninguno. Es verdad que a raíz de Ocho apellidos he trabajado más, he estado más activo. 

¿Cómo descubrió Kepler Sexto B y al personaje de Jonás, ese Quijote espacial?

-Si te digo la verdad, cuando llegó este guion a mis manos hará como dos años, me pareció un guion muy sorprendente, y sobre todo me pareció que nos invitaba a reflexionar sobre dos épocas del ser humano, que son la adolescencia y la senectud. En mi caso, el personaje de Jonás es un hombre diogénico que ya está mayor, y con una especie de senilidad por muchas cosas que le han pasado en la vida o porque tenía que ser así. Y en el caso del personaje de Daniela (Prezzotti) es una adolescente. Son dos estadios de la vida de un ser humano en los que a veces la sociedad no tiene soluciones o no las quiere tener para paliar. Y de alguna manera, el uno y la otra vienen a ser complementarios. 

Los dos utilizan la imaginación para huir un poco de sus vidas. ¿Concibe la imaginación como esa vía de escape? ¿Siente que tiene límites?

-No, hombre. La imaginación a mi entender no tiene límites. No se puede tampoco imaginar de todo, habría cosas que debería estar prohibido imaginar. Pero pregúntaselo a un preso que está en la cárcel. La gente una de las formas que tiene de vivir el sufrimiento es fantasear, es crearse mundos paralelos. Yo creo que la mente del ser humano tiene resortes, el mismísimo estado de shock son reacciones corporales para no volvernos locos. Y uno de los modos de no volverte loco es volverte loco. Y en el caso de mi personaje diré que tiene una edad, y que también le han pasado muchas cosas. Además, él ya era un hombre con una imaginación muy fantasiosa, trabajaba en un planetario, construía trajes de astronauta... 

Lo que sí se aprecia es un pequeño cambio de registro con sus anteriores películas. Y es que aunque la comedia no es solo hacer reír, aquí apelan más a la reflexión, a la emotividad... ¿Ha sido un reto ponerse en esta piel? ¿Cómo ha sido la preparación?

-Cada plato en este trabajo se cocina con salsas distintas. No es siempre el mismo estilo, ni el mismo tono, ni el mismo rol. Prepararse para hacer el personaje que yo he hecho no ha requerido de una documentación especial. Ha sido ir trocito a trozo, haciendo aquello que tocaba cada día. Este personaje particular no ha requerido un exceso de documentación. 

¿Hay algo que le haya resultado especialmente difícil o duro de esta película? 

-Lo más difícil o lo más duro es tener un equipo en un piso pequeñísimo de no más de 90 metros cuadrados. Yo soy asmático y hay algunos humos que me dan alergia, que me dejan sin respiración. Entonces, estás diez-once horas dentro de un piso en el que estamos un montón de personas y encima estamos todo el rato con el humo que es una constante. Eso se me hizo cuesta arriba. También cuando estábamos rodando, Valencia estaba cerrada a cal y canto por el covid, y eso siempre es otro hándicap. Fue una película muy exigente. Y luego era ir del hotel al trabajo y vuelta. 

Precisamente si algo ha puesto de manifiesto el covid es la soledad no deseada, especialmente de las personas mayores. ¿Qué cree que podemos hacer para paliar esa soledad? 

-¿Cómo se cura la enfermedad de la soledad? No lo sé. Yo lo que creo es que es una cosa más de nivel social. En otros tiempos se tenía muchísimo respeto por los mayores. Hoy, a la velocidad a la que va el mundo, los mayores no son imprescindibles, y para la gente es incluso difícil empatizar con ellos y con su problemática.

Esta película tampoco habría sido posible sin las tecnologías, porque Jonás es un manitas cuyo mejor amigo es un robot fruto de su imaginación. ¿Qué opina de las inteligencias artificiales?

-No sé lo que pensar. Es como todo. Internet puede ser muy bueno o muy malo. Y supongo que la Inteligencia Artificial también puede ser muy buena o muy mala. Pero a mí me inquieta mucho, y no dejaría en manos de una máquina o de un algoritmo el destino de la humanidad. Yo soy muy analógico, muy chapado a la antigua para algunas cosas, un poco por pereza y otro poco porque los móviles, las redes... Da mucha pena cuando un sábado o un domingo ves a seis chavales en la calle que se lo están pasando bien, pero está cada uno con su móvil y no hay comunicación entre ellos. Todas estas cosas te hacen reflexionar. Te hacen pensar. No en todo, pero hay muchas cosas en la vida en las que prefiero ser analógico. Yo he sido feliz hasta que hubo redes, y sigo siendo feliz sin tener Facebook, ni Twitter ni nada de esto, porque no lo necesito, y me llevaría mucho tiempo. No quiero que me siga nadie, ni quiero seguir a nadie (risas).