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Pedro González de Viñaspre: “En 2003 salí del armario de la discapacidad visual”

Continúa sin saber con certeza qué ocurrió exactamente con su nervio óptico. Nadie logró darle una explicación razonada y convincente

Pedro González de Viñaspre: “En 2003 salí del armario de la discapacidad visual”Cedida

Pedro González de Viñaspre tenía siete años cuando le falló la vista, literalmente, de la noche a la mañana. Un día de 1972 se despertó en su cama y dejó de ver. Sus padres, “asustadísimos”, recuerda él, trataron de hallar una solución y contactaron con “los mejores” oftalmólogos de Madrid y Barcelona. Empezó entonces un periplo con los tratamientos de aquel momento. Aquellos especialistas lograron recuperar un 30 por ciento de la visión de uno de los dos ojos del pequeño Pedro. Preservar la visión y evitar llegar a la ceguera ha sido el reto de este periodista y escritor gasteiztarra desde el día en que el mundo empezó a nublarse. 

Continúa sin saber con certeza qué ocurrió exactamente con su nervio óptico. Nadie logró darle una explicación razonada y convincente, y ahora tampoco parece que sea posible. “Es muy difícil que los médicos puedan evaluar lo que sucedió hace 53 años”, reconoce. No es algo que le quite el sueño, aunque admite que, “con los medios de los que disponemos ahora”, los oftalmólogos probablemente habrían podido ofrecer “un diagnóstico claro”, lo que habría cambiado por completo el rumbo de aquella extraña patología visual. Seguramente hubiera recuperado la vista que se le había esfumado.

Su infancia fue, con matices, como la de cualquier otra persona. “Hacía una vida, entre comillas, normalizada. En el colegio era un poco cegatillo, me ponía en las primeras filas para poder ver la pizarra mejor. Pero no lo vivía con dramatismo y me permitió desarrollar una vida bastante normal”, recuerda Pedro, que desde el principio trató de aprender nuevas habilidades y cambiar de hábitos para seguir con su día a día. Si no era capaz de distinguir con nitidez las letras de la pizarra, le pedía los apuntes a algún compañero de clase. No poder ver correctamente provocó que tuviera que ejercitar algunas capacidades cognitivas, como la memoria, para retener la máxima información posible. “Cada persona es distinta y te tienes que buscar tus propias estrategias y herramientas para poder avanzar”, explica. 

Sigue aplicando su librillo de supervivencia en distintas parcelas de su vida. Por ejemplo, cuando queda con sus amigos en un bar trata de ser el primero en aparecer por el local para, así, no tener que buscar al resto de la cuadrilla entre el gentío. Estas pequeñas tretas le sacan de algún que otro apuro, aunque tienen sus limitaciones y no siempre funcionan. “Cuando salgo a la calle puede que a mi lado pase un familiar o un amigo y no lo distinga. Hay que aprender a convivir con este tipo de situaciones”, reflexiona. Como hoy nos ponemos unas gafas o lentillas para ver mejor, González de Viñaspre se congratula del desarrollo de las nuevas tecnologías destinadas a facilitar el día día de quienes se enfrentan a la pérdida de visión. 

En los últimos años se ha avanzado mucho en este campo gracias a las gafas inteligentes o ciertas aplicaciones diseñadas para los smartphones con las que poder encontrar una dirección, descargar audiolibros y poder combinar los colores de la ropa a la hora de vestirse. El objetivo de cualquier persona que sufre algún tipo de discapacidad visual, subraya Pedro, consiste en lograr la mayor autonomía posible y poder realizar tareas cotidianas. “El aprendizaje de la autonomía personal es la clave para que una persona con baja visión pueda hacer una vida medianamente normal”. Y, para ello, la sociedad tiene que remar en la misma dirección. “Tenemos que normalizar el hecho de que en nuestro entornos tengamos a un compañero con algún tipo de discapacidad y que, en un momento dado, pueda necesitar algún tipo de asistencia”. 

Empezar de cero: nueva vida

Después de haber pasado por diferentes redacciones y trabajar en la radio durante dos décadas, en 2003 Pedro González de Viñaspre salió “del armario de la discapacidad” y decidió “tomarse más en serio” sus crecientes problemas visuales para “dejar de ser, sin más, un cegato”. Su visión empezó a deteriorarse notablemente; cada vez le costaba más desarrollar su trabajo como periodista. Fue entonces cuando contactó por primera vez con la asociación Itxaropena de Álava, creada en 1981 por un grupo de madres y padres que deseaban que sus hijos menores, con problemas graves de visión, no tuvieran que trasladarse a los colegios específicos que la ONCE tenía en Madrid, Alicante o Valencia. Querían evitar el desarraigo familiar que eso implicaba, ya que apenas podían verlos un par de veces al año. 

Pedro se encontró con una asociación “familiar” y “cercana” que estaba dispuesta a ayudar desde la “proximidad” a las personas con discapacidad visual del territorio en todos los ámbitos: familiar, social, escolar y laboral, “ofreciendo y gestionando los servicios y actividades necesarios para ello”. En ese periodo de su vida adulta, con más de 40 años y sin empleo, tuvo que mudar de piel para poder seguir ligado al mercado laboral. Ha sido bedel en un museo y también ha brindado apoyo como monitor en un piso tutelado de personas con discapacidad. Asimismo, se ha destapado como un prolífico autor de literatura negra y de artículos varios en prensa, cuya trayectoria incluye cuatro novelas con pulso de thriller (Los espectros de la luz, La encrucijada de Hermes, El alma de la Papisa y La ecuación de los ángeles) y un libro, Los Palos de Ciego de Horacio, que recopila sus columnas en DIARIO DE NOTICIAS DE ÁLAVA y cuenta con un prólogo de Bernardo Atxaga. 

Pedro también es músico: toca el teclado en las bandas gasteiztarras Handicap y El Calléjón de Cachán. Haberse reciclado resultó ser una experiencia muy positiva. “Prácticamente empecé de cero, pero no me quejo. Me vino muy bien y estoy encantado de haber dado ese paso”, afirma.  

“Referente” en Álava

Itxaropena pertenece a Acción Visión España, que agrupa a los colectivos y asociaciones dedicadas a la atención de personas con patologías visuales en el Estado. “Queremos ser el referente en Álava para que todas las personas con discapacidad visual a partir del 33% puedan satisfacer sus necesidades y desarrollar su autonomía, fomentando su bienestar y calidad de vida”. En el caso de González de Viñaspre, tiene diagnosticado un grado de discapacidad del 76%. Hace ocho años le concedieron el reconocimiento de incapacidad permanente absoluta, por lo que tiene derecho a cobrar una pensión. 

En Itxaropena ha hecho prácticamente de todo. Empezó echando una mano aquí y allá, fue su presidente e impulsó el goalballl, un deporte paralímpico para personas con discapacidad visual que goza de mucho éxito entre los jóvenes. Actualmente, es vocal de la junta directiva y carece de una atribución concreta. Es él quien atiende a los medios, colabora con la redacción de las notas de prensa. Lleva el periodismo en el ADN. También es responsable de la sección deportiva de la asociación. Y no, matiza a su interlocutor periodista: aquel extraño día de hace más de 50 años no hubo un apagón. “Mis recuerdos son otros. No es esa la palabra que describe mi situación. Hay cosas que te van limitando con el paso del tiempo y no te queda otra que tratar de adaptarte a las circunstancias, asumirlo y normalizarlo. A eso lo llamaría madurar”.