l irunés Diego San José, guionista de comedia de algunas de las producciones más exitosas del cine español de los últimos diez años (‘8 apellidos vascos’, la serie ‘Vota Juan’) dice lo siguiente sobre el género que tan bien domina: “El reto cuando haces humor no es caerle bien a todos, es el contrario: poder caer mal y molestar a todo el mundo al mismo tiempo. La comedia no está hecha para ganar amigos, sino para llevarte algún tipo de conflicto; si no, probablemente no has hecho el chiste correcto”. Los siguientes personajes se han ganado el corazón de telespectadores de distintas generaciones, empezando por nuestras abuelas y abuelos que devoraban en la sobremesa sus películas. Eran historias simpáticas, sencillas y en muchos casos simplonas, pero tuvieron el mérito de captar la segunda mitad del siglo XX y conectar con la sociedad. Y sus protagonistas, además, caían bien.

Cantinflas

El pillo inolvidable

Según la RAE, cantinflear es un término coloquial empleado en México y Cuba que consiste en “hablar o actuar de forma disparatada e incongruente y sin decir nada con sustancia”. Mario Moreno ‘Cantinflas’, uno de los cómicos más populares que ha dado el cine latinoamericano del siglo XX, el Charles Chaplin mejicano, fue tan influyente que la Real Academia Española reconoció en 1992 su impronta incluyendo en el diccionario varios términos derivados de su apodo.

‘Cantinflas’ era un pillo, un cómico inolvidable que se expresaba a toda velocidad y que con sus frases llenas de doble sentido y aparentes absurdeces fue capaz de divertir al mundo hispanohablante y, al mismo tiempo, emocionar a los espectadores reflejando la miseria y crudeza mejicanas. Sus películas -protagonizó más de 50- no eran críticas sociales, pero se convirtió en el humorista de las clases más humildes.

Se inició en las carpas ambulantes de los circos a finales de los años 20. Ahí moldeó su inconfundible estilo. ‘El peladito’ o don nadie se inspiraba en los habitantes de los barrios pobres a los que pertenecía: un bigotito peculiar afeitado en la parte central, pantalones caídos y una verborrea incontenible. Se subía al escenario y decía lo primero que se le pasaba por la cabeza de manera atropellada, inconexa e incongruente. Pero provocaba carcajadas. Al público le parecía gracioso.

Con el origen de su alter ego hay más dudas. El ensayista mejicano Carlos Monsiváis asegura que un espectador molesto con el show surrealista gritó “¡cuanto inflas!” o “en la cantina inflas”, dando lugar a la posterior contracción. Otra teoría sostiene que fue el propio actor el que creó el sobrenombre para que sus padres no descubriesen que trabajaba en el mundo del espectáculo. ‘Cantinflas’ desarrolló una carrera meteórica entre los años 40 y 50 y se consagró como ídolo indiscutible y pionero del cine mejicano. No triunfó en Hollywood, seguramente por las barreras idiomáticas y por un lenguaje particularísimo imposible de traducir. Su personaje, su estilo interpretativo, su figura, pertenece a la historia del séptimo arte.

Paco Martínez Soria

De viaje a la gran ciudad

La estrella cómica del tardofranquismo, el paleto que hacía reír con sus incursiones en la capital, era pura contradicción. Durante el Gobierno de la República se afilió al sindicato anarquista de la CNT, protagonizó una película policiaca en 1959 (‘Sendas marcadas’), le gustaba que le llamasen Don Paco y ya, en 1981, retirado del cine, protagonizó un sonado encuentro con Bibi Andersen en Televisión Española donde hablaba de “desnudos pecaminosos” y se coronaba con un discurso chapado a la antigua. Los que le conocieron decían que no era gracioso y que tenía bastante mala leche. Cuesta identificar a Paco Martínez Soria como un tipo huraño y gruñón.

A mediados de los años 60 empezó su época dorada e idilio con el público, al que llamaba “pueblo”. En 1966 se estrenó ‘La ciudad no es para mí’, película que dibujó al cateto español de manual y que se ha convertido en un clásico absoluto del cine estatal. No importa las veces que el largometraje de Pedro Lazaga se haya vuelto a emitir en televisión; las andanzas en Madrid del viudo Agustín Valverde que abandona su pueblecito aragonés para encontrarse con su hijo arrancan una sonrisa y atrapan a la audiencia. Desde entonces, se convirtió en el entrañable aldeano al que colocaban fuera de su contexto rural.

En ‘El turismo es un gran invento’ (1968) ejerce de alcalde de un pequeño pueblo aragonés que, con el objetivo de relanzar su municipio, viaja a la Costa del Sol para copiar los métodos empleados en las localidades costeras. El secretario Basilio, protagonizado por José Luis López Vázquez, es su secretario. En ‘Abuelo made in Spain’ (1969) vuelve a aliarse con Lazaga con una fórmula idéntica: la excusa para regresar a Madrid del ovejero Marcelino es reencontrarse con sus tres hijas. En ‘Se armó el belén’, estrenada al año siguiente, se mete en la piel de un sacerdote de barrio que trata de modernizar su iglesia a toda costa.

Su última película fue ‘La tía de Carlos’ (1981), ya en la incipiente democracia española y en la época en la que tuvo el recordado encontronazo con Bibi Andersen en televisión. Falleció un año después, víctima de una angina de pecho, en el hotel Colón de Madrid, donde preparaba el estreno de la obra de teatro ‘Guárdame el secreto, Lucas’. El actor de Tarazona (Zaragoza) murió en la gran ciudad.

Alfredo Landa

Del erotismo ‘light’ al cine con mayúsculas

Vivió las dos caras del cine. Alfredo Landa dio nombre a un género muy popular y ligero que chocó frontalmente con la crítica y obtuvo unas reseñas desfavorables en la mayoría de los casos. El Landismo triunfó en los años 70 gracias a títulos como ‘No desearás al vecino del quinto’, la película más taquillera del cine español hasta la irrupción de la saga Torrente tres décadas después. El fenómeno tuvo sus más y sus menos con el franquismo debido a sus flirteos con el erotismo y unas escenas subidas de tono.

Sus detractores tildan este tipo de comedias como “desfasadas” y “machistas” por sus principios anticuados y perpetuar la imagen del macho ibérico. Pero lo cierto es que estas comedias eróticas marcaron una época. Alfredo Landa, junto a José Luis López Vázquez y José Sacristán, protagonizó la mayoría de ellas dándole nombre a todo un movimiento cinematográfico. Solo en 1970 figuró en ocho películas cortadas por el mismo patrón: ‘Cateto a babor’, la mencionada ‘No desearás al vecino del quinto’ y ‘Vente a Alemania’, entre otras, fueron rotundos éxitos de taquilla.

Los espectadores se divertían y al mismo tiempo se sentían identificados con un perdedor nato que ligaba, o eso pensaba él, con despampanantes mujeres venidas del norte de Europa. Visto con el paso del tiempo, el Landismo era infantil, naíf y nada tórrido. Y del que el propio actor se sentía orgulloso. “No hay nadie que haya dejado algo tan importante como una forma de ser, de actuar y de ver la vida”, dijo durante el Festival de Málaga en 2007.

Los años 80 fueron los de la reinvención. Un Alfredo Landa maduro y curtido protagonizó una serie de papeles memorables. De repente, se convirtió en uno de los actores fetiche de la crítica y de los festivales. Se rodeó de directores de altura (Berlanga, Borau, Garci, Camus, Cuerda) y comenzó a coleccionar premios y distinciones. En 1984 compartió con Francisco Rabal la Palma de Oro a Mejor Actor en el festival de Cannes por la obra maestra ‘Los santos inocentes’. En ‘El Bosque animado’ (1987) recibió al fin su primer Goya, que revalidó varios años después gracias a su interpretación en ‘La Marrana’. Su impronta ha traspasado géneros y disciplinas hasta el punto de que en el Mundial de Sudáfrica se llegó a corear su nombre: “¡Cuidado Holanda, que viene Alfredo Landa!”.

Andrés Pajares y Fernando Esteso

Iconos del destape

Ninguna película protagonizada por la dupla de cómicos Pajares-Esteso, siempre bajo la dirección de Antonio Ozores, pasa de un 5 raspado en el portal de cine Filmaffinity. No gozaron del favor de los cinéfilos y los entendidos vapulearon sus largometrajes como si fuesen plastilina o un debilucho sparring. Pero a principios de los años 80 fueron los reyes del pueblo. Reventaron las taquillas con una serie de comedias de dudoso gusto repletos de chistes verdes, argumentos facilones y frases zafias. Perpetuaron el concepto de “españolada” que en décadas anteriores habían acuñado José Luis López Vázquez y Alfredo Landa. El dúo se hizo famosísimo, aunque suelen contar que el dinero se lo quedaban otros y no se hicieron ricos.

Entre 1979 y 1984 rodaron nueve películas juntos: ‘Los bingueros’, ‘Los energéticos’, ‘Yo hice a Roque III’, ‘Los liantes’, ‘Los chulos’, ‘Todos al suelo’, ‘Padre no hay más que dos’, ‘Agítese antes de usarla’ y ‘La Lola nos lleva al huerto’. El público estaba a sus pies, la crítica iba por otro lado. Víctor Morilla, productor ejecutivo de la docu serie ‘Pajares y Cía’, estrenada a principios de año en Atrespremium, tira de perspectiva.

“No se puede prejuzgar aquel éxito desde el presente”, afirma. “En la serie lo recordamos: veníamos de 40 años de dictadura y esas películas también significaban libertad. Pajares y Esteso eran las estrellas del videoclub y de la taquilla. Sus películas eran de las pocas que trataban de tú a las de Hollywood. Se retrasó el estreno de ‘El imperio contraataca’ por el éxito de ‘Los bingueros’”, añade.

Precisamente, ‘Los bingueros’ (Mariano Ozores, 1979) es uno de los filmes más recordado de la pareja. Fue su debut como dúo protagonista en un momento en el que se acababa de legalizar el juego y se habían abierto las primeras salas de bingo. Se convirtió en la película más taquillera del año. Aunque en 2010 se insinuó una posible secuela, nunca ha llegado a realizarse.

“Disfruto viendo ‘La que se avecina’ y mi personaje favorito es ‘El Rancio”

“Soy fan de ‘Origen’, la película de Nolan con Leonardo DiCaprio”

“A mí me gustan mucho series turcas como ‘Me robó mi vida’ y ‘No soltaré

tu mano’”

“Me he reído mucho con las películas españolas de humor de los años 70 con los actores de la época”