Sigue baja la marea en Diestralandia. A falta de mejor fuente de inspiración, los amanuenses se ejercitan mayoritariamente sobre el encuentro de ayer en Waterloo entre Carles Puigdemont y Oriol Junqueras. "Tenso reencuentro del preso con el fugado", titula ABC en portada sobre una fotografía de los protagonistas con Carme Forcadell como testigo. Y en el editorial, una de mosqueo. El lector se encuentra con una pieza titulada "Difícil retorno a Cataluña" e imagina que se referirá a una hipotética vuelta del expresident expatriado. Pero no: la cosa va de un supuesto plan de Sánchez para que las empresas catalanas que se fueron después del 1-O regresen a su antiguas sedes.

Nos conformamos, pues, con la crónica que firma Miquel Vera bajo el titular "Frialdad entre Puigdemont y Junqueras tras cuatro años sin verse". Después de recordar los antecedentes y relatar los detalles del encuentro en sí, aprovecha para describir la casa en la que vive quien ayer ejerció de anfitrión: "La mezcla conforma un extraño lugar a medio camino entre un chalé alquilado y la Exposición Internacional de la Amistad, el museo norcoreano que exhibe en Pyongyang la pintoresca colección de regalos acumulados por la dinastía de los Kim. En la casa hay desde urnas del 1-O hasta dibujos infantiles, cuadros y fotos de su Gerona natal a retratos de los presos y sórdidas ilustraciones de las cargas policiales de 2017".

Pablo R. Suanzes, cronista de El Mundo, no entra en esos detalles. Prefiere abundar en el mal rollito que se percibió en lo que él define en el titular como "Reencuentro gélido en Waterloo" y en la interpretación de los gestos: "La previa de las últimas semanas ha estado marcada por la gelidez, la tensión más que evidente a todos los niveles, en gestos, declaraciones y preparativos. Si se tiene que hacer una lectura en función de lo visto y de lo oído, de lo filtrado y lo reprochado, el esperadísimo encuentro de ayer entre Puigdemont y Junqueras no servirá para cicatrizar una relación rota desde hace cuatro años".

La Razón también pone el foco en el desapego. "Junqueras y Puigdemont evidencian su ruptura en Waterloo", reza el titular bajo el que se lee esta apostilla: "El expresident evitó salir a recibir a Junqueras a su llegada a la Casa de la República, aunque después se fotografiaron". También se le dedica al asunto un editorial que les evito, porque prefiero compartir con ustedes dos frases del director, Francisco Marhuenda, en su columna de la contra. Lean e interpreten: "Ha sido un encuentro protocolario entre el indultado y el fugado. Junqueras representa la dignidad y Puigdemont la cobardía".

De alguna manera, el siempre ruidoso Miquel Giménez también tira de la misma percepción sobre lo que representan cada uno de los políticos: "Uno en el trullo y el otro comiendo langosta. Todo ha sido paripé en esa falsa reunión, que no fue tal, quedando en una comida en la que "no se hablaría de política", como pasaba con Franco. Temas permitidos: el tiempo, cotilleos de famosos, fútbol y películas. Y luego, en el colmo de rabieta de niño malcriado de casa bien, se negó a recibirlo en la puerta. Hay que ser muy tonto, muy paleto, muy corto de entendederas".

Para el final, les varío la dieta Y además, literalmente en el caso del entrecomillado de Luis Ventoso (ABC) sobre la campaña del ministro Garzón contra la carne: "Prefiero el pescado a la carne. Pero como rebeldía privada y pequeño guiño en pro de nuestras libertades amenazadas, este fin de semana sopeso trincarme un chuletón a la salud del ministro anticonsumo". Qué malote.

De vuelta a La Razón, un coscorrón para el presidente del PNV por ser un desafecto futbolístico: "El postureo hispanófobo no es sencillo de abordar. Como el sectarismo. Ortuzar quería que la Eurocopa la ganara cualquiera menos España. Fan de Inglaterra. Hooligan ridículo". Y como encabezado, "Hispanofobia hasta el estrepitoso ridículo".

Nos falta una lección de Historia parda. En el papel de maestro Ciruela, el indescriptible Jorge Fernández-Díez. Justifica, cómo no, el levantamiento franquista de 1936. Con fantasía conspiranoica añadida: "Sobre la persecución religiosa padecida desde el primer momento, no es necesario insistir. Sólo recordar que comenzó mucho antes de la guerra, con la quema de iglesias en 1931 y asesinatos en 1934. Y un apunte final: Hitler hubiera invadido la península y arrasado la República soviética de Largo Caballero. El posterior desembarco aliado hubiera convertido España en un cementerio. Sigan discutiendo". Cada día anda peor de lo suyo el enmarronado de la Kitchen.