Está lo de Cuba, cáliz que aparto de mí de momento, y los restos de serie recalentados de la crisis de gobierno, que fue hace cuatro días y parece ya del pleistoceno. Tiremos por ahí, empezando por la original versión de José Alejandro Vara en Vózpuli. Sostiene el opinador que el elrevolcón es otra victoria de Ayuso: "Sánchez tembló. La estruendosa victoria de Isabel Díaz Ayuso se tradujo en pavor en los despachos de la Moncloa. Una niebla de pánico se instaló por los rincones, nubló las mentes y acochinó los espíritus, hasta entonces desafiantes. Una bofetada de tal magnitud resulta difícil de encajar en mejillas enfebrecidas por la soberbia. El 4-M le forzó a cambiar de planes, a mudar drásticamente su estrategia. Con esa pandilla de ministros requemados no podía enfrentarse a la cita de las autonómicas, crucial desafío justo unos meses antes de las elecciones generales".

En el mismo resort digital, Javier González-Ferrari hace la cuenta de la vieja y le sale lo siguiente que los números importantes son los del Congreso de los Diputados y no los del Consejo de Ministros: "Aquí lo único importante es que Sánchez sigue sosteniéndose en los mismos socios. Los que quieren un cambio de régimen igual que él y que terminará por ocurrir si el centro derecha no es capaz de dejarse de peleas estúpidas".

Échenle dos chorritos de vitriolo más y verán que esa es justo la tesis que aúlla Emilio Campmany en Libertad Digital: "Lo perjudicial para el presidente no fue fichar a Iván Redondo, un asesor tan sólo docto en apariencias, o a Carmen Calvo, una nulidad intelectual, o a José Luis Ábalos, un amigo del chavismo. Lo grave es ser presidente a costa de someter el Gobierno de España a la extorsión de comunistas, golpistas y filoetarras. Y eso no hay Redondo ni Bolaños que lo arregle".

Ni tampoco lo soluciona Grande-Marlaska, el ministro salvado de la quema solo porque Sánchez no encontró recambio, según contaba ayer El Español. Justo en en la hoja de Pedro Jota le escribe una carta al aludido una diputada del PP que atiende por Ana Vázquez. Como verán, no es muy partidaria: "Todo lo que usted sabía sobre el Estado de derecho lo ha olvidado al abrazar las siglas del PSOE. Usted pudo ser recordado como el juez que combatió a ETA, pero lo será por complacer a la izquierda aberzale. Y ha pagado un alto precio por su sillón de ministro. Ha cambiado las sentencias por los acercamientos de etarras, la toga por la cinta de correr y el abrazo a las víctimas por el aplauso de Bildu".

En ABC, Antonio Burgos sestea en su columna y acaba encontrando también el modo de meter a Catalunya en el fregado: "No es la cartera ministerial la que el saliente le entrega al entrante: es la cartera del contribuyente. En la que nos meten mano a todos los españoles para seguir haciendo de su capa un sayo y enviando millones a Cataluña para que no se deshaga el estable equilibrio inestable del poder resultante de la investidura que padecemos desde hace ya dos años. Esa cartera no cambia de manos".

A falta de mejor ocupación, el editorialista de El Mundo busca topos del secesionismo y encuentra uno, de nombre Salvador y de apellido Illa. Aquí las pruebas: "Ayer terminó de demostrar que el papel de los socialistas catalanes es siempre el mismo, sin importar quién sea la cara visible: mostrar una indisimulada afinidad con el nacionalismo. En una entrevista con Rac1, Illa, que llevó ante el Consejo de Garantías Estatutarias la decisión de la Generalitat de crear un fondo para cubrir las fianzas del Tribunal de Cuentas -en la misma línea que PP y Cs-, huyó de esta confluencia casi pidiendo perdón, excusándose ante los socios de Sánchez. Justificó el recurso como una formalidad para ratificar su legalidad, que se apresuró a defender. Estos guiños al independentismo, marcados desde Moncloa y antes por el PSC de Iceta, retratan la degradación política del PSOE: suave ante los secesionistas, duro con el constitucionalismo que sufre sus ilegalidades supremacistas".

¿Y no hay nada de La Razón? Por primera vez desde que inauguramos este pantano no lo hay. Eso les dará una idea de lo pobre que baja el arroyo. Mañana más. O menos.