Sostiene un clásico periodístico un tanto sobeteado que la verdad es la primera víctima en todas las guerras. Yo tiendo a discutirlo, más que nada, porque me temo que la verdad no ha llegado viva a ningún conflicto bélico. Ha perecido mucho antes de que empiecen los disparos y los bombardeos. Más, si como es el caso que nos ocupa, no hablamos de un enfrentamiento de nuevo cuño sino de uno que arrastra tres cuartos de siglo, año arriba o abajo. La de trolas que nos han colado los contendientes en todo este tiempo...

INTOXICADORES

No tengo el menor empacho en reconocer que yo me he tragado unas cuantas. Más de las que mi sentido del pudor resiste a admitir. De estos y de aquellos, ojo, si bien debo matizar que casi nunca he puesto en duda, por ejemplo, las informaciones sobre bombardeos israelíes que habían causado la muerte de cinco, seis, diez niños. Sin embargo, sí aplicaba la duda metódica a las noticias fechadas en Tel Aviv. No por prejuicio, sino por la experiencia de haber sufrido durante años el acoso de pretendidos agentes de prensa hebreos dispuestos a intoxicarme a modo. Hasta con llamadas a mi domicilio particular, cuando el teléfono no estaba a mi nombre.

CUARENTENA

Con tales antecedentes, supongo que debí poner en cuarentena el gran titular que prácticamente todos los medios –también los de postín, aunque no de los de mi grupo– llevaban en ristre el pasado martes. Se daba cuenta del asesinato, a manos de terroristas de Hamás y vía degollamiento, de cincuenta bebés en un kibutz cercano a la frontera de Gaza. Después de haber visto las atrocidades acreditadas por los (llamados) milicianos de la organización teocrática, me pareció del todo verosímil lo que se contaba. Conforme fue pasando el tiempo, hubo medios que retiraron la presunta información y otros que la apartaron a un lugar discreto. Otros insistieron a pesar de que a esta ahora nadie ha sido capaz de confirmar los brutales hechos denunciados. Claro que inmediatamente hay que añadir que tampoco ha habido quien certificara que se trataba de una fake news. La triste conclusión es que, al final, cada cual se cree lo que quiere creerse. Esa verdad que mentaba al principio de la pieza es lo de menos.