Entre los cargos públicos de Ciudadanos, marca desfondada, unos están optando por eludir el tobogán de Estepona, el evidente batacazo, y así marchan en silencio a casa; otros se aferran al milagro, al disfraz de hombre bala y de Bush o Pinochet, según quién lo cuente: “Estamos ante el abismo, y hemos decidido dar un paso al frente”; y otros, y no son pocos, van saltando del caballo moribundo a cualquier corcel en celo que aún trote en el tiovivo, ya sea VOX, PP, PAR o FICO, Frente Integracionista de Continuidade Ocidental, partido que conocí en el Cuaderno de memorias coloniales de Isabela Figueiredo y me tiene intrigadísimo. El asunto es no bajarse del machito, no coger de nuevo el metro, disponer de entradas gratis, en fin, evitar las carencias de la plebe.

Los primeros, quienes abandonan resignados la aventura fallida, merecen respeto. No es sencillo dedicarse a la política en un país de países con más entrenadores que jugadores, más virólogos que virus. Y es muy humano renunciar al vuelo cuando al avión le faltan dos alas. Los segundos, patrones en el Triángulo de las Bermudas, inspiran a ratos piedad y ratos alucine, pues ya ignoramos si su terquedad es la del integrista, la del kamikaze o simplemente la del recogedor de migas, que del banquete caerá poco, pero algo caerá. En cuanto a los terceros, los traidores, ratas que escalan a todo crucero cercano, son no obstante mejores que quienes los acogen. Pacto contra el transfuguismo, regenerar la democracia, el toro no sufre, lo que nos queda por oír mientras les ponen el cisne o corazón sobre la cama: la toallita de bienvenida, esa romántica cucada.