El final del "gorospismo"
El 15 de octubre de 1994, Julián Gorospe cerró trece años de profesionalismo. La eterna promesa del ciclismo vasco no cumplió las exageradas expectativas, pero se retiró con un más que digno palmarés.
Fue en el Critérium de Durango, a escasos kilómetros de su Mañaria natal, y rodeado por buenos amigos, incluido Miguel Induráin, que por entonces acumulaba ya en su palmarés cuatro Tours y los dos Giros que ganó. Aquella tarde llovió a cántaros, quizás para que quedara claro que la suerte nunca se alió con el ciclista vizcaíno.
Desde su debut en 1982 -con el Reynolds (después Banesto), equipo al que fue fiel durante toda su carrera deportiva-, Julián Gorospe fue una de las grandes figuras del ciclismo vasco, cuya afición se dividió pronto entre lejarretistas y gorospistas. Los primeros, rendidos a la constancia y la combatividad del Junco de Bérriz. Los segundos, contentos de tener un ciclista de perfil europeo: buen rodador, excelente contrarrelojista y, a tenor de sus primeras actuaciones, capaz incluso de luchar por ganar las grandes vueltas.
Su único problema, el habitual de los deportistas de elite de Euskadi: la prensa los trata como campeones y grandes figuras cuando aún son promesas (vale lo mismo para los ciclistas Mikel Zarrabeitia e Igor Antón que para los futbolistas Asier del Horno o Muniain). Lo que era una posibilidad se convirtió en una obligación, y en vez de disfrutar con sus éxitos se le acabó reprochando que el bestia de Bernard Hinault lo reventara en la etapa de Serranillos de la Vuelta"83 cuando lucía el liderato con 23 años recién cumplido.
En aquella fatídica jornada, Gorospe perdió para siempre la confianza en sus fuerzas para luchar por la general de grandes vueltas, pero aprendió a centrarse en objetivos más asequibles, con los que se fue forjando poco a poco un excelente palmarés, en el que se puede destacar una etapa en el Tour"86, las Vueltas al País Vasco de 1983 y 1990 (y cuatro etapas, incluida la de la fotografía de la izquierda, en la que gana en la cima de Ibardin al gran Sean Kelly) y otras tres vueltas por etapas, para un total de una treintena de triunfos.
En aquella lluviosa tarde de sábado de Durango, Gorospe se sinceraba: "Es una pena dejar el ciclismo después de 19 años en él, pero el deporte es así; cuando no puedes estar entre los mejores, no vale la pena seguir. No me voy cansado, porque he hecho lo que más me ha gustado".
Y Miguel Induráin lo explicaba desde su perspectiva de ciclista cuatro años más joven que el vizcaíno: "Julián ha sido una institución en el equipo, un buen compañero siempre preocupado por los que llegaban. Cuando entré en el equipo profesional era un ídolo para los que empezábamos".