LEVANTARSE, desayunar, ir a trabajar. Volver a casa, comer y... ¿descansar? Para José Dúo Martínez, Mikel Artola Lizarraga y Laura García Benítez no hay apenas reposo después de la jornada laboral. A ellos les queda la parte de cualquier deportista. El entrenamiento. Son tres ejemplos de los muchos deportistas navarros de élite a los que no les basta con dedicarse en exclusiva a la competición. Necesitan un trabajo para subsistir.
Pepe dúo
El carpintero con ojo de halcón
Cuando se dirige al campo de tiro en una competición internacional, a Pepe Dúo le paran cada dos segundos. Son sus fans. Quieren tener su autógrafo o hacerse una foto con él. Es una estrella. Da igual que el torneo se celebre en China o en Francia. Siempre ocurre lo mismo. Al regresar su casa de Mendillorri, todo cambia. Nadie le detiene por la calle. Nadie le reclama para inmortalizarse con él. En Pamplona, Pepe Dúo es Pepe, a secas. Como mucho, Pepe el carpintero. A pesar de su fama fuera de las fronteras españolas, casi nadie sabe que él es uno de los cuatro mejores tiradores de arco compuesto que hay en el mundo.
A sus 37 años, Dúo lleva viviendo en esta doble realidad desde que comenzó a tirar flechas. "Por casualidad, casi como un juego", dice. Un cuñado llevó un arco a la finca familiar donde se reunían los fines de semana. A Pepe le gustó y se compró otro. Empezaron a tirar juntos. Él, entonces, tenía 28 años. Lo que comenzó como un hobby le tiene ahora enganchado. Dedicado casi al 100%. "Hago todo lo que hace un tirador profesional. Entreno 4 horas diarias, participo en clasificatorios y compito en torneos". La única diferencia es que Pepe, cuarto en el último mundial celebrado en agosto en Ulsan (Corea del Sur), no es un profesional. Sencillamente, porque no puede permitírselo.
Un día cualquiera de su vida pasa por la rutina habitual de un ciudadano corriente. A las 15.30, finaliza su jornada en la empresa Montajes B&D. Después, comer rápido, y al campo de tiro. "Mucha gente me pregunta si voy a jugar con el arco", asegura Dúo, para quien el problema radica en la poca publicidad de su deporte. "A los que destacamos en modalidades minoritarias, tanto en Navarra como en otros lugares, nos faltan medios", afirma.
En España no hay profesionales del arco compuesto, algo que sí ocurre en otros países, donde la solución es crear un combinado nacional. Excepto en los torneos con la selección española, Pepe se costea todos sus viajes a diferentes competiciones. Al mes, sale fuera de casa por lo menos tres fines de semana. Las limitaciones son evidentes. "Los sponsors me facilitan un equipo básico, compuesto por un arco, un disparador y un visor, además de una docena de flechas", asegura Dúo. "Es una ayuda que viene bien, pero para mantener el nivel en el que me encuentro es necesario mucho más. Una docena de flechas cuesta cerca de 3.000 euros. Yo gasto al año más de cuatro docenas. Estamos hablando de un coste altísimo", asegura.
Las limitaciones tienen una repercusión directa en su rendimiento. Hay muchos torneos a los que ni siquiera puede acudir por motivos laborales. "No porque no me dejen ir", dice. "En la nueva empresa tengo todo tipo de facilidades y son flexibles, pero el problema es que me resulta imposible acudir a muchas citas porque me dejaría el sueldo del mes sólo en viajar. Y también tengo que comer".
Resulta chocante que si Dúo tirase con un arco recurvo, la realidad sería muy diferente. Esta modalidad es olímpica, lo que multiplica la cantidad en ayudas. "Cuando me quedé segundo del mundo en sala, un compañero de recurvo hizo tercero. A mí me dieron 4.000 euros. A él 36.000. Esa diferencia lo dice todo", señala. Sin embargo, la vida a la que se ha amoldado el arquero pamplonés es algo asumido. "No me quejo. Estoy acostumbrado. Esto me lo tomo como algo mío, personal, y ya está".
mikel artola
De la oficina al agua
Mikel Artola debutó a una edad muy precoz en el waterpolo de élite. Tenía 15 años cuando disputó su primer encuentro, en 1995. Por aquel entonces, debido a su edad, aún estudiaba. Y siguió con su formación hasta hace apenas dos años, cuando se licenció en Administración y Dirección de Empresas (LADE) en la UPNA. No es que Mikel fuese un alumno rebelde o poco dado a hincar los codos. Todo lo contrario. Porque durante los 9 años que invirtió en sacarse la carrera, también continuó jugando al waterpolo. Y como profesional. Las horas le cundían. "Cuando estudiaba, al menos tenía tiempo de entrenar por las mañanas con el resto de compañeros", afirma.
Ahora, en la franja matinal, está en su puesto de trabajo, en la sección de empresas de Mapfre. "Los que no podemos ir a la mañana tenemos que recuperar el trabajo perdido por la tarde. Y la verdad es que cuesta un poco aguantar ese ritmo de entrenamiento diario después de salir de la oficina, sobre todo al principio", relata el jugador navarro.
A pesar de ello, Artola se sobrepone y divide su jornada de forma radical. A las 8.00 horas, entra en la oficina. Come a las 14.30 y vuelve a las 15.30 a su puesto. A las 18.30 horas, más o menos, ya se encuentra en casa de nuevo. Pero a las 20.30 se acaba el descanso. Toca zambullirse en la piscina con el resto de sus compañeros. Toca preparar el partido del fin de semana.
El Waterpolo Navarra juega en División de Honor, la máxima categoría nacional de este deporte. Sin embargo, a Artola y a otros muchos compañeros, no les basta con dedicarse en exclusiva al deporte. Hay que currar. "Cuando estuve en Tenerife durante dos temporadas, el sueldo me daba un poco más, pero tampoco mucho más (ríe). Me pagaban el piso y tenía alguna facilidad. Aunque no ahorré mucho...", dice el atacante pamplonés.
Cuando debutó con el Larraina, el equipo estaba en Segunda División. "El hecho de jugar en División de Honor no me lo esperaba. Pero nunca me he planteado vivir sólo de esto. Es imposible. Aparte de algunos compañeros de equipo, hay mucha gente que juega en otras ciudades en mi misma situación. Ya se sabe lo que toca cuando practicas este deporte", cuenta Artola. "Y la gente que puede vivir del waterpolo entiende que tengamos que sacarnos las castañas del fuego", añade.
Los futbolistas y sus sueldos no le quitan el sueño. "No me da rabia, si acaso un poco de envidia sana. Pero hay que asumirlo. Uno, en su trabajo, cobra lo que genera. Si a nuestra piscina vinieran 20.000 personas a vernos cuando jugamos partidos, seguramente estaríamos hablando de otra cosa". El día a día de Artola podría resultar estresante para muchos. Sin embargo, el waterpolo es ya parte de su vida. "Hay veces que se hace durísimo. Al llegar a casa por la tarde, pienso en lo a gusto que me quedaría tumbado en el sofá. Pero al entrar en la piscina, todo eso se olvida", sentencia.
Laura García
Los dos trajes de guerra
Cada movimiento, cada llave, cada detalle. Laura García lo controla todo en todos sus combates. Mide a la perfección la capacidad de sus rivales. Para aprender y por si en un futuro se vuelve a cruzar con ellas. Es metódica. También es ciega parcial. Desde que nació. Eso no le impidió practicar judo. "En mi familia es típica la práctica de artes marciales y mi aita quería que mi hermana y yo hiciésemos karate. Por mi deficiencia preferimos el judo".
Empezó de niña y lo dejó a los 13 años. A los 18 comenzó a vender cupones de la ONCE. Es el paso que la mayoría de personas invidentes dan en España para comenzar a tener unos ingresos. La calle San Saturnino se convirtió en su hábitat natural. El deporte quedó de lado. Momentáneamente. Porque con 21 años, el seleccionador español la convenció para retomar este deporte olímpico. Para volver a ponerse el traje de guerra. Estuvo a punto de ir a Atenas en 2004, pero un mal combate en el clasificatorio la dejó fuera. "El judo es así", dice.
El sacrificio del judo es agotador. Mantener un peso supone un control específico que a veces se hace complicado. Más aún si antes has pasado 6 horas en la calle. En verano, con calor. En invierno, pasando frío. "Hay veces que no te apetece nada meterte al gimnasio, pero para seguir rindiendo tienes que ser estricto en el entrenamiento, aunque te hayas helado vendiendo en la calle", relata la judoka navarra. "Con la venta de cupones me gano la vida, pero es como si tuviese dos trabajos, porque entreno igual que cualquier deportista profesional". De 8.45 a 13.15 por la mañana, y de 16.30 a 19.30 horas por la tarde, Laura, como ella dice, se pone el otro traje de guerra para trabajar. Cuando acaba, el rumbo fijo es el gimnasio Junbi Taisho, más o menos hasta las 21.30. "Muchos días he pensado: "Hoy no voy". Pero eso está prohibido", cuenta riendo.
Su espíritu de superación le permitió ir seleccionada con España a los Juegos Paralímpicos de Pekín, donde finalizó en 7ª posición. El calendario de los judokas, extremadamente reducido, obliga a estos deportistas a ser muy selectivos. "Nos tenemos que buscar la vida y elegir muy bien las competiciones donde podemos mejorar u obtener resultados", asegura Laura. Entre otras cosas, porque las becas y ayudas sólo se dan en las grandes citas: las competiciones internacionales. Además, para la judoka navarra, la diferencia es evidente con respecto a los olímpicos. "Están mucho más valorados en el tema de las becas. Es triste decirlo, pero muchas veces les doblamos en medallas y ellos reciben más a cambio", se queja. Como tampoco le gustan los sueldos de otros deportes. "Sé que no es políticamente correcto decirlo, pero lo que cobra un futbolista me da mucha rabia. Además, se magnifican mucho sus lesiones. Yo he llegado a combatir vendada y con el hombro muy fastidiado y no me han dado descanso por eso", afirma.
A Laura le gustaría llegar a Londres 2012, aunque ella prefiere ir día a día. "Veremos si aguanto el tirón con los entrenamientos y con el trabajo, que nunca se sabe. Ahora estoy un poco pasada de peso", bromea.