El pamplonés Peio Ormazábal supera su reto solidario
en favor del síndrome de down
pamplona. El nadador pamplonés Peio Ormazábal cumplió su palabra y cruzó a nado el Estrecho de Gibraltar con el objetivo de dar mayor visibilidad a la Asociación Síndrome de Down de Navarra, una entidad sin ánimo de lucro que trabaja por las personas que sufren este trastorno. Lo hizo con un día de retraso (el 2 de octubre), sufriendo más de lo esperado y tardando más de lo debido, pero Ormazábal superó el reto. A punto estuvo de abandonar, pero su causa solidaria le mantuvo en pie. O mejor dicho, nadando.
El navarro pretendía disfrutar de la experiencia, pero la rebeldía de las aguas le superó por momentos. "Lo pasé muy mal, hay que tener mucha fortaleza mental. Esas aguas me abdujeron, se llevaron todo lo que tenía dentro. Siento decir que no disfruté, pero así fue", señaló Ormazábal. El día comenzó bien, pero el nadador no tardó en comprobar que el Estrecho poco tiene que ver con las piscinas o embalses en los que se preparó para la travesía. "En torno a las diez de la mañana me zambullí en la costa de Tarifa. La mar estaba tranquila, pero aún así mi falta de experiencia no me dejaba disfrutar como lo había imaginado antes. Estar solo allí, sabiendo que hay una fauna impresionante ahí abajo... es algo difícil de explicar", comentó.
Pero los peligros que acechaban en las profundidades no fueron el principal problema de Ormazábal. Lo peor llegó con el viento, la marea y las corrientes. "Entró la marea creciente del Atlántico con mucho viento y noté que mis hombros pesaban. Todo lo que había entrenado no servía de nada. Eso era algo totalmente distinto. Seguí nadando, pero completamente derrotado psicológicamente. Y aún quedaba lo peor", indicó el pamplonés, que pensó en abandonar: "Seguí remando con los hombros reventados y con un dolor serio, pero las olas me entraban de derechas y no avanzaba. Veía que me desviaba de Punta Cires, mi objetivo. Estaba exhausto, solo quería llegar como fuera. Mis brazadas eran torpes y pesadas y no podía batir piernas porque tenía calambres. Pensaba en retirarme, pero vi en la barca a mi padre y a mi suegra, animándome y señalándome hacia la costa. Entonces empezó a trabajar mi coco, pensé en esos entrañables chicos con síndrome de Down... Del resto ni me acuerdo. Tardé en recorrer el último kilómetro una hora y media".
Ormazábal no disfrutó en el Estrecho, pero ya piensa en seguir apoyando a la Asociación Síndrome de Down de Navarra a base de brazadas. En julio recorrerá junto a otros dos nadadores los 40 kilómetros que separan La Gomera y Tenerife. La solidaridad no se rinde.