Pamplona - "Cuando comencé, uno de cada diez accidentes era mortal; ahora, es uno de 300". Sid Watkins fue durante un cuarto de siglo el responsable de los servicios médicos de la Fórmula 1. El 1 de mayo de 1994 estaba dentro del marco de esa época de carreras mortales. La temporada 1994, en la que puntuaban los seis primeros pilotos clasificados, además traía consigo la suspensión de las ayudas electrónicas y los monoplazas eran bestias nada mansas.

La temporada, transcurridas dos carreras, era el escenario perfecto para Michael Schumacher, que arrastraba dos victorias y a la postre alzaría el primero de sus siete títulos mundiales. La desazón residía en Williams-Renault, que defendía el título del recién jubilado francés Alain Prost. El heredero del habitáculo campeón era Ayrton Senna, que sumó las dos primeras poles de 1994, pero no terminaba de culminar. Acudía al GP de San Marino sediento de gloria.

El último viernes de abril dio arranque al GP de San Marino. Con él, a la Carrera maldita de la historia de la Fórmula 1. Esa primera jornada de entrenamientos, el brasileño Rubens Barrichello se salía del trazado dando varias vueltas de campana y recuperaba la consciencia en el hospital, con la nariz y un brazo rotos; el sábado, en la sesión de calificación, el austríaco Roland Ratzenberger corría la peor de las suertes, su alerón se desprendía y perdía el control de su monoplaza a 307 kilómetros por hora en la curva Villeneuve del circuito Enzo y Dino Ferrari de Imola. Ra-tzenberger, que financiaba su asiento, una economía de guerra que daba para cinco carreras, falleció en su tercera carrera en la F-1. Ese día Senna se llevó su tercera pole del curso, la 65ª de su carrera, pero el tricampeón del mundo, adalid de la seguridad, estaba desolado. Contemplaba ante sí un escenario innecesariamente letal.

"Ayrton se derrumbó y lloró en mi hombro", atestigua el neurocirujano Watkins, el ángel de la guarda de multitud de pilotos, que trató de convencer a Senna de que su continuidad en las carreras no era necesaria. "Vámonos a pescar", le propuso el profesor. "¿Qué más necesitas hacer?", disparó al orgullo de Senna. Pero el brasileño era tipo de carreras tanto o más que religioso. "Sid, hay ciertas cosas sobre las que no tenemos control. No puedo retirarme, tengo que seguir". Fue la respuesta. La sentencia.

¿El destino? El 1 de mayo amaneció diferente, acompañado por una serie de señales premonitorias. De hecho, según cuenta la hermana de Ayrton, este solía leer pasajes de la Biblia antes de salir de correr. Ese día el texto rezaba así: "Dios te dona el mayor de los presentes, que es el propio Dios". Quienes rodearon ese día al campeón del pueblo, muy a pesar de su procedencia adinerada, percibieron el vacío en él, un rostro perdido, sombrío, una actitud congeniadora, transmisora de paz, de conciliación. Así, se acordó Senna de su mayor enemigo. "Te echamos de menos, Alain". El brasileño estaba huérfano de algo, quizás perdió la vida antes de que se apagasen sus constantes vitales.

La carrera se lanzó con un nuevo incidente. El coche de Lehto quedó ahogado en la salida siendo un tapón en medio de la pista, y Lamy, sin capacidad de reacción, le embistió por detrás. Ocho espectadores y un agente resultaron heridos por las esquirlas del accidente. La prueba arrancaría detrás del coche de seguridad. Un safety car que llevaba tres apariciones en la Fórmula 1, la desastrosa e inaugural de 1973, y dos durante el curso del 93 -con la inexperiencia del mismo acerca de las consecuencias de su aparición-, cuando se retomó la medida para la ordenación de las carreras. Senna, que ese día dio tres vueltas en lugar de las dos que daba siempre a cada trazado antes de comenzar a competir, era detractor del vehículo de seguridad, demasiado lento para rodar tras él con unos bólidos configurados para volar sobre el asfalto. Él y Berger lo denunciaron en la reunión de pilotos antes de la carrera.

Tras cinco vueltas a rueda del safety car, con Senna impaciente y, según testigos, reclamando al coche de seguridad ir más deprisa para no perder temperatura en los neumáticos, la carrera se relanzó. Y es que, como explicaban Berger y Senna, con el enfriamiento de las gomas se pierde adherencia pero también presión. El tiempo de estancia en pista del coche de asistencia, según estudios, hizo perder el 25% de la presión de los calzos, descendiendo la altura de los F-1 unos 5 milímetros.

Dos giros más tarde, Senna, que decía conversar con el Todopoderoso en la curva Eau Rouge del trazado belga de Spa-Francorchamps, visitó a Dios en la curva Tamburello de Imola. Su Williams, tras desacelerar a 306 kilómetros por hora, se estrellaba a 211 contra el muro de hormigón. Las manillas marcaban las 14.17 horas, hora oficial de la defunción de la muerte de Senna; el anuncio del supuesto fallecimiento instantáneo, sin embargo, lo hizo la doctora Maria Teresa Fiandri a las 18.40. Un dato que puso alfombra para la especulación. Así nacía el mito. La causa de la muerte, como determinó la autopsia, fue que un brazo de la suspensión de la rueda delantera derecha perforó el casco y luego el cráneo del piloto brasileño, que con 34 años abandonaba el mundo para ser reclutado por Dios.

Cuatro teorías El 1 de mayo se cumplen 20 años de una fatalidad para la que no hay suficientes respuestas. Las teorías acerca del origen del accidente son cuatro: la rotura de la barra de dirección, unos neumáticos faltos de presión, una rueda pinchada o el bacheado asfalto y la fuerza centrífuga en la entrada a Tamburello.

La primera la defendió la Fiscalía italiana, que juzgó por supuesto homicidio involuntario al director general del equipo, Frank Williams, al director técnico, Patrick Head, y al diseñador Adrian Newey. Según apuntó la Fiscalía, Senna estaba incómodo con la postura dentro del habitáculo del coche y reclamó una barra de dirección más corta, petición que solventó el equipo cortando la barra y soldándola recortada, lo que, acompañado por la fatiga de los materiales, pudo propiciar que se rompiese e hiciera que Senna perdiera el control sin remedio. Si bien, nunca se pudo probar si la dirección se rompió antes o después del percance. No obstante, el accidente se sucedió en 1,9 segundos y a los 1,4 antes del impacto, quedó registrada una fuerza de giro sobre la columna de dirección que desecharía la opción de la rotura previa.

La segunda es la más popular. El origen se achaca a la entrada en pista del coche de seguridad, que hizo enfriar y perder presión a las gomas por su permanencia en pista, lo que provocaría que en Tamburello el monoplaza Williams, rebajado respecto a la configuración original del coche, arrastrase su panza haciendo perder el control -además, en los bajos del monoplaza estaban situados los canales para el paso del aire y su consecuente rendimiento aerodinámico, función que ve mermado su efecto sin la altura diseñada para el coche-. Que el Williams sacaba chispas por el rozamiento lo evidencian las imágenes.

Otra causa, sostenida por el propio Newey, es un posible pinchazo propiciado por los restos del accidente entre Lehto y Lamy que quedaron sobre el asfalto. A juicio del actual diseñador de Red Bull, el coche no trompea, sino que derrapa del tren trasero, lo que desecha problemas con la columna de dirección y apunta a la posibilidad de un pinchazo trasero.

La cuarta la sujeta la telemetría de Williams-Renault, que indica que Se-nna cerró la trayectoria en el recodo de Tamburello respecto a los pasos en las vueltas anteriores. La escudería consideró que lo hizo para evitar baches en el trazado, lo cual, cerrando el ángulo, obligó al bólido a soportar una mayor fuerza centrífuga y le llevó a perder el control.

Tal vez nunca haya respuestas, quizás no sea una sola y verdadera, sino un cúmulo de circunstancias que desembocaron en la desgracia. Lo único cierto que dejó el fallecimiento de Senna, a cuyo funeral en Sao Paulo asistió medio millón de almas -se dice que en Brasil era más admirado y seguido que Pelé-, es que no ha vuelto a morir un piloto en la F-1. Era una obsesión del que es considerado como el mejor de todos los tiempos, y es su legado. Las 41 victorias, las 65 poles, sus tres títulos mundiales (1988, 1990 y 1991) colaboraron en el sentir, pero su carisma fue el distintivo.

"Va a ser una temporada con muchos accidentes y supongo que todos tendremos mucha suerte si salimos de ella ilesos", dijo Senna en los albores del curso 1994; "No tengo buenos presentimientos, y si pudiese, no correría", expresó a su novia, Adriane Galisteu, horas antes de la carrera del fatídico GP de San Marino, donde a las 14.17 falleció. "Suspiró y su cuerpo se relajó. No soy religioso, pero pensé que su espíritu salía de su cuerpo en ese instante", atestiguó Watkins, ante la horrorosa escena atendiendo a su amigo. Como dijo Senna tras vencer en 1991 en Interlagos, "cuando Dios quiere algo, nadie se puede oponer". Y Dios quiso que Ayrton corriera para él. Fue la 27ª víctima desde el nacimiento de la F-1. La última y, quizás, la del más grande de todos los tiempos.