pamplona - El RallyRACC Catalu-nya Costa Daurada volvió a ser un éxito. En su 50ª edición, la cita española decidió el título de pilotos en favor del francés Sebastién Ogier y completó la triunfal temporada de Volkswagen, que ya se había hecho con el de marcas. Con tierra, asfalto y buen tiempo, la cita catalana volvió a ser una fiesta de la velocidad.
Y es que los rallies, y muy especialmente las pruebas del Campeonato Mundial, son una competición singular, apasionante e intensa como pocas. Para empezar, cada piloto no lucha directamente contra sus adversarios sino contra el crono, en una carretera o pista común para todos, aunque según pasan los minutos y los vehículos también las condiciones de ésta pueden variar. Y se compite en escenarios naturales y habituales para otros conductores el resto del año.
Además, los coches de rallies son de largo de todos los empleados en competición los más parecidos a los vehículos de venta al público, con la particularidad de un grado de preparación para competir que varía en función del nivel de cada categoría y del presupuesto disponible.
Nosotros, aprovechando la gentileza de Volkswagen Navarra, nos hemos sumado a la fiesta que ha constituido la 50ª edición de esta prueba para vivir in situ la sensación de la velocidad desde el arcén, una sensación que se transformó en emoción compartida con los empleados de la fábrica navarra al celebrar con la victoria de Sébastien Ogier el título de pilotos para la firma alemana, que hace unas semanas había logrado también el campeonato mundial de marcas.
cruce de pratdip Nuestra ubicación como espectadores se encontraba en un lugar excelente por su visibilidad y seguridad, el denominado cruce de Pratdip, que la prueba recorría el sábado por la mañana y tarde, dentro del tramo de asfalto de 26,48 km. Hay que apuntar que este rally cuenta con la particularidad de incluir tanto tramos de asfalto como de tierra, aunque predomine lo primero.
En Pratdip, Volkswagen Navarra nos había reservado, junto a los invitados VIP del Mundial, una enorme grada en la que ubicarnos, con una visibilidad ejemplar en el tramo final de una curva a derechas a la que los coches llegaban a buena velocidad y en la que se veían obligados a frenar mucho, lo que de paso nos permitía contemplarlos a placer y disfrutar con las diferentes trazadas y comportamiento de los vehículos.
Llegamos en nuestros microbuses, bajamos y apenas a unos metros teníamos la grada esperándonos. Las condiciones meteorológicas fueron excelentes: sol, cielo despejado -quizá demasiado por los reflejos se crean-, sin excesivo calor y con un leve viento en ocasiones que agradecíamos mucho. En definitiva: un marco excelente y una posición de auténticos privilegiados.
A diferencia de nosotros, el resto del público -mayoritariamente jóvenes, aunque también había veteranos y familias con niños pequeños en silleta, mujeres embarazadas y numerosos fotógrafos profesionales- llegaba hasta el lugar con su propio vehículo, que debía aparcar donde podía. De ahí, accedían a lugares protegidos como muros y montículos, desde los que contemplar el paso de los coches.
La espera hasta que llegan los primeros coches es lo menos grato del día, aunque siempre compensa el encontrarnos en un entorno natural bello y sano. La demora se sobrellevó contemplando los numerosos helicópteros volando en la zona y con el cachondeo que se montó entre los que padecían la incomodidad de las piedras y tierra y quienes estábamos plácidamente sentados en la grada, estos últimos uniformados con camisetas blancas Volkswagen de rallies. La pregunta de los primeros: “Qué, todos de blanco, ¿sois del Madrid?”, algo que tiene bastante sorna cuando te lo dicen en Catalunya.
Pero lo mejor, como cabía esperar, comenzó con la presencia de los coches, controlando el público incluso hasta por dónde soplaba el viento para detectar el sonido de los motores y escapes y advertir la llegada de los vehículos. Tras el Seat que hace de coche cero, se empieza a escuchar cómo los motores suben de vueltas, suena el silbato del comisario de curva, se hace el silencio, afloran los nervios entre el público, se aprecian claramente las reducciones de marchas antes de abordar el viraje con las correspondientes detonaciones de motor y también al respetable que está situado antes de la curva: frenada a tope, clava las ruedas, ves salir humo de las traseras, traza la curva, corrige si es necesario contravolanteando y da gas hasta el fondo para acabar subiendo marchas como si de una ametralladora se tratase. Pura adrenalina. Se oyen las exclamaciones del público, los más aficionados comentan la trazada, las rectificaciones de dirección, el paso por curva, el comportamiento del vehículo? y la gente ya piensa en cuánto tardará hasta llegar el siguiente. Entretanto, observas las marcas de neumático que han quedado sobre el asfalto y te impregnas de un intenso olor a goma quemada y a pastillas de freno. Lo dicho, el RACC es tierra, asfalto, velocidad y sensaciones que emocionan.