Saliendo de Reno por la legendaria Old U.S. 395, dirección Este, conectamos con la NV-445. Rodando hacia el norte a través de unos 40 minutos, esta ruta nos conduce sin perífrasis hasta uno de los más grandiosos vestigios el Pleistoceno, el último testigo del lago Lahontan, un colosal mar interior que una vez cubrió la mayor parte de Nevada.

Es uno de los espectáculos naturales más impresionantes que he visto: arrastrando la pesada pick up por esa polvorienta carretera, se despliega ante nosotros precipitadamente, inesperadamente, un mar abierto de 275 metros de profundidad que cubre una extensión de 450 kilómetros cuadrados: todo un horizonte de 43 kilómetros de largo y 18 de ancho. En este gran estanque el agua no tiene a dónde ir: el sol del desierto se la bebe a un ritmo de 10.000 millones de litros al día. Lo alimentan las torrenteras del Truckee, la arteria que lo une al lago Tahoe. Sus aguas, de un azul intenso por la mañana y verde turquesa al atardecer, contrastan con los colores de la sierra que se encienden entre anaranjados, amarillos y ocres.

El pico Tohakum domina las montañas, casi siempre nevadas. En toda esa inmensidad tan solo nos recibe un árbol, seco desde hace mucho tiempo, pero aún en pie; sus ramas retienen un esbozo de la azarosa travesía de su vida en la meseta. La zona del lago ha estado habitada desde hace al menos 9.500 años por “los que comen Cui-ui”, un tipo de trucha asalmonada que sólo vive en ese lago. Esta tierra es el hogar del pueblo Numu y, como nos anuncian al llegar, nuestra presencia en Cui-ui Pah es un testimonio de su inmortalidad.

Si dejamos atrás la reserva de Pyramid Lake, solo queda una ruta hacia el norte, la NV-447, que recorre la estepa hasta Gerlach, un lugar en medio de la nada (la gasolinera más cercana se encuentra precisamente 100 kilómetros al sur). No obstante, hay un lugar después de la nada. Todavía podemos adentrarnos otros 40 kilómetros desde el Motel de Bruno hasta el vacío absoluto sin llegar a ninguna parte, y ese lugar es la playa del desierto de Black Rock. Es una de las superficies más extensas, rasas, solitarias, secas, silenciosas y deshabitadas de la tierra; un vacío absoluto que cubre aproximadamente 500 kilómetros. Disfrutar de su panorama de 360 grados es una experiencia que nadie olvida. Imagino que es uno de los pocos lugares del mundo donde es posible conducir con los ojos cerrados durante más de 15 minutos con la absoluta certeza de que no chocaremos con nada. Pero eso es sólo 356 días al año.

Guiado por los valores de los 10 Principios, Burning Man se convierte una vez al año en un ecosistema global de casi 70.000 “cocreadores”. Se reúnen anualmente para vivir una utopía cultural en el vació que les ofrece Nevada. Allí, en Black Rock City, que solo existe durante nueve días, los habitantes de esta alucinación se brindan apoyo, conexiones, educación, creatividad y la fuerza de voluntad para aumentar la red de comunidades Burning Man que existe en más de 40 estados de la Unión y otros 35 países del mundo.

La misión del proyecto es superar las barreras que se interponen entre ellos y el reconocimiento de su yo interior y el de quienes los rodean, la sociedad, y el contacto con un mundo natural que excede la existencia humana. Las personas reunidas en torno a ese milagro creen que la experiencia de Burning Man puede producir un cambio espiritual positivo en el mundo.

70.000 participantes

Solo una cosa es segura: al final de su estancia, aquellos que comparten esa piedra de toque de los valores culturales quemarán al Hombre.

Larry Harvey y Jerry James fueron los ingenieros de la idea. El 22 de junio de 1986, organizaron una pequeña función en Baker Beach (San Francisco) y desde entonces han celebrado eventos anuales que abarcan los nueve días previos al Día del Trabajo, y que siempre culminan con las llamas que devoran a este Miel Otxin del desierto. Con el paso de los años, la asistencia ha aumentado y ahora roza los 70.000 participantes.

Los Diez Principios de Larry guían Burning Man. Estos no dictan cómo debe actuar la gente, sino que más bien son un reflejo del espíritu y la cultura de la comunidad tal como se ha desarrollado orgánicamente desde sus inicios.

El primer principio es la “inclusión radical”. Cualquiera puede ser parte de Burning Man y no existen requisitos previos para participar en esta comunidad (más allá de pagar la entrada de 800 dólares). Un segundo principio es la devoción de los actos de donación como un intercambio incondicional que no implica ni precios ni moneda de cambio. El uso de dinero está prohibido en Black Rock City. “Nos resistimos a sustituir el modelo consumista por la experiencia participativa”, afirman los organizadores.

Black Rock fomenta la “autosuficiencia radical” para que las personas descubran, ejerciten y confíen en sus propios recursos. Y de ahí, la autoexpresión radical: Nadie más que el individuo o cualquiera de los grupos de colaboradores puede determinar el contenido y programa de lo que ocurra en Black Rock durante esos intensos nueve días. Todo evento es un “esfuerzo comunitario” de cooperación creativa. La comunidad está comprometida con una ética radicalmente participativa. Los asociados de la piedra negra “logran ser haciendo” y todos están invitados a trabajar, a recrearse “para hacer real el mundo a través de acciones que abran los corazones”.

Los participantes se esfuerzan por producir, promover y proteger redes sociales, espacios públicos, obras de arte y métodos de comunicación que apoyen dicha interacción. La responsabilidad cívica también es un elemento importante de la ecuación de Black Rock. El vacío y la belleza natural de este entorno natural exige no dejar rastro de la presencia humana en sus actividades. El décimo principio es la inmediatez: la experiencia espontánea es la piedra angular de la cultura Burning Man.

Como todos los años, también en 2023 los “cocreadores” dieron fuego al enorme tótem de madera como culminación de su experiencia espiritual. Pero algo salió mal. Esta árida zona del noroeste de Nevada recibió la cantidad de agua de lluvia equivalente a dos o tres meses en sólo 24 horas. En pocos minutos, el chaparrón convirtió la superficie sólida del desierto en un lodo espeso, semejante a las arenas movedizas. Las vías de acceso a Black Rock City se cerraron y los organizadores impusieron el toque de queda. Se pidió a los asistentes que racionaran sus alimentos, agua y combustible.

Camiones, coches, motos e incluso vehículos militares quedaron atrapados en el lodo, convertido en una glutinosa argamasa que hunde las ruedas e impide cualquier tipo de movimiento. Sé por experiencia que cuando el barro de Black Rock absorbe los pies, caminar es prácticamente imposible: las botas pueden llegar a pesar dos kilos cada una… A última hora de la tarde del domingo había 72.000 personas en el lugar y al mediodía del lunes sólo 7.000 habían logrado a duras penas salir a pie.

Una cruel metáfora de la vida. Un buen amigo, vecino de Sutcliff, me dijo una vez: “en el desierto de Nevada, todo lo que se mueve pica y todo lo que no se mueve, pincha (incluidas las personas). La naturaleza del lugar también es brutal y Black Rock ha demostrado a todos lo inclusiva que puede llegar a ser su “autoexpresión radical”. En un abrir y cerrar de ojos su belleza natural se ha vuelto letal, y el soberbio sueño de miles se ha convertido en la pesadilla de todos.