Cuba sumida en un apagón eléctrico nacional durante varios días. Venezuela denunciando el veto de Lula para su ingreso en los BRICS por las dudas sobres sus recientes elecciones presidenciales. Daniel Ortega dictando leyes para maniatar el único resquicio libre de los nicaragüenses, Internet. Y Evo Morales revelándose frente al gobierno boliviano de su propio partido para evitar su juicio por abusos. Parece que no corren buenos tiempos para las grandes revoluciones de izquierda de Latinoamérica. Unas revoluciones que fueron el espejo para la izquierda europea y cuyo brillo se va apagando a base de crisis económicas, corrupción, personalismos y un grado cada vez mayor de autoritarismo.

Cuba sea quizás el ejemplo más paradigmático. El 1 de enero de 1959, Fidel Castro entró en Santiago de Cuba culminando la “revolución de los barbudos”. Surgió así un nuevo mito para una izquierda revolucionaria que se distanciaba cada vez más del autoritarismo y la rigidez soviética. Con Fidel y el Che surgieron dos leyendas del revolucionario puro que serían pasto del merchandising y de la devoción revolucionaria de la Nueva Izquierda mundial. 60 años después, la revolución se encuentra tan oxidada y obsoleta como la economía y las infraestructuras del país.

Entre el embargo norteamericano y las secuelas del covid, Cuba es incapaz de mantener una economía que no logra levantar la cabeza desde la caída de la URSS en los 90 y que ha perdido uno de sus mayores apoyos, el del turismo. Una crisis que coincide con un nuevo liderazgo político tras el fin de la dinastía de los Castro que, a su falta de legitimidad carismática, une una cada vez más profunda crisis económica que está haciendo protestar a los cubanos como hasta ahora no se había visto nunca.

Un grupo de personas caminan entre la oscuridad en La Habana (Cuba). EP

Los recientes apagones que han dejado prácticamente a la isla sin luz durante días son el último gran ejemplo de la incapacidad de la Revolución de mantener su antiguo brillo. Las obsoletas y antiguas infraestructuras eléctricas ya no dan más de sí, en un régimen que es incapaz de abastecer a una sociedad que comienza a hartarse de una revolución que no puede suministrarle los productos básicos necesarios. Unas oleadas de protestas que llevan ya tiempo repitiéndose en los últimos años, pero que se han hecho muy visibles en las caceroladas en contra de los apagones. El régimen de Miguel Díaz Canel se enfrenta a un escenario muy complicado, hasta ahora solo ha respondido con represión a los manifestantes y amenazas al eterno enemigo norteamericano. Muchos expertos coinciden al apuntar que su incapacidad para dar la vuelta a la crisis económica puede hacer en un futuro colapsar al régimen, que ya ni siquiera tiene a los Castro como símbolos de legitimación.

La revolución sandinista

La revolución sandinista nicaragüense ha sido, junto a la cubana, la otra gran revolución histórica de Latinoamérica. El sandinismo, con su mezcla de comunismo y teología de la liberación, se convirtió en uno de los fenómenos revolucionarios más atractivos de la década de los 70. La bandera roja y negra con las letras FSLN se convirtió en un ícono de la lucha guerrillera y, tras la toma del poder en 1979, Nicaragua se convirtió en uno de los principales lugares de peregrinación de los revolucionarios occidentales. El régimen sandinista sufrió grandes sacudidas, una guerra civil con la Contra subvencionada por los Estados Unidos, que terminó con los acuerdos de paz, y la derrota electoral del sandinismo. En 2007 los sandinistas volvieron al poder en Nicaragua tras ganar las elecciones, no por medios violentos.

Este retorno al poder dio comienzo a una nueva etapa para el histórico líder sandinista Daniel Ortega, que en sus primeros años de gobierno, gracias al petróleo venezolano, logró que el sandinismo oficial sellara la paz con las élites económicas locales. Para ello Ortega tuvo que reconvertir sus políticas al neoliberalismo a la vez que creaba una nueva burguesía sandinista incrustada en la antigua aristocracia económica del país, abría vías al autoritarismo gubernamental y Ortega se alejaba cada vez más del pueblo y de los más desfavorecidos, la base y columna original del sandinismo histórico. Todo ello fue considerado por numerosos seguidores sandinistas una traición a los principios del sandinismo histórico.

La culminación de este proceso se dio con los disturbios sociales de 2018, protestas suscitadas a raíz de las reformas en las jubilaciones y en las contribuciones a la seguridad social de los trabajadores. Las masivas manifestaciones fueron reprimidas con una violencia no conocida en el país desde la guerra civil. Gobiernos de todo el mundo, la OEA, la ONU, la UE; u organismos defensores de los derechos humanos como Amnistía Internacional, denunciaron aquellos hechos. Incluso históricos sandinistas, como el antiguo sacerdote y revolucionario Ernesto Cardenal, declararon públicamente que Ortega había traicionado a la revolución, y calificaron a su gobierno como “dictadura familiar”, en relación a la mujer de Ortega, Rosario Murillo, cuyo poder para algunos sería comparable al del propio Ortega.

Desde 2018, el régimen de Ortega ha silenciado a toda la oposición. Incluso se ha atrevido a acallar a la propia Iglesia católica, institución de gran poder en Nicaragua, llegando incluso a decir públicamente que los obispos, los curas y los papas, son una mafia. Pero ha sido su persecución de los periodistas y los medios de comunicación su verdadera obsesión. La nueva Ley de Telecomunicaciones permitirá al gobierno espiar todos los contenidos digitales del país, acabando con el último reducto de oposición que quedaba al régimen cada vez más autoritario.

La revolución bolivariana

Junto a la revolución cubana y la sandinista, la otra gran revolución latinoamericana ha sido la venezolana. Hugo Chávez logró por las urnas en 1998 el acceso al poder que no conquistó años antes mediante un pronunciamiento militar. Con ello nació la revolución bolivariana, fetiche del nuevo movimiento antiglobalización de los 90 y que fascinó a toda la extrema izquierda occidental. Al mismo tiempo, Chávez, con las grandes reservas de petróleo, se convirtió en el adalid y apoyo económico de los regímenes afines de Latinoamérica, al igual que lo fue la Cuba de Fidel para los movimientos revolucionarios de los 60.

Pero al igual que las anteriores revoluciones citadas, el régimen venezolano se ha ido deslizando hacia un autoritarismo más pronunciado a la vez que a la creación de una oligarquía chavista que controla el aparato económico del país. Este proceso de autoritarismo más control económico no ha hecho más que crecer con el sucesor de Chávez, Nicolás Maduro. Maduro, brazo derecho de Chávez desde el inicio de la revolución bolivariana, se formó políticamente en Cuba en los brazos del castrismo, lo que para algunos explicaría su deriva cada vez más autoritaria y su incapacidad para permitir una posición capaz de enfrentársele en las urnas.

Las últimas elecciones presidenciales son un claro ejemplo del autoritarismo y la falta de democracia en la que ha caído el movimiento bolivariano. La dificultad de dar pruebas claras de una victoria bolivariana frente a la oposición, ha hecho que incluso presidentes de izquierdas de Latinoamérica como Gabriel Boric o el caso de Luiz Inácio Lula da Silva, hayan condenado al régimen. El caso de Lula es el más llamativo, ya que el presidente brasileño es uno de los pocos líderes vivos de la vieja izquierda latinoamericana. Las recientes denuncias de Maduro contra Lula en las que afirmaba que había sido quien habría vetado la entrada de Venezuela en los BRICS, no vienen más que a certificar el aislamiento de un régimen que, como se ha visto tras las elecciones, solo se sustenta en su capacidad represiva contra una población cada vez más alejada, hasta llegar a alimentar una fuerte disidencia entre el propio movimiento bolivariano.

La figura de Evo Morales

El último ejemplo de revolución que se apaga se ejemplifica en la figura de Evo Morales, histórico dirigente de los pueblos originarios de Bolivia, que fue capaz de llevar a los pueblos indígenas al poder en 2006. Su caída política, junto a las acusaciones de abusos, han llevado a Morales a apoyar un levantamiento contra el gobierno de su propio partido, conduciendo al país hasta el borde de una auténtica guerra civil. Con Bolivia inmersa en una grave crisis económica, el pulso del actual presidente Luis Arce con un Evo Morales en decadencia, no parece más que el intento de lidiar rencillas e intereses personales sin importar las consecuencias del país. Un triste epílogo para un partido, el MAS; capaz en sus inicios de llevar representar los intereses de unos pueblos originarios sumidos en el olvido y la represión desde de la Conquista.

En 2004, Nicaragua, Cuba, Bolivia y Venezuela firmaron el tratado ALBA, la Alianza Bolivariana para los Pueblos de nuestra América. Las evocaciones poéticas eran claras, nos hallábamos ante el alba de una nueva Latinoamérica. Las viejas revoluciones cubana y sandinista se daban la mano con las nuevas de Chávez y de Morales. Un nuevo amanecer para Latinoamérica que, 20 años después, se apaga en la más absoluta oscuridad. Un ciclo histórico que fenece ante una derecha radical populista emergente con los mismos vicios de autoritarismo y falta de libertades, pero que vence ampliamente en elecciones en El Salvador o Argentina y que parece poner al pueblo latinoamericano en la alternativa de elegir únicamente entre autoritarismos de distinto signo político. La noche es más oscura junto antes del amanecer, dice un conocido proverbio. Esperemos que el dicho se cumpla en Latinoamérica.