Hay quienes llegan al Vaticano con el aire resuelto del que ha hecho carrera en Roma. Y luego está el cardenal Robert Francis Prevost: rostro sereno, mirada de párroco, y una biografía que cruza Chicago con las alturas de los Andes peruanos. Su nombramiento como prefecto del Dicasterio para los Obispos en 2023 no fue un salto previsible. Pero con Francisco, lo imprevisible era regla. Y Prevost, más que un burócrata de pasillos, es un pastor con polvo en las sandalias.

Nació en 1955 en Chicago, en un entorno católico, irlandés y sobrio. Entró en los agustinos a los 21 años y, tras años de formación, se ordenó sacerdote en 1982. En su equipaje traía más libros que certezas, pero algo era claro: la vida consagrada no era para él un refugio, sino un trampolín hacia el mundo. Se doctoró en Derecho Canónico en Roma, sí, pero pronto eligió un camino menos académico. Uno que huele a adobe, a tierra mojada y a periferia.

Ese camino lo llevó al norte de Perú, a la diócesis de Chulucanas, donde pasó casi una década acompañando comunidades campesinas, con las botas puestas y el Evangelio abierto. Aprendió castellano, entendió la lógica del pueblo pobre, y, sobre todo, se dejó evangelizar por la cultura andina. “Allí descubrí que ser sacerdote no era enseñar, sino escuchar”, ha dicho en más de una ocasión.

Con su estilo tranquilo, casi franciscano, recuerda que los verdaderos pastores no gritan desde arriba, sino que caminan al lado

Ese espíritu marcó su paso posterior por el gobierno de los agustinos. Fue prior general de la orden entre 2001 y 2013, un tiempo en el que recorrió medio mundo con la maleta medio hecha y el corazón en todas partes. No perdió el tono misionero, pero aprendió también la diplomacia que exige guiar una congregación global. Con voz suave, firmeza discreta y una capacidad notable para mediar sin dividir.

Obispo de Chiclayo

En 2014, Francisco volvió a cruzarse en su historia. Lo nombró obispo de Chiclayo, en la costa norte peruana, una diócesis golpeada por la corrupción política, la violencia y la pobreza estructural. Allí volvió a hacer lo que mejor sabe: andar, mirar, escuchar. No llegó como príncipe, sino como hermano. Su estilo pastoral no es el de los grandes discursos, sino el de las visitas sin aviso, las homilías en voz baja y los silencios largos con campesinos que han visto de todo. En esos años fue también administrador apostólico de otras jurisdicciones, lo que reveló a Roma una capacidad de gobierno poco común: prudente, dialogante y pastoral.

En 2023, fue llamado a Roma para ocupar uno de los puestos más sensibles de la Curia: la jefatura del Dicasterio para los Obispos. Es decir, la oficina que asesora al Papa en el nombramiento de los pastores de las diócesis del mundo. En tiempos donde la Iglesia busca un rostro más sinodal, más encarnado y menos clerical, ese puesto se convierte en pieza clave. Y Prevost, sin ruido, encaja en ese perfil que Francisco quería: hombres de frontera, no de trono.

Lo suyo no es la política eclesial ni el juego de poder. Y quizás por eso mismo es eficaz. Quienes han trabajado con él destacan su humildad sin afectación, su capacidad de tomar decisiones difíciles sin romper la comunión, y una escucha que no es táctica, sino forma de ser. Elige con cuidado, prefiere el perfil bajo, y entiende que el Evangelio no se negocia, pero sí se encarna de maneras distintas en cada cultura.

Elige con cuidado, prefiere el perfil bajo, y entiende que el Evangelio no se negocia, pero sí se encarna de maneras distintas

Su nombramiento como cardenal en septiembre de 2023 no fue una sorpresa, aunque él lo haya vivido con cierto desconcierto. No vestía sotanas llamativas –aunque ayer salió al balcón de la Plaza de San Pedro con la estola roja que distingue a los Papas a diferencia de Francisco que rompió moldes al aparecer solo con la sencilla sotana blanca– ni ocupaba titulares. Pero en la lógica de Francisco, eso era una virtud. Desde su llegada al dicasterio, se había propuesto abrir el proceso de selección episcopal a nuevas voces, buscar candidatos que huelan a oveja más que a carrera, y tender puentes con Iglesias locales que a menudo se han sentido ignoradas por Roma.

Robert Prevost, ya nuevo Papa León XIV, no cambiará la Iglesia con decretos ni frases memorables. Pero puede que ayude a que la Iglesia se parezca un poco más a sí misma. Con su estilo tranquilo, casi franciscano, recuerda que los verdaderos pastores no gritan desde arriba, sino que caminan al lado. Y que a veces, la mejor decisión no se toma con prisa, sino con el corazón bien despierto.

Su elección pontificia es una novedad no solo porque es considerado un cardenal joven, con 69 años, sino también porque se han convertido en el primer Papa llegado del corazón de un imperio ya suficientemente poderoso, los Estados Unidos, justo en este momento de dominio de Donald Trump.

Y sobre la lacra de los abusos que ha sacudido la iglesia, especialmente a EE.UU. en los últimos años, ha reclamado la obligación de “ser transparente y acompañar a las víctimas”.