EL volumen y el peso dan una idea de la fenomenal labor de investigación y de consulta desarrollada por Antton Espelosin para llevar a cabo y culminar su obra, una auténtica enciclopedia del aizkolarismo y un imprescindible archivo y base de datos para los que, como el autor, disfrutan con el espectáculo del hombre que se inclina una y otra vez para cortar un tronco a golpe de hacha. El autor ,que ha arriesgado lo suyo economicamente en la edición, en un gesto de admiración y generosidad destinará los posibles beneficios a la escultura que se proyecta dedicar a Mikel Mindegia, el incombustible campeonísimo.

En un tiempo en el que las motosierras y otras herramientas mecánicas parecen acabar con el trabajo que los leñadores han protagonizado por siglos con la fuerza de sus brazos, el libro Aizkora apustuak eta aizkolariak 1949-2009 viene a ser un testimonio definitivo de la historia de uno de los deportes vascos más populares. En 700 páginas ilustradas con 420 fotografías, la mayoría de indudable valor histórico, Espelosin ha recogido los campeonatos y desafíos más sonados pero también, varias decenas de apuestas y exhibiciones celebradas en los pueblos más pequeños.

Entre otros, como no podía ser de otra forma, el libro recoge uno de los más memorables acontecimientos del aizkolarismo, el que enfrentó al sunbildarra Ramón Latasa Elizondo y a Juan José Narbaiza, apodado Luxia por el nombre del caserío familiar. El 26 de abril de 1959, el Chofre, la desaparecida plaza de toros de San Sebastián, acogió a la mayor multitud de gente de que se tiene noticia, la friolera de 17.890 personas llegadas desde todos los puntos de Euskal Herria a pesar de los escasos medios de transporte de la época.

Se fletaron trenes especiales, autobuses, se habilitaron camiones y se marchó a caballo, en bicicleta o a pie, para hacer acto de presencia en el coso donostiarra. El trabajo era para hombres, 14 troncos de 54 pulgadas y dos de 110 pulgadas, escogidos los primeros por Latasa y los segundos, por Luxia, y aunque las apuestas estaban absoluta y francomente prohibidas, la historia o la leyenda dicen que hubo quien se jugó (y perdió) hasta el caserío familiar con todas sus tierras y ganados, y la victoria le sonrió al inolvidable aizkolari de Sunbilla que hizo su labor en una hora 55 minutos y 53 segundos, 4 minutos y 24 segundos menos que su rival.

Antton Espelosin no había nacido todavía, y de hecho explica que "la primera vez que ví una apuesta fue en el frontón Bear-Zana de Doneztebe en 1970", y desde entonces son pocas las que se habrá perdido. Su afición le llegó al ver entrenar casi a diario a Ramón Latasa, el héroe local en aquel tiempo y "uno de los dos mejores aizkolaris de la historia, junto con Mikel Mindegia" y de escuchar y leer las crónicas que por radio y en las páginas de la desaparecida La Voz de España ofrecía el desaparecido bertsolari y escritor Ignacio Eizmendi, Basarri, toda una autoridad en el terreno del deporte rural vasco.

El autor, del caserío Auloa de Sunbilla y operario de los "afortunados" con el regalo de Reyes del ERE de la empresa Funvera, se considera "un salsero al que le entusiasma el aizkolarismo y el herri kirola en general". Lleva ocho años organizando con otros vecinos y amigos el Memorial Ramón Latasa que reúne cada año a los mejores aizkolaris de Euskal Herria, y es un estudioso de este deporte por el que se deja horas y días enteros rebuscando en archivos o recogiendo testimonios.

La suya es una apuesta de riesgo, igual que lo fue su primer libro, la biografía de Ramón Latasa, aunque ha conseguido algunas ayudas del Instituto Navarro del Deporte y de empresas privadas, las habituales siempre dispuestas a este tipo de patrocinios en la comarca. Y de momento, Espelosin no se queja, se encarga de la distribución y recorre ferias y fiestas y se muestra muy optimista. Y se lo merece.