Lucha en la calle
LINA acabó de liar el cigarrillo sentada en el peldaño de la ferretería de la calle principal. La acompañaban dos amigas, una de ellas con media cabeza rapada; la segunda, con pronunciados mechones cobrizos en su larga melena y un discreto tatuaje en el tobillo izquierdo. Era casi mediodía y hacía calor. Las tres adolescentes, aplanadas por la galbana, decidieron que seguirían esperando allí. Costaba mucho esfuerzo realizar cualquier movimiento y, además, Miguel, su tutor, se lo había comunicado: aquella era una jornada de lucha en la calle que, en realidad, recalcó con un timbre que sus alumnos conocían muy bien, era donde se tenían que reivindicar los derechos que les estaban arrebatando. Qué quiere decir eso, exclamó alguien desde las últimas filas. Y él se lo dijo, "arrebatar es sinónimo de quitar, despojar, robar".
Miguel liberaba las palabras y luego callaba, como si esperara a que rebotasen entre los pupitres y los muros de la clase y, milagrosamente, consiguieran penetrar dentro de aquellos distraídos jovenzuelos en los que, a pesar de todo, creía.
Lina afirmaba que Miguel era un friki y la madre de Lina aún no entendía qué era eso de friki, pero con el tiempo llegó a sospechar que el adjetivo hacía alusión a alguien que se atrevía a no adoptar las poses de moda, alguien que evolucionaba a su ritmo y no al ritmo dictado desde arriba. Gente que da la espalda a lo políticamente correcto; individuos con un toque maniático que se apasionan por cosas poco prácticas, seres con un toque solitario que levantan recelos en el prójimo. Y la madre de Lina concluyó que le gustaba ese estilo de ser friki y también los mensajes que el tutor de su hija iba hilando, cada vez más emocionado a medida que avanzaba en su discurso, sentado en el pupitre, con una pierna apoyada en el suelo y la otra balanceándose rítmicamente en el aire.
Un día Lina dejó sobre la mesa de la cocina una página impresa donde se hablaba de un país donde banqueros y políticos que habían causado la bancarrota, habían sido juzgados y encarcelados. Un país con un potente movimiento de conciencia social liderado por un actor homosexual que había aplicado la fuerza de su lucha personal al ámbito social y que había visitado recientemente España para solidarizarse con el movimiento del 15-M. La madre recordaba el estallido de dicho movimiento un año antes. Jóvenes y mayores clamando por fin juntos bajo el lema Toma la calle. Recuerda las imágenes en la pantalla del televisor, los mensajes intercambiados por ordenador, la euforia que la hacía llorar como si estuviera siendo espectadora de una telenovela melodramática y entonces llamó a Lina, que estaba aplicándose una mascarilla contra el acné en el baño. Le leyó el texto en voz alta, a ratos a punto de romperse, y Lina le dijo que ella leía como Miguel, que también era una friki.
Pero, en el fondo, Lina calificaba a su profesor como un tío de puta madre y aunque a menudo fingiera estar absorta en el paisaje, le gustaba cuando aquél les alertaba, desde el encerado, frente a tipos como el ex director de la compañía petrolífera ExxonMobile a quien no sólo se la sudaba el cambio climático, sino que se regodeaba con ansia ante la posibilidad de que el Círculo Polar Ártico se descongelara con rapidez para poder extraer sus apetitosas reservas de crudo. Un tipo temible y caprichoso que, justo sentarse en su jet privado, pedía su bebida favorita. Un vaso de leche con palomitas flotantes, cree recordar Lina, ¡vaya tío tan ridículo!
¿Tendría razón Miguel? ¿Serían los tipos del poder una panda de inmaduros caprichosos y ridículos? Lina vio interrumpido su cuestionamiento por los gritos cada vez más cercanos de la manifestación. Entonces lo descubrió. ¡Eh, chicas! - Exclamó - ¡Si es el tutor!
Miguel desfilaba, junto a unas decenas más de estudiantes y profesores, por el centro de la calle principal: un joven de lentes gruesas, vestido con vaqueros, camisa ancha y zapatillas de lona azules. Su profesor golpeaba un artefacto metálico con determinación y gritaba con una voz potente, una voz que se sentía con todo el derecho de poder gritar: "¡Pandilla de sinvergüenzas! ¡Nos estáis arruinando el país! ¡Nos estáis arruinando el planeta! ¡Nos estáis robando lo que es nuestro! "
"¡Nuestro!" , vocea la comitiva a coro. Y Lina se sorprende lanzando su grito bajo la atmósfera cargada de esta mañana de mayo.