casi a finales del siglo XI, en la orilla derecha del río Ega, a los pies del poblado y fortaleza de "Lizarra", se fue estableciendo gradualmente un asentamiento de "francos" o burgueses. Se les denominaba asimismo "ruanos", por establecerse en la Rúa, vía principal de los peregrinos por la ruta jacobea. Con anterioridad, esta había discurrido por el convento de Zarapuz, situado frente a Noveleta y dependiente del monasterio de San Juan de la Peña.

Estos individuos no eran de extracción campesina, como los habitantes de la ancestral Lizarra, ni tampoco nobles, sino comerciantes libres de vasallaje. En el nuevo emplazamiento encontraron un espacio más asequible para sus actividades que el escarpado núcleo anterior, que tenía carácter defensivo. De este modo irían habitando ambas riberas del Ega, a los lados de la ruta histórica que conduce aún hoy a Santiago de Compostela.

La conformación del burgo de los francos fue lenta, pero espontánea, teniendo una clara correspondencia con el fenómeno que se venía dando en la Europa occidental de los siglos X y XI. Las nuevas ciudades, "villas" o "burgos", surgían fomentadas por un grupo social de hombres libres.

El proceso de consolidación de la ciudad de Estella fue asumido por el monarca navarro-aragonés Sancho Ramírez, quien aún lo incrementó concediendo a sus habitantes el Fuero, el primero de Navarra. Junto a la seguridad jurídica y administrativa, garantizó además el orden social, tan necesario en una colectividad que despuntaba y que basaba sus actividades humanas en el comercio. Ordenó construir un castillo, justo encima del barrio nuevo, sobre un promontorio casi inaccesible que velaba por la naciente comunidad.

El texto se conformó hacia el año 1084, aunque el ejemplar original se ha perdido. Sin embargo, lo esencial del mismo subyace en el documento que Sancho VI el Sabio, su sucesor, ratificaba en 1164 a los vecinos de Estella.

De este documento se conservan tres versiones. Una de ellas se encuentra en el Archivo Municipal de Estella, en óptimo estado de conservación. Fue redactada en latín, en ocho hojas de pergamino cosidas, que desplegadas alcanzan los cuatro metros y medio de longitud.

Contiene la copia del Fuero original concedido por Sancho Ramírez. Se añadió la jurisprudencia acumulada por los jueces del burgo de los francos, quienes estaban facultados por el Monarca para resolver los litigios surgidos en el ámbito urbano. En consecuencia, resulta más completo que el original, al haberse agregado más cláusulas hasta la fecha de la ratificación por parte de su heredero.

El Fuero General

El reino de Navarra se consolidó en el S. XIII con el origen y desarrollo del Fuero General, que ha sido calificado como "uno de los más enigmáticos documentos jurídicos de la Historia del Derecho peninsular". Fue a raíz de un cambio dinástico cuando se concretaba el manuscrito legislativo. Sobre todo, pretendía limitar la autoridad de los reyes, sirviendo a los intereses de las figuras relevantes de la Iglesia y de la nobleza militar.

El Fuero surgió por iniciativa de los nobles y del monarca Teobaldo I de Champaña. Era sobrino de Sancho VII el Fuerte, con quien no mantenía buenas relaciones. En 1231, este había firmado un pacto de hermandad con el rey de Aragón, Jaime I, por el que si alguno de los dos resultaba muerto el superviviente heredaría ambos reinos. El acuerdo de filiación mutua no era del agrado del estamento nobiliario navarro. Tras la muerte del rey Sancho, resultó todavía más inaceptable para los señores feudales, quienes eligieron al conde Teobaldo como rey legítimo de Navarra.

El cambio dinástico no fue un mero episodio. Aunque no varió el espacio sobre el que se proyectaba la soberanía, sí se modificaron las relaciones geográficas y políticas del reino. Este, sin abandonar el marco peninsular, se vio inserto en el ámbito de la Monarquía francesa. Teobaldo I inauguraba la casa de Champaña, con cuyos monarcas Navarra se aproximó mucho más a Francia, desentendiéndose de los problemas peninsulares. Comenzaba de este modo uno de los problemas crónicos: la ausencia de un rey verdaderamente propio, circunstancia que perduraría en las Edades Moderna y Contemporánea.

El Fuero nació en las Cortes de Estella de 1237, fruto de la necesidad de regular las relaciones de la nueva dinastía francesa con los súbditos navarros. Poco después, tras recurrir Teobaldo I al consejo papal de Roma, surgía la comisión creadora del primer documento, reunida ya en Pamplona. La integraron "diez ricos-hombres, veinte Caballeros, diez hombres de Ordenes (eclesiásticos), y que con el Rey, el obispo de Pamplona, y con los de su Consejo (del Rey), pongan por escrito los Fueros". Este pliego, por lo tanto, habría de limitar la autoridad monárquica y regularía los derechos de los nobles, dentro del organigrama feudal.

Los inmediatos sucesores de Teobaldo I de Champaña recibieron además la orden de caballería y fueron alzados sobre el escudo, al modo de las tradiciones germánicas. El texto completo se conformó en una serie de etapas, en lengua romance. Los monarcas no lo ratificaron hasta el año 1330, bajo el reinado de Felipe III de Evreux, aunque sí estaban obligados a jurarlo. Los fueros o privilegios de los otros reinos hispánicos nacieron de forma similar.

Antes de la unificación española y la conquista de Navarra en 1512, la vigencia del Fuero había sido plena. Con posterioridad, el reino consiguió mantener un acuerdo más o menos contractual con los Austrias.

Ya en el siglo XVIII, desaparecieron los privilegios en varios antiguos territorios peninsulares. En plena guerra de Sucesión, en 1707, Felipe V eliminaba los de Valencia y Aragón. A los de Mallorca les tocaría correr la misma suerte en 1715 y al año siguiente quedaban abolidos los de Cataluña. La causa fue el apoyo brindado por estos reinos a las fuerzas del bando contrario, así como el deseo de centralización de la nueva Monarquía.

Sin embargo, los fueros de Navarra y de las provincias vascas perduraron bajo ciertas condiciones pactadas con la Corona. En consecuencia, la primera no perdió el status de reino, más simbólico que real, ni con la conquista castellana o la guerra de Sucesión y el ascenso del primer Borbón al trono de España. A pesar de ello, la esencia de su autonomía se fue desvirtuando de modo paulatino. Los siguientes reyes deseaban eliminar las prerrogativas forales, mediante la imposición de las leyes del Estado centralista e ilustrado.

La facultad del reino de aprobar la contribución de forma voluntaria, por los tres estamentos reunidos en Cortes, resultaba un hecho irritante a la Corona y la causa primordial para eliminar el autogobierno. Por si fuera poco, el Fuero dejaba bien claro que los navarros sólo apoyaban militarmente a la Monarquía en casos excepcionales. Uno era cuando entrase a Navarra ejército invasor y, el otro, cuando alguna ciudad o plaza militar quedasen sitiadas. Por ello, la exención de engrosar las filas del Ejército español se solía canjear por una determinada cuota de dinero, que se negociaba con el Rey.

El mismo Fuero General había nacido como una forma de limitar el poder de la realeza, habiéndose heredado una larga experiencia en cambios dinásticos. En síntesis, la fidelidad a las diversas monarquías foráneas se basaba en la conveniencia de ambos intereses, dándose la característica de que Navarra era, en cierto modo, un reino sin rey propio.

De otro lado, bajo el Antiguo Régimen se potenciaba la estructura estamental, reforzándose el poder de la Iglesia y de la nobleza militar, frente al pueblo llano que era el sector más desfavorecido.