el peor tratado del calendario, febrero, el mes del lobo, febrerillo el loco, está aquí otra vez, como acostumbra, "en el balcón del invierno" que decía Luis Pedro Peña-Santiago. Tempus fugit, esto no para y los días vuelan, acongojado el gentío escándalo va y viene, más que ayer pero menos que mañana (también en febrero, San Valentín, el 14) de sumergidos en "la suciedad ambiente" (Javier Marías) que no es nada nuevo ni será, si bien se mira.

Ayer era la Virgen de Candelaria, advocación mariana de origen canario, nuestro Kandelero euskaldun, día de llevar a bendecir velas y cerilla enrollada que, según, se debía guardar detrás de la puerta para preservarnos de las tormentas. Y día de lluvias y nieves también, que dan pie a pensar (ya se verá) que el tiempo del General Invierno toca a su fin, de la Presentación del Señor en el templo y de los santos Cornelio (fuera, fuera), Cándido y Lorenzo el otro, no el de la parrilla.

En esta tierra se dice Kandelero bero negua heldu da gero; Kandelero hotz negua gan da motz), o sea que si hay nieves, fríos y lluvias el invierno irá corto, peor que si luciera el sol que estaría por venir entonces. El viejo dicho y la creencia que expresa se extienden por toda la cepa hispana de Antonio Machado, tan vapuleada, lo mismo en Galicia que en Catalunya, Castilla y las islas, por más que en los días de Don Carnal, que también llegan, sigan las bajas temperaturas.

Para hoy tenemos a San Blas, abogado (no aboganster) de las afecciones de garganta y de los males de las cuerdas vocales. Se festeja de una u otra forma en muchos pueblos de Navarra, antaño con más arraigo en Ribaforada, Rípodas y Ubago. Y en Milagro, donde se guarda un hermoso relicario donado por el canónigo de Tudela don Miguel de Miranda el 11 de enero de 1583. Es día de roscos y rosquillas, pastas y bollos que trabajan puntuales panaderos y reposteros. El-pan-nuestro-de-cada-día ha gozado desde siempre de la mayor consideración en todos los hogares y del máximo significado en la religión cristiana, igual que en otras.

Antes, cuando por la escaseza se valoraban más las cosas, el pan era digno del mayor respeto y se recogía y besaba si caía al suelo, lo mismo que el pater familias o quien ocupara el mahiburu (cabecera de la mesa) en el hogar familiar, signaba sobre él una cruz con la punta del cuchillo o con el dedo pulgar antes de cortarlo. Lo contrario se decía que le podía hacer a uno acreedor de un castigo, nunca se ha sabido el alcance que pudiera tener, pero era cosa que se temía... y por si acaso. Y nunca tirarlo porque se suponía desencadenante inmediato de las fuerzas del mal, de ahí que entre necesidades y hambres sabía a gloria en la merienda infantil, en compañía de una onza de chocolate (de marca Pedro Mayo, de Pamplona) que se guardaba para el final.

Los panes, roscos y rosquillas de San Blas tienen atribuida la facultad de sanar males de garganta (el pasapán), antídoto contra las anginas, resfriados y generalidad de enfermedades del aparato respiratorio. En todas las formas (redondos, más que nada) se llevaban a bendecir, y en algunos casos se guardaba un pedazo de cacho de trozo para cuando fuera menester.

Y el martes es Santa Águeda, jolgorio terrible de quintos en Alsasua, y con San Blas y la Candelaria fastos adaptados al calendario desde su origen precristiano e indoeuropeo. La Candelaria y Santa Águeda rememoran el espíritu de las matronalias romanas en honor a la diosa Juno, cuando tenían lugar rituales de fertilidad y votos de salud. Saldrán en cientos de pueblos, de calle en calle y de plaza en plaza, grupos a cantar las viejas coplillas que culminan esta trilogía festiva, seña de identidad tanto urbana como rural.