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El montecillo: histórico palacio del siglo XVII en Milagro

su propietario, fernando león sánchez, explota su entorno y tierras con una elegante y completa finca taurina

El montecillo: histórico palacio del siglo XVII en MilagroMANUEL SAGÜÉS

el sueño de la familia León Sánchez de rehabilitar el palacio de El Montecillo de Milagro y convertirlo en centro hostelero de primera categoría estuvo a punto de hacerse realidad en la década de los 90 del siglo pasado. Veinte años antes, Máximo León Esparza había adquirido el palacio y su hacienda circundante. El tan colosal como bello edificio de estilo barroco contó con los proyectos oportunos para convertir sus 600 metros de planta y 1.800 metros cuadrados construidos en un referente de la cultura, gastronomía y ocio de Milagro, la sureña villa de la Merindad de Olite, de la zona de la Ribera y de las vecinas tierras riojanas. Problemas de despachos y números impidieron el bonito proyecto. No obstante, y a pesar de que el paso del tiempo es duro y cruel con la obra antigua, su pequeño pero fornido ladrillo caravista aguanta con gran dignidad los embates de la climatología y del insensible pillaje. Además, la clarividencia empresarial y buen estilo del pamplonés Fernando León Sánchez, nieto de Máximo, hijo del mítico aficionado taurino y ganadero León León León y de la milagresa María Ángeles Sánchez Garde, han sido claves para combinar y crear una buena simbiosis en el lugar entre el palacio, las diez hectáreas de campo y las elegantes, funcionales y completas instalaciones allí existentes como finca taurina de ganado bravo y recreo. Así, El Montecillo conforma un lugar incomparable donde se ha sabido aunar la historia que atesora el palacio, la tradición de la cría y prueba de ganado bravo y todo lo que rodea a la cultura de la tauromaquia y el propio ocio. Incluso, algunas de las dependencias de la finca taurina están integradas en una de las partes de la U que dibuja en trazo incompleto el hermoso palacio: en concreto, en la zona noreste de palacio se adhiere el Asador Siglo XVII, que ha sido galardonado con el Premio Singular Hostelería 2011 de Anapeh (Asociación Navarra de Pequeña Empresa de Hostelería). Mientras lleguen mejores épocas que relancen hacia la realidad los sueños de recuperar para El Montecillo el esplendor que tuvo cuando su propiedad y uso de recreo vacacional recaía en los Condes de Guenduláin, Fernando León y su mujer, Covadonga Pilar Antuña, como representante de la tercera generación familiar, cuidan de la casa solariega, con empeño, esfuerzo y sabedores de las limitaciones de su sueño, como si se tratara de su tercera hija.

Sin duda, El Montecillo te deja viajar con encanto en la realidad de un lugar maravilloso para los sentidos y en la ilusión de recreos poéticos y de faenas de pellizco y puerta grande. Invitación ribeteada con una cuidada vegetación y presidida por un gigantesco pino singular y bicentenario que te da la bienvenida.

El palacio Como lo es hoy, ya en 1920 Julio Altadill describía a El Montecillo como maltrecho. Sí, un maltrecho bellezón que merece mucha mejor suerte que la que ya tiene con su actual propietario.

Su construcción la inició José Ayanz y Garro en 1604 y la modificó en 1660 Jerónimo de Ayanz y Javier, primer conde de Guenduláin. Más tarde pasó a manos del Ayuntamiento de Milagro. En 1985, el consistorio de la villa, apoderado por el señor José María Echarri, lo vendió a los sucesores de la misma familia Guenduláin, en este caso, según reza la escritura al "Excmo. Sr. Conde de Guendulin, Marqués de la Real Defensa". En el siglo XX pasó por varias manos. En 1970 su propietario, un vecino de Monteagudo, se lo vendió al mencionado arriba Máximo León. En su historia destaca que fue cuartel general de las tropas de Napoleón en el asedio de Tudela.

El palacio, caserón o casa de campo, se sitúa a dos kilómetros y medio de Milagro, en la carretera que va hacia Cadreita. Se trata de un edificio noble de ladrillo con dos vanos adintelados. A través de una imposta se da paso a un ático de ventanas rectas dobles que alternan con otros vanos rebajados posteriores. Está rematado por una cornisa taqueada. La fachada luce un escudo barroco en alabastro (siglo XVIII) con las armas de la casa Guenduláin.