eguillor - No todo el mundo sabe situar el Valle de Ollo en el mapa. La carretera que lleva hasta Anotz, Arteta, Egillor-Beasoain, Ilzarbe, Ollo, Oskia, Saldise, Senosiáin o Ultzurrun atesora muchas historias para los vecinos de mayor edad que sí la conocen al dedillo. Felipe Itoiz Mutila (Beasoain) la conoce como la palma de su mano. Entre otras cosas porque él mismo participó en su construcción. Fue hace unos 60 años. Felipe y sus compañeros cobraban entre 23 y 80 pesetas al día, según el tipo de trabajo. El proceso fue “muy duro”, reconoce. “En cuatro días hicimos el canal para hacer la carretera”. Primero prepararon el terreno con la ayuda de dos bueyes, los bravanes, y carros para llevar la tierra. Luego trajeron la piedra con burreros, la picaron a trozos con martillos, pasaron la apisonadora y a los tres años echaron la brea”. Gracias a ellos el Valle de Ollo pudo conectarse con Pamplona y los pueblos limítrofes.

Juan Ibarrola Huarte, de Arteta, sin embargo se dedicó a la salinería. Un oficio bien pagado por aquel entonces. Entre mayo y agosto llenaban una era hecha de cemento con agua, esperaban a que la sal cuajase, a los tres días la recogían si no llovía; se volvía a echar agua y se retiraba otra vez, y así sucesivamente con el agua que iba quedando. Luego en un carro tirado por bueyes la llevaban a Uharte Arakil, Lakuntza o Arbizu para venderla. Había bastante mercado de sal, sobre todo allá donde mataban cerdos. “Cada casa tenía una milla entera”. Él empezó con 14 años en el negocio familiar y al poco se comenzó a trabajar con camiones.

Labrit Patrimonio, junto con Navarchivo y la UPNA, ha recopilado, analizado y archivado 17 entrevistas. Unas 40 horas de grabaciones para conocer el patrimonio inmaterial, la memoria del siglo XX en este valle. Enrique y Sagrario Marturet, de Ollo, recuerdan cómo la colada se hacía cada veinte días o una vez al mes, principalmente la ropa de cama que eran sábanas de hilo “muy pesadas”. “En el lavadero las jabonábamos como podíamos, y utilizábamos ceniza para blanquear. Por la mañana se jabonaba, por la tarde se cocía la colada y a la otra mañana se aclaraba en el lavadero”, exponen.

Javier Cenoz, de Senosiáin, recuerda que para mayo se subían al monte las vacas y yeguas al monte donde permanecían hasta Todos los Santos. El vaquero se hacía cargo del ganado. Al cabrero y al vaquero se les pagaba con trigo o en dinero. También Juan José Erdozain cuenta con ironía la historia del curandero que buscaba males a través de un péndulo y localizaba agua.

Esperanza Goñi, de Anotz, ayudaba en el bar de la familia desde que salía de la escuela, hasta que “me casé”. “Venía mucha gente, hacíamos meriendas, costillas que asaba mi padre. Traíamos las truchas de Leitza en un cubo, las echábamos vivas, y se preparaban con jamón. Las truchas estaban en un pozo dentro del bar porque ahí mismo nacía la fuente, y se podía ver”, subraya. Ángel María Azcarate, de Beasoain, no olvida tampoco las huercas, que eran una especie de botrinos (había cinco) en el río donde el pescador pagaba al pueblo y tenía derecho a coger el pescado que vendía o guardaba para casa porque “era mucha familia”.

Rosario Armendáriz, de Egillor, presume de la escuela donde estudiaron más de 30 chicos y chicas, de 10 a 14 años. “Nos dividían por mesas y la pobre maestra se encargaba de todos. Nos hacían aprender aritmética, gramática, geografía, historia... “Cuando se hizo mayor tenía una hija que se hizo maestra y estuvo dos años con nosotras, y aprendimos más de matemáticas”, relata.

Benita Itoiz, de Beasoain, bien sabe que la mayor diversión de aquellos años era pasear por la carretera, ir hasta Anotz y esperar a las fiestas de los pueblos a partir de mayo. Encarna Ibarrola, de Arteta, reconoce que las fiestas se celebraban por todo lo alto. “Se hacía una gran comida, venían parientes, se ponían grandes pucheros de sopa de cocido, fritos, y se mataba un cabrito. Se preparaba la casa, había baile en el frontón, se bailaba mucho, venían de los pueblos de alrededor. Era una manera sana de conocer gente con baile hasta las diez de la noche. En las casas se cenaba y la juerga seguía con los primos y primas...”.