Javier: su nombre y su castillo evocan vicisitudes importantes de la historia del Reino de Navarra. También invoca espiritualidad por ser cuna del patrón, un san Francisco Xabier que acapara hazañas religiosas y sinfín de devociones. Este lugar, tan bello como estratégico, domina el valle del Aragón y Valdonsella y de él se presume como esencial unificador de la diversidad navarra.

El misticismo de este enclave se eleva hasta provocar un topetazo en la imaginación al descubrir y contemplar el oratorio del castillo, conocido como la Capilla del Cristo. Se encuentra en la torre oeste, construida en el siglo XIII. A finales del siglo XV, Juan de Jaso y María de Azpilicueta la convirtieron en capilla para enmarcar una imagen de la Santa Cruz, conocida luego como el Cristo de Javier, por estar muy de moda en el mundo cristiano en esa época. Esta capilla adquiere forma trapezoidal y termina en ligera curvatura por el lado derecho. Es un habitáculo pequeño de 4,50 m de largura y 2,30 de anchura. El Cristo fue datado como del siglo XII, a caballo del románico y el gótico. Mas estudios modernos la ubican con mucha lógica como coetánea a la decisión de los padres de San Francisco de convertir el interior de la torre del palaciego castillo en oratorio.

el cristo El Cristo de Javier es una magnífica talla (180x160 cms) de la misma cronología que las pinturas que lo enmarcan (finales del siglo XV). Se representa a un enigmático Cristo ya muerto con la cabeza inclinada sobre su hombro derecho y portando larga y rizada cabellera. Luce en sus labios una suave y dulce sonrisa. El naturalismo de su estilo se comprueba en su anatomía de huesos y tendones muy marcados. El paño de pureza se ajusta al cuerpo y se entrelaza por su interior hacia la pierna izquierda. La antigua tradición, tan piadosa como milagrera, une el justo momento de la expiración de Francisco de Javier en Goa en 1552 con que este Cristo sudara sangre.

la danza de la muerte Las pinturas, recuperadas en 1970, representan la Danza de la Muerte. Disponen de un triple pedestal pintado: el primero con entrelazados, el segundo con cuadrilóbulos de estilo gótico y el tercero con elementos geométricos sobre los que se apoyan unas pequeñas columnas de canon renacentista y que dan paso a las escenas de la danza. Estas franjas inferiores decorativas también hacen función de enterramiento (aparecen calaveras y dos difuntos). La danza la protagonizan ocho esqueletos, cuatro a cada lado. Unos hieráticos y otros en posición de andar. Algunos enarbolan cintas con leyendas o filacterias en latín alusivas a la muerte.

el arte de morir Entiendo perfectamente que el Cristo y la Danza de la Muerte Javier inspiren a los creyentes. Se trata de un crucificado enmarcado por el baile de esqueletos que manejan sus remos, formando todos un teatral abanico que se abre desde el sarcasmo a la gentileza. Es una grupal puesta en escena macabra y de cenicienta ultratumba, mas, al mismo tiempo, divertida, arrebatadora, trascendental, inolvidable... Acto que bien pudiera interpretarse como una representación melodramática del arte del bien morir.

La fuerza de esta escena única en España (hubo otra danza de la muerte en el convento de Santa Eulalia de Pamplona hasta que fue derribado en 1521) hizo arrodillarse al papa Juan Pablo II el 6 de noviembre de 1982. Imagen orante del hoy santo que durante décadas presidió el salón principal del estudio fotográfico oficial del Vaticano.

Mítico lugar del cristianismo, esta capilla de Javier, por su valor patrimonial y por su interpretación de camino grato a una nueva vida. Quizá para el que muere, es un genial antídoto con el que llenar el neceser que uno precisa para afrontar el tránsito hacia la bóveda celeste donde espera una mejor y pacífica existencia. Para él, esta sonrisa del Crucificado que sufre pero sonríe, puede suponer la suprema expresión del amor de Dios; es el guiño gentil que dice al hombre que muere que también está en paz con la vida, está salvado y es dueño absoluto de su descanso y de sus esperanzas. Que así fuere.