Algunos manuales, renombrados teóricos y ciruelillos varios, sostienen que no se debe comenzar un escrito con signos de interrogación, pero los libros de estilo, los cánones al uso y casi todo se puede cuestionar. Todo lo anterior es una excusa para comenzar sentando plaza de juntaletras barato esta temporada.

Un columnista no debe ser propagandista de causas tóxicas/nocivas, ese listillo que publica sin sentir ni padecer, un señor/a que hace lobismo agradecido, ni siquiera un profesional que quiere jugar a ser estrella del valle. Es, eso sí, “una persona que habla de la gente, y le cuenta a la gente lo que escucha a la gente...”. Puede tener simpatías partidarias o no, ser apenas un sujeto que transmite las opiniones de la empresa o una compañera/piernas que procura ser honesta/o, riguroso y aportar a sus textos amenidad, diminutos conocimientos y el oficio adquirido.

Hay de casi todo, como en las boticas y en el resto de los oficios, como en su familia y en mi vecindad... En fin, nos pagan, tarde y mal, pero no somos llorones, seguimos pedaleando a pesar de la aguda crisis en los medios, porque nos entusiasma el oficio y no aspiramos más que a un salario digno, una valoración profesional y lectores exigentes a los que seamos capaces de aportar pistas, ayudar a desentrañar la realidad de cuanto nos rodea, contar buenas historias/acontecimientos... Como usted “piedra pequeña”, decente ruejo rodado.

Han puesto en fuga a los casposos. Con casposos me refiero a los arrogantes políticos profesionales hasta ahora practicantes del arte de sobrevivir y ganas de chupar del bote. Prefiero esta designación porque rancio es vago e impreciso: estas prácticas ya no son, en rigor, modernas sino anticuadas, obsoletas, chatarra de la transición, propias de republiquitas bananeras y democracias anquilosadas, aletargadas y modorronas. Exceso de caspa quiere evocar la pila de representantes que no supieron dejar el sillón ni con aceite hirviendo.

¡A la oposición!, hasta que hagan bien los deberes y estén a la altura del momento que les ha tocado. Creo que están nerviosos porque siguen cabreados. Hace pocos años, cuando su estatus era casi incuestionable, no se habrían molestado, pero ahora vociferan desde sus cavernas y medios afines.

Un amigo me comenta, con tino, que “los políticos que saben gestionar y representan de verdad a sus electores nunca han tenido nada que temer de su mandato”. Ha llegado la hora de que todos los que defienden el bien común redoblen sus esfuerzos para insuflar aliento a los tiempos que corren, con audacia y honestidad, con sentido y sensibilidad hacia las gentes que peor lo están pasando y procurando que el paraguas social no deje a nadie empapado, con hambre o a la intemperie.

“Estoy podrido de literatura”, le espetó Jorge Luis Borges -aquel tipo que escribía como otros ángeles- a un autor mediocre. No solo él: también el universo ficticio que inventó está impregnado hasta el tuétano de literatura. Es uno de los mundos poético/narrativos que haya creado escritor alguno, porque en él los personajes, los mitos y las palabras fraguados por otros creadores a lo largo del tiempo comparecen de manera coherente, y de forma tan vívida que han usurpado de alguna manera aquel envoltorio de todo texto cultivado que suele ser el mundo objetivo.

El referente de la ficción del argentino tan parecido al talento puro es la literatura. “Pocas cosas me han ocurrido y muchas he leído. Mejor dicho: pocas cosas me han ocurrido más dignas de memoria que...” el pensamiento de fulanito, la prosa de menganita o los versos de zutano, anotó con sabiduría aquel cegato ilustre.

A Borges lo irritaba que le dijeran: “¿Para qué sirve la literatura?”. Le parecía una pregunta estúpida y, cómo no, respondió: “¡A nadie se le ocurriría peguntarse cuál es la utilidad del canto de un canario o de los arreboles de un crepúsculo!”.

En efecto, si esas cosas hermosas están ahí y gracias a ellas la vida, aunque sea por un instante, es menos feucha o triste, ¿no es mezquino buscarles justificaciones prácticas? Sin embargo, a diferencia del gorgoreo de los pajaricos que me despiertan cada mañana en mi refugio berruezano o el espectáculo del sol despidiéndose en lontananza -en mi caso, desde mi mesa de trabajo, por Abaigar y Villamayor-, un oportuno poema, una novela que cuenta, un pensamiento que me incita a reflexionar..., no están simplemente allí, inventados por el azar o la naturaleza. Son una creación de hombres y mujeres, y es lícito indagar cómo y por qué aparecieron, y que han aportado a las gentes para que la literatura, cuyos orígenes se confunden con los de la escritura, hayan llegado hasta nuestros días. No sea monicaco, y, si puede, lea todos los días un buen rato.

De mí, sin falsa modestia, se pueden olvidar... Al fin y a la postre, lo único que hago es jugar entre brumas y veras, entre realidad y ficción, con sujeto, verbo y predicado... Es decir: contar cosas, cuanto pueda servir para pasar a la página siguiente; hay muchas y nos están esperando.