en un momento dado, tuve la oportunidad de leer relatos de la ciudad y especialmente me llamó la atención el mismo que voy a recordar. En la primera década del siglo XX, Estella contaba con un alcalde amante de la cultura, Don Gregorio Zuza, que invitó al Ayuntamiento a conmemorar el tercer centenario de la muerte de Don Miguel de Cervantes, el padre que dio vida al gran caballero andante de la triste figura, llamado Don Quijote de la Mancha.

El día 23 de abril, fecha de la muerte del escritor, se celebró la fiesta. Pensaron hacer un acto religioso en honor a Cervantes. El señor Goizueta abogó por suspenderlo con el consentimiento de todos. Tal vez pensaron que Cervantes, creador del caballero andante de la triste figura, estuvo listo para defenderlo y entrar sin problemas en el reino de los cielos.

Se celebró la fiesta por todo lo alto, música, iluminación en las calles y colgaduras en los balcones. Se repartieron ejemplares de El Quijote en los centros de enseñanza y entre los ciudadanos que lo deseaban. Un día histórico para la cultura de esta ciudad.

Tanto fue así, que una mujer estellica, después de leer El Quijote soñó con la llegada de don Quijote y Sancho Panza a esta ciudad, en una tarde espléndida de primavera. Ataron el caballo y su jumento en la llamada Calleja de las Rosas, a la cual se le puso este nombre porque un general carlista así se apellidaba y ató siempre su caballo en dicha calleja. Luego caminaron por el pueblo desconocido y encontraron la calleja del Chapitel. Al lado de la primera casa había un hierro clavado en la pared con rebullón de lana y paño enrollado, un anuncio que decía “Tejedores de lana y paño”. Tanto le llamó la atención a Don Quijote que, muy caprichoso, agarró del hierro y se puso a balancearse, suave y dulcemente, muy divertido. El ruido que se oía era de intriga para los caminantes.

Al mismo tiempo se escuchó un bullicio de matracas y completas. Era la llamada a la procesión del Viernes Santo. La cofradía de los Pelaires salía acompañando al tiempo que a gritos hacía su publicidad: “los tejedores de lana y paño”. Quijote y Sancho siguieron caminando y junto a la calleja de Los Zapateros encontraron otro hierro atado. Tan bien se lo había pasado en el primero que el caballero andante de la triste figura repitió la faena y se puso a balancearse.

Se oyó el postigo de una ventana que se abría y una vieja de cara acartonada vestida de luto apareció con el grito de “agua va”. Pensó Don Quijote, “no podía ser mayor el recibimiento. A un caballero andante como yo, se le acoge de buenas maneras, refrescándome desde lo alto”. Su criado salió al paso. “¡No mi amo! ¡Ha sido con el orinal con lo que le han mojado!” “¡Toma, es verdad, estoy pringado, jamás a un caballero andante se le ha obsequiado de manera tan sucia!” La indignación fue terrible.

Sentían curiosidad por todo y se encontraron con la procesión del Viernes Santo donde aparecía el estandarte de la Cofradía de los Pelaires.

Al llegar a la segunda puerta decían “Ídem de lienzo”. Y así sucesivamente. Al oír esta frase, Don Quijote “Qué quieren decir con esto, ¿que salga otra vieja con el orinal? Vamos deprisa.

Entraron por la Navarrería y encontraron otra vez algo muy sospechoso, un pendón blanco colgado de un aro que el viento zarandeaba. Muy altivo se puso el caballero de la triste figura, que con su lanza acometió contra el pendón y en un zis zas al suelo. Era el pendón el anuncio de los vinos cosecheros. Todos los contertulios salieron al oír la lucha contra el pendón, que al parecer les resultó muy divertida. Muy amables, los convidaron a entrar en la taberna, y pronto entablaron el diálogo con todos los virtuosos bebedores que diariamente acudían con su merienda a probar el vino cosechero. Sobre una vieja mesa de roble posaban jarros decorados con el escudo de la ciudad, modelados por los alfareros más famosos de Lizarra. Tarteras de huevos fritos con tomate y caracoles con cangrejos del río Ega eran el acompañamiento.

Ante esta acogida tan cariñosa, amo y criado se despellejaron de la rabia que llevaban encima y pensaron en echar en un saco roto su viaje por Estella. Volverían a las fiestas. Se despidieron de sus contertulios y emprendieron su viaje. Dijo Don Quijote a su criado “recordemos lo bueno y olvidemos el baño que nos hemos dado. Por lo demás, podemos decir que los de Estella son cojonudos”. Y al fuerte pisar del caballo de Don Quijote, la estellica que soñaba, de su profundo sueño despertó.