altsasu - Hace 25 años, en junio de 1991, abrió sus puertas la residencia de ancianos Aita Barandiaran de Altsasu, un recurso necesario en la zona entonces y más ahora, con el progresivo envejecimiento de la población y una mayor dependencia. En estos 25 años, 257 personas han hecho de esta residencia su hogar. “La edad media cada vez es más alta y mayor deterioro cognitivo. En las mujeres es de 87,5 años”, apunta Mª Eugenia Martínez de Goñi, gerente de la residencia y testigo privilegiado de la andadura de este centro. Ella fue la persona contratada para su puesta en marcha, desde la recepción de obra, los contratos de luz y teléfono o la selección de personal, entre otras tareas.
El centro cuenta con 42 plazas, 36 concertadas a través del programa ResideN del Gobierno de Navarra, y las seis restantes del Patronato Aita Barandiaran, organismo creado por el Ayuntamiento para la gestión de la residencia. “En el proyecto inicial se contemplaba la ampliación del edificio al norte con 15 plazas más, por lo que esa fachada se dejó sin aislar”, recuerda Martínez de Goñi, al tiempo que apunta que desde entonces ninguna institución ha planteado llevar a cabo dicha ampliación. También rememora que en un principio estaba pensada para que lo atendieran religiosas, por lo que había cuatro habitaciones destinadas a éstas y un despacho para la superiora.
La residencia supuso una inversión de 232 millones de pesetas, a cargo del Gobierno de Navarra. Las obras comenzaron en 1989, sobre unos terrenos cedidos por el Ayuntamiento de Altsasu en Idertzagain, entonces una zona de huertas sin urbanizar. Había elecciones municipales en mayo y el 30 de abril fue la inauguración oficial, con la presencia de Gabriel Urralburu, entonces presidente del Ejecutivo. El alcalde de la villa era otro socialista, Emilio Boulandier. Para poder llegar se tuvieron que realizar unos accesos provisionales.
Si bien la mayoría de las personas quieren envejecer en su hogar, no siempre es posible. Circunstancias familiares, sociosanitarias o económicas desaconsejan la permanencia en el domicilio. “A nadie le han educado para acabar sus días en una residencia”, apunta Martínez de Goñi, quién señala que “todavía hay una mentalidad de asilo, de abandono. Y no es cierto. Es un recurso bueno y necesario”, asegura. “Si hay una relación buena con ese familiar, si le visitas y le das cariño, es decir, si se sigue manteniendo el vínculo emocional, no hay abandono”, añade. “En la residencia se ofrecen servicios y cuidados que en casa no se pueden dar. También cariño, pero no puede suplir ni a la familia ni a los amigos”, abunda.
Es difícil que haya una plaza libre en Aita Barandiaran. La pasada semana quedó una, tras el fallecimiento repentino de Teresa Sáez de Muniain, una altsasuarra de 87 años que unos días antes quiso sumarse a la foto para este reportaje. Ella llevaba desde el primer día en el centro, igual que Silverio Beraza, de Eraso.
Con una larga lista de espera, pronto se ha cubierto la vacante. La mayoría de los residentes son de Sakana: 25 de Altsasu, tres de Olazti y otros tres de Etxarri Aranatz. De Arbizu hay dos, al igual que de Uharte Arakil, además de uno de Iturmendi, Unanu y Lizarraga. También hay cuatro de diferentes puntos de Navarra. “Se busca que los mayores estén en su entorno, cerca de la familia”, apunta Martínez de Goñi, quién destaca que las puertas del centro están siempre abiertas. “No hay horarios de visitas, se puede venir cuando se quiera, respetando las horas de la comida y de sueño”, observa.
La gerente del centro agradece la labor de los voluntarios y las visitas especiales que reciben a lo largo del año. “Siempre son bienvenidos”, señala. Algunos acuden con su música, como Trasteando Taldea, la coral Erkudengo Ama y el coro de los jubilados, entre otros grupos. También los quintos por Santa Águeda, los Reyes Magos, las peñas en fiestas, las sociedades gastronómicas? una larga lista que da idea del arraigo de la residencia.
Con motivo del 25 aniversario, hace unas semanas recibieron la visita de Bocalán Biak-Bat y sus perros de asistencia. “Ha sido una experiencia muy bonita. He visto sonreír a personas a las que es muy difícil sacarles una sonrisa”, apunta Martínez de Goñi. “Si bien son generaciones que han tenido poco tiempo para el ocio, cada vez se muestran más dispuestos a participar en las actividades que programamos”, observa. En este sentido, recuerda que también se programó la actividad Memorias del agua, de NILSA. “Tuvo gran aceptación y participación”, apunta la gerente.
28 TRABAJADORES La mayoría de los residentes en Aita Barandiaran son dependientes, 37 de 42, lo que supone una importante carga de trabajo para el personal, mujeres en su mayoría. En total son 28 trabajadores, entre dirección, técnico de mantenimiento y personal de atención directa, de limpieza y de cocina. También una fisioterapeuta, que acude al centro cuatro días a la semana y una terapeuta ocupacional, que va tres días. Trabajan con personas, por lo que la carga emocional también es importante. “Es difícil desconectar”, apunta Martínez de Goñi, quien destaca la importancia del equipo para el funcionamiento de la residencia. “Es un centro pequeño donde todos hacemos de todo”, concluye.