Siempre le vi sonriente, siempre. Llevaba la sonrisa, que era como su documento de identidad permanente, en su rostro en todas y en cada una de las ocasiones en las que coincidimos y compartimos vivencias, algunas incluso dolorosas para qué lo vamos a negar, como la voladura controlada (pero que muy-muy controlada) del extinto Consorcio Turístico de Bertiz, que lo que no puedo manejar a mi antojo me lo cargo y punto.
Nos referimos a Pantxo, Francisco Iribarren Larralde, alcalde que fue de Urdazubi/Urdax, creo que si no todos, muchos lo habrán adivinado porque si le conocieron y tuvieron la fortuna de tratarle es seguro que así le recordarán. Hasta el otro día, cuando se nos fue, ley de vida, de forma inesperada o quizás no tanto, ya que nuestra relación se había interrumpido una vez que dejó la alcaldía y digamos que se retiró de la vida pública.
Pantxo Iribarren era uno de los últimos, quizás el último del típico hombre de frontera, a caballo toda su vida entre Navarra e Iparralde, en Dantxarinea, en la muga de Urdazubi/Urdax y de Ainhoa, localidades ambas integradas en lo que el Aita Joxemiel de Barandiaran definió como Xareta, el territorio hermano que comparten con Zugarramurdi y con Sara. Era uno de los históricos de las ventas, los comercios fronterizos, con los Diharce, Arretxea, Vidaurre, Arzoz, Castro, Varela y algún otro quizás que olvidaremos, todos ellos con más de tres cuartos de siglo detrás del mostrador y apellidos todos que de inmediato nos sitúan en el lugar en el que transcurrió su vida y la profesión que ahora continúan sus descendientes.
Pantxo fue alcalde durante veinte años, y concejal otros cuatro, seis legislaturas y sin otra ambición política que la de servir y ayudar a su pueblo, y entiendo que de pocos se podrá decir como de él, que nunca se vio envuelto en grandes entuertos gracias a su temperamento optimista y la imagen de bondad que transmitía. Era asiduo y puntual a las reuniones del consejo rector del Consorcio Turístico de Bertiz, que eran un placer compartir, porque le gustaba apoyar cualquier proyecto que surgiera y pareciera adecuado para el desarrollo de la comarca.
En el comercio que fue su vida, y en el turismo, observó que estaba el futuro inmediato y se apresuró a animar a su Ayuntamiento a comprar la cueva de Ikaburua a su propietario (estaba en su finca) José Antonio Echenique, el conocido Matxingo por el nombre de su casa, Matxingonea, que, por cierto, fallecería prematuramente poco después. Pantxo era consciente del espacio geográfico que ocupa Urdazubi y de las posibilidades del turismo, como luego se ha confirmado y le ha dado la razón el paso del tiempo. En Zubiondoa, junto al puente que tanto sabe de la historia local, la de la postguerra y el último cuarto de siglo, se nos ha ido el que fue decano de los alcaldes de la comarca y muy en particular, una bonísima persona. - L.M.S.