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“Omayra y otros que estáis en los cielos

“Omayra y otros que estáis en los cielosFoto: F. Fournier

Será el miércoles, igual que el 16 de noviembre de 1985, el día en que exhaló agotada su postrero suspiro y murió, pasando de ser una niñita de apenas 13 años que sólo quería volver a su escuela a convertirse en el emblema de la tragedia y en otro más de la historia mundial de la infamia. Se llamaba Omayra Sánchez y su trágica agonía empezó tres días antes, cuando estalló el volcán Nevado del Ruiz, la nieve que contenía en su cima se derritió en un instante y la imponente avalancha de agua, barro, piedra y árboles arrancados de raíz se desplomó sobre el pueblo de Armero y lo arrasó por completo.

La tragedia se veía venir, vulcanólogos de todo el mundo se lo habían advertido desde dos meses antes al Gobierno de Colombia, otro más que estaba a lo suyo y no adoptó medida de ningún tipo, e incluso una vez ocurrida la catástrofe la indolencia y la irresponsabilidad camparon a sus anchas y contribuyeron a agravar las consecuencias. Remontándonos en el tiempo, acabamos de leer estos días que informes de aquella época, escuetamente apuntan: “La única moto-bomba disponible (para retirar el agua y lodo que la cubrían hasta el cuello) estaba lejos, por lo que solo podían dejarla morir”, lo que, además de increíble e inhumano, es todavía más indignante.

La agonía y muerte a causa de una gangrena gaseosa se prolongo por 60 horas y fue televisada prácticamente en directo, a nuestra vista y nuestros corazones encogidos. Una fotografía captada por el reportero francés Frank Fournier, que asistió impotente a las últimas horas de Omayra, ha quedado como una de las 25 más impactantes de la historia y recibió el premio del año concedido por la Fundación Word Press Photo, una distinción que ha maldecido siempre por una imagen que nunca hubiera deseado tomar. “Hay cientos de miles de Omayras en el mundo, historias de gente pobre y débil. Los fotógrafos debemos crear un puente entre ellos y los otros”, declaró Fournier.

La de Omayra, con su carita implorando ayuda y ejemplo de resignación, es el reflejo individual de miles y miles de niños, de los más inocentes entre los inocentes que cómodamente y a diario vemos en el televisor u hojeando la prensa del día. Es el caso de Aylan Kurdi tendido sobre la arena de la playa, la de la niña Phan Th? Kim Phúc huyendo aterrorizada con su cuerpo quemado por el napalm, o la que fotografió Raghu Rai del rostro como de muñeca de porcelana con el resto del cuerpo enterrado tras la catástrofe de Bhopal, de niños inocentes que con sus sus padres se ven obligados a cruzar mares, a huir del fuego de ese Herodes contemporáneo más militarizado y más negocio que nunca, que a veces se nos muestran en un intento vano de azotar nuestra sensibilidad y nuestras conciencias. “Váyanse a descansar y vuelvan para sacarme”, cuentan que dijo Omayra a los que intentaban ayudarla. Ocurrió hace 31 años, y no pudieron. - L.M.S.