¡Tximiko berri!
el domingo de pascua era día de estreno de alguna prenda de ropa, como símbolo de la llegada de un tiempo nuevo
Episodios municipales
Domingo de Pascua. Día de alegría grande para la iglesia católica, apostólica y romana, y hasta para los más débiles de corazón que no gastan de eso pero han disfrutado del ocio y asueto lejos del urbano y mundanal ruido. Y día de novedad en una época, que era costumbre o tradición (mi amigo Luis Mokoroa, el Artillero Mayor de las fiestas de San Sebastián, decía que “las tradiciones se hacen enseguida” y con razón además) estrenar alguna prenda y de ganarse un pellizco acompañado del ritual ¡tximiko berri!, la frase con la que se te felicitaba al advertir que lucías nueva vestimenta.
La Pascua es el nuevo tiempo que llega, en apariencia risueño y placentero, con la Madre Naturaleza en explosivo (es un decir) despertar ya hasta las frondosas con hojas y el verde, color de la esperanza, que se adueña de nuestras vidas. Muchos recordarán todavía lo del pellizco de felicitación, que no faltaba quien se pasaba varios pueblos y te dejaba duradera moradura, el muy cabroncete, todo anterior al pret á porter, las nuevas tallas M, XL, XXL, El Corte Inglés, Zara y todo eso que podemos atribuir al con-sumo gusto, a los americanos o al gobierno, que tiene siempre la culpa de todo.
Ya no se lleva, lo del ¡tximiko berri! y el pellizco decimos, que estrenar se ha hecho asequible (des)gracias a la obra de mano barata, de dólar o menos al día, que se encuentra en el tercer, cuarto o más mundo que ya ni sabemos hasta dónde llegan la explotación y la miseria. Y eso, a pesar de la cantidad impensable de las monedas que les metíamos en la cabeza, por aquella ranura como abierta a hacha que llevaban en el cuero cabelludo, para los chinitos lo que más, que resulta ahora que se nos van a comer crudos de sufridos como son, ya lo advirtió Napoleón (“dejad dormir a China; cuando despierte, el mundo temblará”) y ni caso y que ahora paciencia y barajar.
Pero bueno, no vamos a ponernos agoreros y aguafiestas, que también es tiempo de asado corderico rico, rico, rico, y de gaztanbera (cuajada de leche de oveja) e igualmente costumbre en esta fecha. Tal como ayer sábado, la buena gente de los caseríos bajaban al mercado sus corderos, gallinas y pollos, y otra suerte de viandas auténticas y nada plastificadas, criadas al aire libre, sin piensos compuestos y descompuestos, antibióticos y todo el recetario de la agropecuaria contemporánea, la de los tomates todos iguales y con piel que cuero parece.
La etxekoandre los compraba (los corderos) enteros o por mitad con alguna vecina amiga de familia amiga, y la chavalería, liquidado el ovino, nos peleábamos por las tabas para jugar con ellas. Y de postre la rica gaztanbera cocida con piedras ferruginosas (burdinarriak) rusientes y su kizkilurrin (sabor a quemado) tan peculiar. Y pues el Domingo de Pascua que es fecha buena: ya no hay pellizcos y sí manduca. O sea.
A la estupidez humana. Concedido por unánime unanimidad al inventor de la nueva bomba recientemente estrenada que todavía mata más y mejor. “Se arman hasta los dientes en el nombre de la paz, juegan con cosas que no tienen repuesto” y “resulta bochornoso verles fanfarronear a ver quién es el que la tiene más grande”, destaca el jurado cantado por Joan Manuel Serrat en honor (¿?) a esa suerte de pendejos que sólo piensan en acabar con el otro.
millvina dean “orgullosa de mi padre”
“Mi padre, como la mayoría de los hombres, cedieron su puesto en los botes salvavidas para que los ocupasen las mujeres y los niños. Murió como un valiente, como la gran mayoría de las personas que perdieron la vida en el Titanic. Siempre nos hemos sentido muy orgullosos de mi padre...” (Millvina Dean, 1912-2009, última mujer en morir de los 1.513 supervivientes de la tragedia del Titanic).
“Si pasan diez...”
“...un vecino del pueblo se echó al monte, en compañía de su hijo, para dedicarse a salteador de caminos. A las pocas horas de acecho, dio el alto a un caminante, y como este echase a correr, lo tumbó en tierra de un trabucazo. Registraron las ropas del cadáver y sólo encontraron una peseta. El hijo, lamentando la burrada paterna, comentó: Miá que también matar a un hombre por una peseta.... Pero el padre le replicó: Calla, tonto. Si pasan diez, son diez pesetas”. (Burlas y chanzas, José María Iribarren, 1951).
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