pamplona - Las 800 bolas de pimiento lanzadas el domingo como pelotas de pin-pon a la barra del bar lo dicen todo. El viejo montacargas de madera que comunica con la cocina ha dado paso a un montaplatos de última generación pero el artilugio sube y baja a la misma velocidad que hace un año. Luisma Mujika e Itziar Eza, los nuevos socios del Cordovilla, saborean contentos la reapertura del que sigue siendo uno de los bares de culto de la Navarrería. “!La gente vuelve al Cordovilla y es algo que nos motiva mucho dada su historia!”, subraya. Un bar castizo que tras su reforma ha querido mantener la esencia y todo su sabor. Abrió en 1939 y se convirtió en uno de los locales más célebres de lo Viejo en el centro de la Navarrería. Antiguamente, en la espectacular bodega del subsuelo del número 8 de la calle Navarrería se llegó a hacer vino, “y sabemos que en el viejo Palacio de Marqués de Rozalejo, a escasos metros, también se elaboraba cava”. Sin duda, Navarrería era una ruta del buen beber. Y la vieja fuente de tres caños que dejan caer desde el siglo XVIII el agua sobre cuencos en forma de concha les mira perplejos.... Con una decoración en madera (vigas vistas) y piedra (la estructura del edificio del siglo XVIII), climatización, modernización de instalaciones en cocina y baños, y el frito como producto estrella pero añadiendo platos “de calidad”, la pareja se muestra sorprendida y más que agradecida de la fidelidad del público. “La gente que viene es de toda la vida de Pamplona y con muchas ganas de fritos”, admite Luisma. “Es un público muy familiar, además de gente joven, y estamos contentos porque se crea un ambiente muy de Pamplona, mucha txaranga, las peñas al lado... esta mañana por ejemplo han pasado los gigantes txikis del Irrintzi...”, relata con orgullo. “Nos hemos tenido que modernizar en muchos aspectos, tenemos una batidora de temperatura que no se enfríe la masa, hay una cámara para que la cerveza esté a tres grados, la bodega la hemos adaptado, se ha reformado la cocina...”. Y uno de los elementos de la reforma que más agradecen los clientes es el baño: “Hay incluso gente que entra sólo para ver el baño....”.
El frito de pimiento es el top del Cordovilla, con pimiento del piquillo navarro, carne 100% de ternera, una besamel “rica y bien ligada”. Hay otros dos fritos también de gran calibre: croqueta y tigres caseros, y como novedad las gambas a la gabardina que “están exquisitas”. “Mantenemos el tamaño pero hemos querido ofrecer calidad y menos grasa. Nos hemos dejado el frito de calamar porque en el mercado no es fácil conseguir de ese tamaño sin que sea pota. De momento cuentan con raciones de calamar trozeado. Y para amantes de la cultura del gintonic, el Cordovilla se ha especializado, como ya lo hizo en su bar de Rotxa, en ginebras Premium. Sin olvidar el sorbete de cava el vermú de grifo. Todos los recipientes y cubiertos son por otro lado reciclables y biodegradables.
En realidad esta aventura hostelera, la tercera para Mugika, ha sido trepidante. El bar cerró sus puertas después de Reyes. Entraron los nuevos socios, los mismos que regentan el Kiliki Taberna de Rotxapea (desde 2012), y en febrero arrancan las obras. Para el 24 de junio abría de nuevo sus puertas a punto para la fiesta. Desde esa fecha habían conseguido preparar hasta 6.000 fritos y “ayer (por anteayer) los de pimiento habían volado.... Estamos a tope”, subraya mientras grita “Titan, más pimientos!” a Pipe (llevó la Posada de Lantz), que junto con Chuma, forman el grupo cocina de un equipo de doce personas. “Son muy buenos cocineros y estamos pensando en ofrecer para los fines de semana algún plato-menú más exquisito tipo marmitako, ajoarriero, alubias con sacramentos, estofado...”, anuncia el donostiarra. De hecho, para aquellos que se quedan “rezagados en el vermú” quiere prolongar la hora de cierre de cocina hasta las doce de la noche, siguiendo el modelo de Donosti. “Hay mucha gente turista que llega tarde o no le apetece un menú, de ahí que estemos pensando en otra opción de platos bien cocinados para lo que colocaremos una mesa grande tipo sidrería”, explica. Les quedan por colocar taburetes, mesas, espejos... pero el local que nació al finalizar la Guerra Civil no ha parado ni un momento.
Mújika, que ya montó el Café con Sal de Labrit con varios socios, destaca que el nuevo proyecto surge “en realidad como una cabezonada de mi mujer que guardaba recuerdas de la infancia y tenía morriña del frito con el mostico de cuando era pequeña y venía con sus padres como otros tantos txikis... Queríamos subir a lo Viejo y vimos que lo alquilaban. Miramos algún local más y apostamos por un bar con mucha historia...”, destaca Luisma. El edificio data de 1776 y este año está previsto rehabilitar la fachada.
Para las once de la mañana ya están abiertos y antes de la una de la madrugada echan la persiana. “Hemos puesto una cabina de música pero es más para nosotros, para dar un uso al espacio del viejo ascensor”.