Terapia para adictos al WhatsApp
La psicóloga Vanesa Gargallo trabaja en Aralar atendiendo a personas con adicciones tecnológicas, en auge entre los más jóvenes
pamplona - No existe un número determinado de veces en las que uno tiene que mirar el teléfono móvil para declarar, con acierto, que padece una adicción. Pero está claro que, en el momento en el que mirar esa pantalla, jugar a un videojuego, echar una moneda a la máquina o hacer una apuesta más se convierten en acciones que alteran nuestras relaciones sociales y nuestro día a día, existe una conducta de riesgo. Un problema que puede ser grave, pero también tratable.
Así lo certifica la psicóloga de la Asociación de Ludópatas de Navarra Aralar, Vanesa Gargallo, pamplonesa de 36 años experta en adicciones tecnológicas, unas que aunque están a la orden del día, a veces pasan desapercibidas. Pero suponen, tal y como asegura, un gran riesgo del que hay que concienciar y prevenir, tanto a jóvenes como a adultos. “Por desgracia los que vienen son cada vez más chavales, pero sus padres se enfrentan también a algo desconocido. Y la tecnología no es una moda, ha venido para quedarse”.
Gargallo trabaja en Aralar -ubicada en el barrio San Pedro de la Rochapea y fundada en 1996- desde 2013, después de haber contribuido a mejorar la vida de menores en riesgo de exclusión social, mujeres con diferentes problemáticas y personas de etnia gitana. “Desde que estaba en la Universidad tenía claro que me gustaba la psicología forense, pero hice voluntariado y formaciones relacionadas con las adicciones, que siempre me han llamado la atención porque me parece un tema muy intenso”.
En este ámbito descubrió una vocación que crece cada día y que le aporta mucho porque, asegura, en cinco años no ha dejado de aprender. “Es un reto porque la adicción constituye una pérdida de autocontrol y ver ese proceso en las personas, cuando llegan abatidas y consiguen recuperarse y salir de aquí felices, me fascina -confiesa-. Es un redescubrimiento, conducta humana en estado puro”.
Su trabajo pasa por ayudar a las personas a que abran sus perspectivas, a que aprendan a mirar desde diferentes posiciones y crean en ellas mismas para verse capaces de todo. “Es complicado determinar que una persona tenga un problema con el móvil porque utilizamos la comparación social como medida, todos lo minimizamos: o todos tenemos un problema, que no puede ser, o no es un problema. Pero al final lo que hace saltar las alarmas no es tanto la conducta como las consecuencias: el aislamiento social que supone -paso de tener relaciones cara a cara a hacerlo solo a través de una pantalla-, me entra ansiedad si no llego a un determinado número de likes en las redes sociales, internet es algo que se convierte en lo más importante de mi vida... Que un adolescente use el teléfono no significa que tenga un problema, hay que diferenciar entre uso, abuso y dependencia”.
Explica que no existe un único motivo para que haya una adicción, “muchas veces es para huir de mis problemas porque no sé gestionarlos, porque me aburro y no se gestionar mi tiempo libre? Se utiliza como un recurso para tapar otros problemas personales. El juego, más que el problema en sí, a veces es sólo el síntoma por el que se manifiesta lo que les puede estar pasando”. Asume que móviles y ordenadores son también herramientas que nos hacen la vida más fácil, por lo que evita generar “psicosis. Son útiles, pero tenemos que saber qué están provocando en nuestra vida, si interfieren en nuestras actividades diarias y las limitan, si tienen consecuencias económicas, sociales o familiares”.
Nativos digitales Aunque hay que diferenciar a los nativos tecnológicos de los inmigrantes digitales: “Nosotros conocemos una vida sin todo esto y podemos equilibrarlo un poco más, pero hoy los jóvenes no conciben otra cosa, lo tienen integrado en su vida. No les cabe en la cabeza una vida sin tecnología”. De ahí el riesgo. “Igual que no se nos ocurriría darle a nuestro hijo las llaves de un Ferrari sin enseñarle a conducir, sin carnet y sin una mínima explicación, tampoco podemos darle un móvil sin poner unas pautas y unas condiciones para su uso. Tiene que estar regulado. Si cuando salen les decimos que no beban o no tomen drogas, ¿por qué no les preguntamos cuánto tiempo llevan enganchados al móvil o jugando a los videojuegos? Hay que empezar a tomar eso como unas conductas de riesgo y hablar de ellas en casa”.
El problema, señala, es que los padres “saben muy poco de esto, porque es algo relativamente nuevo. Y tenemos por un lado jóvenes sin consciencia de riesgo y sin saber cómo usar unas herramientas muy potentes, con unos padres que no tienen ni idea ni de cuáles son esas herramientas, ni de qué hacen sus hijos con ellas, ni de qué riesgo conllevan. La situación perfecta para que se desarrollen este tipo de problemas”.
Insiste la especialista en que el juego no es malo, ni las redes sociales. Son herramientas de ocio, pero han de usarse como tales. “Al igual que se hacen charlas de alcohol, de sexualidad o de drogas, hay que informar de la tecnología. Darle buen uso, establecer pautas en casa y, sobre todo, concienciarnos como sociedad, porque está cada vez más integrada en nuestras vidas”. Internet, a veces, “resta capacidad de pensar. Los chavales están perdiendo espíritu crítico, que es precisamente lo necesario para evitar caer en conductas de riesgo”.
Las tecnológicas son adicciones, dice, que se viven muy en secreto. “Están muy estigmatizadas, la gente no entiende cómo puede haber una adicción al móvil, y no es fácil adquirir consciencia de que uno tiene un problema. Por eso a veces el método más efectivo a la hora de tratarlo es el trabajo grupal, en función del punto del proceso en el que se encuentren; también la atención a los familiares, que es una parte muy importante, además de la atención individual y el seguimiento.
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