Hola personas, ¿cómo van? Aún como nuevos, supongo. Ya llegará el día 12.
Esta semana he dado algún paseo, pero ninguno de ellos traigo hoy aquí conmigo, hoy traigo un paseo distinto, un paseo por la historia, con perdón por la petulancia. A este pobre juntaletras solo le avala una gran afición al tema y ello me ha llevado a leer, buscar y conocer sobre una historia que a todos nos importa y que en estos días tiene su máxima explosión: la historia de San Fermín.
Hay mucho dicho y escrito a cerca de la veracidad o no de la vida del Santo, y, a día de hoy, las tesis de los segundos parece que se imponen a las de los primeros.
La Iglesia no se pronunció en el Concilio Vaticano II sobre la cuestión, durante dicho conclave se redactó un Novus Ordo, en el que se incluyeron santos que eran apeados del santoral por ser legendarios, como San Cristóbal, San Valentín, San Dominguito del Val (patrón de los monaguillos), San Jorge o San Balandrán, entre otros. Del nuestro dijeron que nada probaba su historia pero que ante la popularidad de la que gozaba y siendo un santo local, delegaba en la diócesis la facultad de obrar y de mantener su culto vivo tal y como se ha hecho. Igualmente sucedió en Amiens. Por cierto, ¿alguien sabe porque no estamos hermanados con Amiens?, motivos nos sobran. Una calle en honor de dicha ciudad no estaría mal ¿no?
Pero veamos los argumentos.
El primer conocimiento que se tiene en Pamplona de un tal Fermín, natural de la misma, que fue obispo y que murió degollado en Amiens en el siglo III , no llega hasta el año de 1186, nueve siglos después de su supuesta existencia. En aquel año, el obispo Pedro de París se presentó en la capital del Reino con un trozo de calavera aseverando que perteneció a San Fermín y que fue encontrada cerca de Amiens en el siglo VII, cuatro siglos después de su supuesto martirio. La reliquia fue trasladada al altar de la Catedral y empezó a ser venerada alcanzando gran popularidad, por tratarse de un obispo mártir hijo de la tierra, no solo en Pamplona sino en todo Navarra.
Casi cien años después, en 1264, Jacobo de Voragine, en su obra La Leyenda Dorada, pergeña la primera biografía de San Fermín sin ninguna base histórica. Es ahí donde leemos por primera vez que era hijo de Firmo, senador romano, jefe máximo de la provincia romana, y de su esposa, Eugenia, naturales de Pamplona; San Honesto, por encargo de San Saturnino, vino a traer la Palabra a Pamplona y educó en la Fe a Fermín, teniéndolo desde los 17 años como apreciado ayudante ya que buen papel le hacía al ser un muchacho joven que predicaba con destreza la religión cristiana y lo hacía por lugares, cerdeas y pueblos cercanos, descargando trabajo de sus ya achacoso huesos. Con el tiempo lo envió a Toulouse para que San Honorato lo hiciese obispo, tenía 24 años, volvió a Pamplona y fue quien gobernó la diócesis hasta los 31 años, en que partió a la Galia, tras otras diócesis que ocupó fue destinado a Amiens, capital de Picardia, cerca de París, donde, según dice su hagiografía, en 48 horas convirtió a más de tres mil paganos. Este éxito disgustó a las autoridades romanas politeístas y le cortaron la cabeza. Esta fue robada y enterrada por unos cristianos cerca de la ciudad. Se supone que fue la que siglos más tarde trajo a Pamplona Pedro de París.
Estos hechos, a pesar de ser leyenda, se basan en las antiguas Actas de San Fermín y San Saturnino, de Amiens, llamadas Actas de Bosquet o de los Bolandistas, las cuales como hemos visto sitúan los hechos en el siglo III. En el XVIII aparecieron unas Nuevas Actas en un convento de monjas cerca de Florencia, llamado monasterio de San Marta de Monte-Ugo. Dichas actas, del siglo X, se custodiaban en la Librería Riccardiana de Florencia y por ello se llamaron Códice Riccardiano. En ellas se basó el padre don Miguel Joseph de Maceda para dar a la estampa su obra Actas sinceras nuevamente descubiertas de los Santos Saturnino, Honesto y Fermín, apóstoles de la antigua Vasconia, hoy Navarra y sus vecindades, Madrid. Imprenta Real. 1798.
En dicha obra, Maceda afirma que San Fermín vivió en el siglo I, mientras que en la historia francesa lo sitúan en el siglo III, ya esta discordancia choca. Existen, pues, dos tesis: la de Pamplona y la de Amiens, mal comienzo para la verosimilitud de una biografía. Mal puede defender el primero que existiese un obispo en una ciudad en el primer siglo de la Iglesia cuando hasta el tercero no llegó a Pamplona la doctrina cristiana e idéntico problema tienen los galos porque dicha doctrina llegó a ellos unos siglos después del tercero.
Pedro de París dicta un decreto en 1186 en el que ordena que “se celebre en adelante con mayor solemnidad la fiesta de San Fermín; porque se aseguraba haber nacido dicho Mártir de Padres naturales de Pamplona y haber sido también obispo de la misma ciudad”. Fijaos que dice “se aseguraba”, tampoco él lo afirma. Quizá ese decreto fue el germen de lo que hoy tenemos, quizá Pedro de París sea el padre de las fiestas.
Maceda intenta defender la existencia de San Fermín pero echa piedras a su tejado cuando afirma que en ninguno de los cuatro breviarios que fueron de uso en las iglesias entre 1331 y 1440 figura ningún obispo de Pamplona con ese nombre. Así mismo aporta un dato que deja más que en entredicho la verdad de sus asertos: ningún concilio ni documento de la Iglesia de España recoge la presencia de un Obispo de Pamplona hasta el obispo D. Lilioso que el año 589 asistió al III concilio de Toledo.
Historiadores como Roldán Jimeno, o su padre José María Jimeno Jurio, estudiaron el caso en profundidad y concluyeron sin ningún lugar a dudas que San Fermín nunca existió, y un hombre de dentro de la Iglesia como fue el mítico bibliotecario de la Catedral de Pamplona, don José Goñi Gaztambide tras estudiar el asunto, en 1970 dijo: “La historia de San Fermín era legendaria e inverosímil ya que no disponía de base histórica alguna”. También el ex archivero municipal Jose Luis Molins se suma a la opinión de éstos.
Hasta aquí la historia, o parte de la historia puesto que hay mucho más escrito y dicho sobre el tema. Pero? la historia no siempre es cierta, la ilusión y el cariño de un pueblo puede cambiarla, así que le llevaremos la contraria y, en base a nuestro apego, le diremos que no queremos saber nada, que para nosotros San Fermín no solo existió sino que fue el más grande del santoral y fue él quien nos organizó un sarao que ningún otro miembro de la Corte Celestial ha sido capaz de crear en parte alguna del mundo.
Así que concluiré con un fuerte, sentido y vivo: ¡Viva San Fermín!
Besos pa’tos.