BERA - El 3 de agosto de 1936 es una fecha marcada a fuego en la memoria de las hermanas Genoveva y Carmen Aldazabal Gorria, nacidas una en Bera y la otra en Alkaiaga, que cuentan en la actualidad con 90 y 91 años, respectivamente (Carmen cumplirá 92 el 17 de agosto). “Yo tenía entonces ocho años -cuenta Genoveva- La ama nos hizo poner la ropa de los domingos y yo estaba muy elegante y contenta. Pero cuando llegamos a la plaza de Bera nos dimos cuenta de que aquello no era ninguna fiesta. Estaban reunidas cien familias del pueblo y soldados, y sentimos miedo”. Genoveva recuerda que un teniente de la Guardia Civil se subió a una mesa y planteó una trágica disyuntiva a las personas congregadas: “¡A Francia, a Gipuzkoa o, si no, a fusilar!”, esas fueron las palabras. Me acuerdo como si fuera hoy”.
Allí comenzó una odisea para la familia de tres hermanas y un hermano. El menor, Pepito, tenía entonces 3 años y María Luisa, la mayor, tenía 12, ambos fallecidos en la actualidad). Su padre, Eloy Aldazabal, casado con Sebastiana Gorria, fue concejal de cultura durante la República y sindicalista de UGT. “A mi padre vinieron a buscarle tantas horas como tiene el día. Dos requetés de aquí, de Bera, le querían arrastrar por el pueblo atado a un coche. No lo encontraban y a los días nos dieron la orden de ir a la plaza, las familias enteras, con todos los hijos e hijas”, recuerda Carmen. “De aquellas cien familias, sólo regresamos a Bera cuatro”, rememoran las hermanas con amargura.
Según señala Carmen, “por una parte, nosotras tuvimos suerte. Una tía que tenía amistad con un requeté de Tudela, consiguió un permiso y nos llevó a Francia por Ibardin, a la casa de Joxe Cruz. Éramos veinte aquella noche para dormir. El tío Doroteo, de la Venta Gorria, nos daba de comer en la parte francesa”. Entonces supieron por un amigo que su padre estaba en Irun y que “ya había hablado con los gendarmes del puente internacional para llevarnos en su coche. Un primo de mi padre nos dejó su casa en la calle Larretxipi de Irun. Total, en un par de días los cañones de Erlaitz ya estaban golpeando aquella casa y nos tuvimos que marchar a la de otra tía que vivía en una casita en el puente internacional”. Pero los cañones ya estaban tocando las casas y tuvieron que dormir en el mismo puente, con una manta. “El día siguiente pasamos a Francia y teníamos el tren preparado para unas 70 personas. Fuimos hasta La Rochelle y luego a La Roche, después Saint-Gilles-Croix-de-Vie, en Bretaña. Luego llegó gente de Bilbao, de Cataluña? Estuvimos en una colonia donde iban los niños de París a pasar el verano. Allí estuvimos tres años, de 1936 a 1939, comencé en la escuela y aprendí francés”.
Tras la primera noche en Ibardin, y pensando que la situación se resolvería en tres o cuatro días, la familia decidió que Genoveva se quedara con sus abuelos en Bera. “Pero al día siguiente ya prohibieron el tránsito hacia Iparralde y estuve mucho tiempo sin saber nada de mis padres, hermano y hermanas. Estuve tres días escondida en un cuarto, en casa del tío Doroteo. Aun recuerdo el miedo que pasé. Viendo la grave situación y por temor a que fuéramos asesinados, me vino a buscar el tío Alejandro, y me escondieron en el caserío Lazarenborda. Yo sólo tenía ocho años y no entendía la situación, pero tenía claro que nadie podía verme y tenía mucho miedo. Cada noche venían dos soldados a dormir al caserío y pasaba toda la noche en silencio, escondida en una pequeña habitación junto a la cocina. Un día me vio la serora, pero no me denunció. Pasé un año en el caserío, hasta que mi primo me hizo los papeles y pude ir a vivir a casa de la amoña”.
Mientras, sus padres y el resto de hermanos continuaban en Francia, hasta que hacia el año 1940 tuvieron que regresar, ya que los alemanes habían entrado en Francia y la situación allí también era peligrosa. Como dice Carmen, “nuestro padre trabajaba en la fábrica de armas de Tarbes, le hacía ilusión marchar a México, pero no podía moverse y entonces nos vinimos a Oleta (Urruña), al caserío Sardinenborda. Nos hicieron los papeles para volver, pero al pasar la frontera detuvieron a nuestro padre y pasó un año y medio en la cárcel de Ondarreta”.
Mientras el marido permanecía en la cárcel, la ama, Sebastiana Gorria, tenía que declarar cada 7 días en el cuartel de la Guardia Civil de Bera, hasta el día de la libertad definitiva, en el que el funcionario le dijo: “Ahora, a vivir honradamente”. Sebastiana no pudo con eso y contestó “¿Qué me dice usted? Nosotros siempre hemos sido honrados, ¡qué se piensa!”
Tras la guerra, la familia siguió marcada como los rojos y las rojas. “El apellido Gorria (rojo) tampoco ayudaba a quitarnos esa etiqueta”, comentan entre bromas. “Las monjas nos trataban muy mal. Un día, en la doctrina, me cogió Sor Fe y me llevó al corredor y me dijo que mi padre era un rojo, que era un criminal? la tía María Teresa fue a donde las maestras y les dijo que yo no iría nunca mas a la doctrina”.
Homenaje “Nadie nos ha pedido perdón por aquello, pero no necesitamos que nadie lo haga”, señalan. Este año el Ayuntamiento de Bera, en su labor durante esta legislatura por la recuperación de la memoria histórica, ha delegado el lanzamiento del chupinazo a aquellas personas “olvidadas” de la guerra, las que murieron, las que tuvieron que huir? “Allá estaremos por todos y todas, después de 82 años”, afirma Carmen: “Aquellos hechos no pueden caer en el olvido, la gente tiene que saber todo lo que ha pasado en Bera. Tenían que haberlo hecho mucho antes, porque no hemos hecho mal a nadie”. En otoño, recibirán otro homenaje institucional: el 18 de noviembre se colocará una placa.