Del camino, Clara e Ibrahim
Hola personas, ¿qué tal?, ¿sobrevivimos?, ¿aún nos hablamos con todos los miembros de la familia?, tranquilos que aún queda un poco y puede pasar de todo.
Siguiendo la senda que tomé el domingo pasado podía haber escrito el Rincón de hoy en base a los recuerdos de las Nocheviejas pasadas, pero de esas? no me acuerdo con lucidez, además temo que algún “susedido” no haya prescrito y no quiero problemas. ¡Oh, juventud, qué pronto partiste!
Un servidor esta semana necesitaba tranquilidad y aire fresco y como hemos estrenado estación, he hecho lo que hago cuando empiezan las estaciones: bajar al río por la serpiente que, partiendo de Beloso, llega a la Magdalena.
Salí de casa bien abrigado dirección Argaray, la farmacia de Gorriti con Aralar marcaba las 23.13 y escupía cruel la temperatura: 6º, que, unidos a cierto airecillo cortante, hacían la noche muy placentera. Salí a Baja Navarra, la crucé y me planté en esa manzana traída de un señorial barrio londinense que remata con la mansión del Sr. Izu, probablemente la obra particular más ostentosa levantada en Pamplona desde el Palacio de Guendulain. Llegué a la barandilla de la Media Luna y me asomé un rato para ver cómo estaba el camino que en breve me iba a recibir, lo vi sereno, suficientemente iluminado, tranquilo y desierto. No me cansaré de aconsejaros este paseo de noche.
Pronto llegué a mi desvío, lo tomé y empecé a bajar. Siempre es diferente, en esta estación los pobres árboles que en otoño aun intentaban resistirse a su total desnudez, ya han claudicado y están con todas la vergüenzas al aire soportando las risas de coníferas y otros arbustitos de hoja perenne que hacen mofa y befa de la triste situación de sus compañeros los caducos. Las hiedras, buenas samaritanas ellas, se ciñen a algunos cuerpos y les dan calor; sus hojas, brillantes por la humedad del río, reflejan el dorado de las farolas vistiendo los troncos de un precioso terno verde botella y oro.
He llegado a la pasarela de madera que salva el Arga y he acompañado cada paso con un seco golpe de bastón sobre sus travesaños, pom, pom, pom? rompiendo así el ruidoso silencio de la noche y creando cierto tono de misterio. Qué juego da ese puente. Una vez en la otra orilla he seguido recto. A la altura de las primeras huertas he parado a admirar la línea que la ciudad recorta sobre el infinito. Nuestro skyline es muy chulo.
Mi sombra ha llegado a la cuadra de Goñi y tras ella yo, nada se oía, nadie había, ni un caballo, ni un relincho, ni el perro que siempre me ladra, ni perro que me ladre, se han debido ir todos juntos de vacaciones, solo los ponis custodian la finca. He llegado a las pasarelas y las he atravesado muy despacio, disfrutando, oyéndolo todo; he parado en el centro y he mirado al fondo de la corriente para ver si es cierto eso de que en Navidad los peces beben y beben y vuelven a beber, y es cierto, oye, ahí estaban, chipas, madrillas, barbos y otros amigos en gran armonía bebiendo y bebiendo y volviendo a beber. No sé yo como acabará eso, supongo que malamente, se barruntaba bardal, me ha parecido que un barbo le miraba mal a otro por un no sé qué con una carpa. El rumor del río sonaba a villancico. Tampoco había patos, estarán en los belenes.
He llegado al refugio alemán y he dirigido mis pasos hacia el puente de la Magdalena, puerta del Camino siempre, puerta de los Reyes Magos en breves fechas, lo he andado y desandado para observar su pavimento y ver su estado ante la inminente llegada de tan egregios personajes, está muy irregular pero fuerte, 800 años de uso lo atestiguan, menos mal que los camellos también son magos y andarán sobre él como si fuesen sobre la suave arena del desierto.
Dejando el puente a mi espalda he empezado a subir la calle del Vergel, conocida por todos como la cuesta de la Txantrea, a ella he llegado por un camino asfaltado que hay entre árboles y que, al estar cerrado a la circulación, su negro suelo ha pasado a estar cubierto de una moqueta de musgo que lo verdea. He emprendido la cuesta arriba dejando a mi derecha la majestuosa oscuridad de la muralla y la tenuemente iluminada pared lateral del dieciochesco palacio del Arzobispo. He dado la curva acompañado del imponente baluarte de Labrit y he llegado a la confluencia con la cuesta que baja a “Villa Malquerida”, pobre chalet de Caparroso traído y llevado de mano en mano y ahora postergado. Al llegar a ese punto he visto que del centro bajaba una pareja y he pensado: ¿Por qué no hacer amigos en mis paseos?, si en ellos conozco mi ciudad, ¿por qué no conocer a algunos de sus ciudadanos?, así que he ido hacia ellos y los he abordado. Eran una pareja de chica y chico, jóvenes, ella se llamaba Clara y el color de su tez hacía honor a su nombre, era muy mona, tenía una belleza serena, tranquila, como más cerca de ser vegetariana que amiga de lechezuelas y criadillas. Él era un muchacho alto y guapo, respondía por Ibrahim y era negro como un teléfono, su rostro tenía una bella piel negra como la noche que se encendía con una preciosa sonrisa blanca como nota blanca de pentagrama. Me he presentado, les he hablado del Rincón del Paseante y les he pedido colaboración, simplemente les he propuesto un pequeño juego: yo aquí y ahora les diré una palabra que ya acordamos: “Magdalena” y ellos, si me están leyendo tal como quedamos, contestarán a mi FB con una palabra clave, quedando, de este modo, conectados, quizá los vuelva a ver. Nos hemos despedido con una sonrisa y un apretón de manos y he seguido mi camino. El asunto es una tontería, lo sé, pero yo ya conozco a Clara y a Ibrahim, antes no los conocía de nada, no sabía que existían y seguro que son gente que aporta. Este juego lo seguiré haciendo, no siempre, pero cuando vea a alguien que, por las circunstancias que sean, me atraiga lo abordaré para interactuar con él/ella a través del periódico, así que al loro, el/la siguiente puedes ser tú. Con este inocente pasatiempo también colaboro con las arcas de la empresa ya que si quieren seguir el juego habrán de comprar su ejemplar. De nada jefe, ya hablaremos.
He llegado a la Plaza de Toros y por el paseo de las Pijotxoznas he salido a Carlos III para recogerme en mi humilde morada.
La farmacia de Tafalla con Paulino Caballero marcaba las 00.03 y el mercurio había cedido un grado, 5 eran los que señalaba pero yo... tenía calor.
Solo me resta en una fecha como la de hoy desearos a todos un gran 2019, que no se cumplan todos vuestros anhelos porque si así fuese, después? ¿qué esperas?, pero que se cumplan el 99% por lo menos.
Que sigamos paseando, ello significará que seguimos “güenos”, yo no pido más.
Hasta la semana que viene.
Besos pa’ tos.
Facebook : Patricio Martínez de Udobro
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